Mi abuela se sentaba en el quicio de su blanca puerta esperando noticias de mi abuelo que andaba pegando tiros en la guerra de Cuba.

Por las tardes, en ausencia de noticias, se acercaba hasta el Centro Militar que siempre andaba atestado de soldados con noticias de la guerra. Todos los días cuajados de mañanas, de tardes en vela. Todos los días esperando noticias que nunca llegaron, una ausencia que llenó sus noches de llantos y su lecho de anhelos y suspiros hasta que un día, mientras desayunábamos, comprendió que jamás llegarían buenas nuevas y supo entonces que el abuelo se había muerto en la guerra y que nunca regresaría.

España y muy especialmente nuestra Málaga, ayudaron a la creación como nación de los Estados Unidos de América. Era suficiente con evocar al héroe de Pensacola para que la joven nación americana supiera que Bernardo de Gálvez, nacido en Macharaviaya, era uno de los padres de su naciente patria.

Unos años después, la sociedad estadounidense no se acordaba de España y la Historia, que cuando quiere ser cruel, lo es con saña, parecía dar a entender que solo había intervenido en aquella guerra de independencia la europea Francia. Afortunadamente hoy nadie niega que sin España, sin su determinación, sin su ayuda militar y sin sus donativos económicos, no hubiera sido posible la nación que Jorge Washington propugnaba y que por fin, con la Rendición de Yorktown, el 17 de octubre de 1781, se hizo realidad todo lo que hasta entonces era una quimera ensoñada.

Sin embargo, apenas cien años después, cuando el acorazado USS Maine, en un acto de provocación, se encontraba fondeado en La Habana, voló por los aires el 15 de febrero de 1898. Aquellos a quienes antes habíamos ayudado tanto, nos declararon la guerra, nos robaron alevosamente y empobrecieron, más aún si cabe, a la ya de por sí semi-arruinada España.

Fueron los magnates de la prensa Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, creadores de la llamada «prensa amarilla», quienes con sus continuas provocaciones y sucias mentiras pusieron en bandeja al presidente William McKinley la guerra expansionista que todos deseaban. Estados Unidos se había quedado al margen del repartimiento colonial de África y Asia. No contaba, porque no tenía el peso específico suficiente, en la Conferencia de Berlín, donde no fue invitada y viró sus ansias expansionistas hacia el vetusto y desmoronado Imperio Español.

Primero intentaron comprarnos Cuba, pero ante la negativa del Gobierno español, cambiaron su política drásticamente hacia actitudes más beligerantes, siendo la más común de ellas, la creación de un movimiento separatista y un apoyo constante al movimiento secesionista suscitado.

Cuba fue defendida por el valiente almirante Cervera. Éste, ante la imposibilidad de defender la isla, se atrincheró en la bahía de Santiago de Cuba, desde donde un 19 de mayo de 1898 vio llegar los modernos barcos de la armada norteamericana.

Atrincherado en el puerto resistió valientemente el bloqueo enemigo. Sin embargo e incomprensiblemente, el capitán general Ramón Blanco, ordenó a Cervera que zarpara que, como buen militar, obedeció. Los barcos españoles, sin munición y mal pertrechados fueron uno a uno capturados por la armada enemiga que rodeándolos se limitaba a disparar a corta distancia contra ellos. El resultado fue desigual y nefasto para nuestro país. A la pérdida total de nuestra marina de guerra se unió además la pérdida de vidas humanas, concretamente 371 muertos, 151 heridos y 1670 prisioneros. Por la parte americana un muerto y dos heridos leves.

Por otro lado, en otra vergonzante guerra, también se perdieron nuestras posesiones en Filipinas a manos de la codicia estadounidense. Había que firmar la paz, una vergonzante paz basada en la vergonzosa posición de fuerza de los Estados Unidos de América.

La representación española que habría de firmar el Tratado de Paz fue vilmente humillada, nuestro representante, Moreno Ríos, dijo al respecto: «Movido por razones nobles de patriotismo y de humanidad, no asumirá la responsabilidad de volver a traer a España todos los horrores de la guerra. Para evitarlos, se resigna la penosa tarea de someterse a la ley del vencedor, por muy dura que ésta sea».

España a cambio de la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la Isla de Guam, recibió la miserable compensación de 20 millones de dólares, una cantidad irrisoria teniendo en cuenta que también se nos obligaba a pagar la deuda cubana, 400 millones de deuda que terminaron por arruinar nuestra patria. La guerra solo cambió el título colonial, suponiendo que es mucho suponer, que España fuera un Imperio Colonial, que pasó de nuestras manos a las estadounidenses.

Filipinas fue colonia hasta el año 1946. Puerto Rico es actualmente un estado asociado controlado por los Estados Unidos y Cuba fue colonia hasta el 20 de mayo de 1902, cuando consiguió su independencia.

Uno de los héroes de aquella guerra de tan nefasto recuerdo fue Rafael Flores Nieto, un gitano alegre, guitarrero y canturrón que se trajo de aquellas tierras una especie de tangos aguajirados que él mismo componía y cantaba por las tabernas de Málaga.

Había nacido en El Perchel y hasta casado dos veces, la primera con «la chunga» que se fue a vivir a La Línea para dejarle caer sin remisión en los brazos de «lampona», una gitana del Rincón de la Victoria que no podía con él y le traía por el callejón de la amargura. Fue el mejor narrador conocido de aquella desconocida Guerra de Cuba. Le llamaban «El Piyayo» por las tabernas y colmaos de Málaga que tanto le conocían. Se fue con los otros héroes de Cuba una noche de noviembre, desde su casa de madera en la plaza de Santa María?