Los mercados piden concreción, números, medidas exactas, anotaciones certeras. Por eso, que las administraciones locales de Málaga se hayan puesto manos a la obra para recortar lo que les sobre durante el último año es una buena noticia. El problema radica en que nuestros alcaldes llevan décadas incumpliendo la máxima del buen padre de familia: gastarse el dinero con sentido y en casa.

Obras faraónicas, infraestructuras que los pequeños municipios no necesitan, brindis al sol de la vanidad de políticos cortoplacistas que gastan más de lo que ingresan, hipotecando hasta a los nietos de sus ciudadanos. El camino, sinceramente, es vacuo.

El verdadero tijeretazo, la auténtica reforma que necesita la administración local es la supresión de los servicios duplicados, el adelgazamiento de funcionarios hasta el número económicamente asumible, mancomunar servicios básicos como la basura o el agua entre varios consistorios y la desaparición del municipio que sea inviable económicamente. Ir a Fitur a florear está más que bien; tener asesores a punta pala mola mucho, pero es mejor que el vecino de un diseminado pueda acceder a su casa atravesando un camino asfaltado o que el camión de la basura acuda puntualmente a su cita diaria. Se han acabado los años del gasto desenfrenado. Toca ser responsables y actuar con sentido de Estado, incluso desde los insolidarios municipios.