La imagen pertenece a otro tiempo. Un trabajador con el maletín en la mano mira somnoliento el escaparate de una agencia; la gota del sudor en la frente, mientras los carteles de las palmeras de Egipto o las luces de París se hacen cada día más exóticos. De Nueva York y Hanoi a La Malagueta y El Palo, la margarita de las vacaciones se ha domesticado. La crisis apega al terruño. Como la nostalgia. Málaga se prepara para su verano más malagueño, con miles de personas obligadas a renunciar a sus viajes, preocupadas y a la vez ávidas de desahogo, lo que ha dado pie al desarrollo de una industria de ocio alternativa, la del ingenio; nace el turismo dominguero, de chancleta en lugar de alpargata.

El fenómeno se observa con preocupación. La provincia sigue recibiendo turistas, pero apenas los lanza. Las agencias hablan de pérdidas continuas, las vacaciones se acortan, e, incluso, desaparecen. Las perspectivas para los próximos meses no resultan alentadoras. Al desempleo se suma la incertidumbre y la entrada en la zona de riesgo de los funcionarios, que eran de los pocos que mantenían a flote el negocio de los viajes. Lo dice Joaquín Fernández Gamboa, vicepresidente de Aedav, la asociación que agrupa a las agencias: el turismo es la industria del bienestar, precisamente lo que empieza a flaquear en España.

La mayor pujanza de otras economías sujeta al sector, que, sin embargo, se agrieta por el lado de las salidas. La fotografía de una ciudad desierta, agitada sólo por los pasos de los turistas, no se verá este verano. Los que se quedan buscan opciones para divertirse, pero no es fácil. En este caso, no vale la rueda de la economía, que presume movimiento de capital allá donde se desplaza. Los negocios tendrán más clientes potenciales, pero los bolsillos continúan clausurados. «Se necesita imaginación. Todos buscan atraer a la gente, pero con espectáculos y fórmulas que requieran poca inversión», apunta Fernández Gamboa.

La parte positiva es que la oferta ha evolucionado; aquí, al menos, se mueve la imagen, que ya no se corresponde con la de los veranos pastosos, de tiempo detenido, con la toalla clavada en la misma arena y la botella de agua de casa. La Costa del Sol enciende su artillería para rapiñar lo poco que deja la estrechez y el paro. Cursos de cocina, natación, conciertos, gimnasios.

A la visita a la piscina comunitaria le han salido rivales. Ya no es sólo la caña en la terraza más cercana. Los malagueños se han convertido en su propio público, entreverado con la llegada de viajeros. La tendencia redefine servicios pensados en otro tiempo para el uso exclusivo de los turistas; es el caso de los de spá de los hoteles, cuyo rendimiento se ha desmigajado hasta convertirse casi en autónomo, al modo de los restaurantes. Buena parte de su clientela es ya local, veraneantes de tresillo, de barrio, sin dinero para subirse a un avión, pero con algunos ahorros para sacudirse los sofocos del verano.

Las empresas han advertido el viraje, y se apuntan a las necesidades de la demanda. Los gimnasios abandonan la idea de cerrar en los meses más cálidos; asciende la actividad con la canícula, lo cual no deja de ser contradictorio. El museo del vino con dos jornadas de catas; los cursos de cocina del CCM, de restaurantes; la oferta deportiva del Club Mediterráneo y El Candado, con travesías a nado, propuestas de pesca, de fútbol, de remo, de pádel.

La Costa del Sol lanza la caña para los que se quedan y ganan posiciones las actividades en las que el placer se mezcla con el aprendizaje. La provincia ha entendido la exigencia de los tiempos y ya no se conforma con quejarse en una silla de plástico. Las escuelas de idiomas multiplican la demanda estival de cursos intensivos, salvo los que comportan viajes de familiarización al extranjero, que salen más caros. Desde principios de julio, la Universidad de Málaga mantendrá sus cursos de verano, que este año se repartirán entre la capital, Marbella, Vélez Málaga, Archidona y Ronda. Las penurias de la crisis puede servir de excusa para cambiar las zalamerías del baño por el aula. La presencia de Jean-Pierre Castellani y Jaime Siles es una oportunidad para estudiar la obra de Rilke en Ronda, en mitad de la solana.

La propuesta del chiringuito no abandona a los que no pueden irse de vacaciones; el sector detecta un público cada vez más cauto en el dispendio, pero también riguroso en el idioma. Los españoles vuelven a ser mayoría en las mesas tradicionales. La oferta de la provincia incluye desde clases de windsurf y desfiles de moda al casticismo de la playa y de la música; los malagueños no volarán hacia otra parte, pero sí escucharán buen flamenco, con festivales como Torre del Cante (Alhaurín de la Torre), Castillo del Cante (Ojén), Cante Grande (Ronda) o Casabermeja. Los modernos podrán, por su parte, rascar algo de mundo, en función de su economía, en los conciertos de Terral, Fuengirola Pop Weekend u Ojeando. Un consuelo en diferentes formas para soportar el hecho diferencial con respecto a los grandes de la zona euro; la posibilidad de gastar y de escapar, al menos, por unos días. El turismo achica sus kilómetros, especialmente en España.