Pantoja y Muñoz se saludaron escuetamente a las puertas de la sala de vistas, aunque luego se sumieron en sus pensamientos separados por una columna. Ella estaba visiblemente delgada y mantuvo la mirada perdida en la sesión. Él se sentó en la silla preferida de Roca y no dejó de escribir en su tableta, poseído por el espíritu del Jefe. Los fans de la tonadillera decidieron escuchar sus discos en casa. La foto no se logró

La víspera anunciaba tormenta: un complejo dispositivo de seguridad para recibir a los diez protagonistas del juicio más mediático jamás celebrado en Málaga. Una alfombra rosa que presagiaba tortazos entre los 150 periodistas para retratar al triángulo que gobernó Marbella hasta 2003, pero la lluvia, si es que hubo, fue fina. Los veinte autobuses de seguidores de la cantante se quedaron en el camino, o directamente en casa escuchando Marinero de Luces, porque sólo medio centenar de curiosos y fans de la tonadillera se atrevieron a acercarse a la Ciudad de la Justicia. Ya en la sala, una fría cordialidad presidió el reencuentro de Isabel Pantoja, Julián Muñoz y Zaldívar. Al filo del abismo.

Julián Muñoz entró a las 7.25 horas de la mañana al edificio, y a las 8.40 lo hizo Pantoja, que se bajó de un lujoso automóvil acompañada de su séquito habitual, incluidas Raquel Bollo y Chelo García Cortés. Se encontraron a las puertas de la sala de vistas con sus respectivos abogados, José Ángel Galán y Miguel Criado. Por cierto, si alguien dijo que había estrategias distintas en la defensa se equivocó: la afabilidad presidió el saludo entre los letrados. Más fríos, Muñoz y Pantoja se saludaron escuetamente; intercambiaron impresiones y se sentaron en sendos bancos para el público. El silencio era mejor acompañante que ambos. No se veían desde que ella fue a visitarlo a la cárcel de Jaén, a finales de 2006. Luego, vino el incierto final de una relación a través de las revistas del corazón y la huelga de hambre del exregidor para protestar por el trato dado a Pantoja tras su detención.

Con gritos de «guapa, guapa» y «artista», los pocos fans de Pantoja que aguardaban a las puertas de la Ciudad de la Justicia recibieron a la artista. El gran logro de la cantante, Muñoz y su expareja, Mayte Zaldívar, fue evitar la foto soñada por cualquier fotógrafo: los tres juntos en el banquillo. La evitaron cuidadosamente. Entre Pantoja y Zaldívar había dos acusados, y entre ésta y Julián Muñoz, uno.

Pantoja está visiblemente delgada; pálida, incluso. Se puso las gafas dentro del edificio tanto para salir como para entrar, y miró continuamente al suelo durante toda la sesión. Llegó a bostezar, pero en ningún momento conectó visualmente con su expareja. Usó la técnica Corulla: mostrar el dolor que le ha causado su procesamiento, algo evidente. Muñoz, por su parte, se sentó en el sitio que ocupa habitualmente Juan Antonio Roca, y su espíritu lo poseyó: apuntó durante todo el rato en una tableta digital; asentía, cruzaba las piernas y las descruzaba, negaba con la cabeza y sonreía. Vestido como si fuera a una gala marbellí en época estival, ya condenado a siete años y medio en Minutas, su flema ante el abismo fue evidente.

Al salir, funcionarias, abogados, incondicionales de la cantante y Raquel Bollo y García Cortés acompañaron a la artista, que esperó prudentemente en el interior edificio para no coincidir ni con Zaldívar –que se fue antes– ni con el exregidor, que salió luego. Política de riesgos muy calculada, sin duda. Todo el mundo quiso ver a la tonadillera, la viuda de España, en estas lides. Su delgadez fue objeto de comentarios. La más entera, sin duda, Mayte Zaldívar: con atuendo informal, nerviosa pero entera, miró a todos lados y se la vio con ánimo combativo. Igual que el fiscal.