­La estampa se ha fijado en el imaginario español con casi tanta fuerza como el tapete y la mesa camilla. La familia en el salón, pendiente de la televisión, y el hijo adolescente, incluso niño, en un cuarto cercano, atareado con el móvil, la tableta o el ordenador, mientras suenan, casi en cascada, señales de aviso. El nuevo costumbrismo doméstico parece armónico, incluso, indolente, pero no es, en la práctica, del todo inofensivo. La generación táctil se arroja a la Red, que no siempre está limpia.

Los especialistas ponen en la misma línea el mal uso que se hace de la tecnología y los riesgos que se asumen. Cada vez que los jóvenes se conectan desde su terminal se enfrentan a un mar de referencias en las que se cuelan no sólo comportamientos indeseables, sino también interesados. Internet es un negocio y los nuevos usuarios navegan con los ojos cerrados, sin adultos que les asesoren y les ayuden a hacer un uso maduro e inteligente. «La mayoría no discrimina. Lo importante es aprender a seleccionar con criterio los contenidos. Con aportar los equipos no basta para incardinar la tecnología en el aula. Es prioritario aprender a usarla», precisa Javier Barquín, profesor titular de Didáctica de la Universidad de Málaga.

Su colega Félix Moral, de Psicología Social, alude a las escasas precauciones que rodean el uso juvenil de la Red. Los jóvenes no miran la letra pequeña y, en la mayoría de los casos, ni siquiera perciben el negocio que hay detrás de la cesión de datos. Aunque la ingenuidad, al menos entre los más mayores, no es completa. La mayoría de los estudiantes opta, por ejemplo, por adentrarse en las redes sociales sin demasiadas restricciones; sus perfiles son abiertos al resto de usuarios, aunque no otro tipo de informaciones. De acuerdo con un estudio coordinado por Moral en Málaga, sólo uno de cada diez dan datos referentes a su domicilio físico.

En este campo, sin embargo, se aprecian diferencias. Los hombres son más intrépidos, por no decir descuidados. Normalmente actúan con menos cautela y se prodigan más con las confesiones. Como mecanismo de seguridad, los especialistas animan a los padres a supervisar la navegación de sus hijos, aunque de un modo poco cercano a la censura. Es positivo, por ejemplo, evitar que el ordenador esté situado en un dormitorio privado. En pañales en el mundo y en pañales en la Red. La educación se enfrenta a un enorme desafío.