Apenas tiene tres años. Balbucea en un castellano lleno de berrinches y de aire. Pero se mueve en cuatro espacios distintos dentro de una misma superficie, la de la pantalla. Un prodigio que hubiera bastado para romperle el cráneo a Galileo y que ahora, sin embargo, se acepta con naturalidad. Como si no hubiera distancia evolutiva entre la rama del árbol o la piel del tigre y los ordenadores. Las nuevas generaciones parecen nacer con una dimensión de más. Aprenden, juegan y miran desde una máquina que les hace al mismo tiempo de parque, de tele, de diccionario.

Todo, con un simple movimiento de dedos. El click del siglo XXI, con los niños como protagonistas de una revolución que excluye, incluso, a sus padres, los mismos que tuvieron que adaptarse al avance tecnológico con una mezcla de obligación y de entusiasmo. Por primera vez en el mundo una generación crece al arrullo de la mediación informática, rodeada desde el minuto cero de móviles, cámaras, libros electrónicos. Bebés que son consumidores de tecnología, que constituyen ya un nicho de mercado. En los últimos años han surgido las llamadas tabletas infantiles. Si se les llama generación táctil no es sólo porque sepan manejarse en las pantallas, sino porque éstas se ajustan rigurosamente a sus habilidades. De acuerdo con la psicología, los niños desarrollan la coordinación entre el ojo y la mano mucho antes que la facultad de utilizar herramientas como el ratón. En solo nueve meses son capaces de moverse con desenvoltura por el rectángulo líquido de los iPad y de los teléfonos.

La tecnología de estos equipos, al fin y al cabo, conecta con procesos primitivos. Piaget decía que el bebé cuando ve un objeto quiere asirlo, manosearlo, y en eso las tabletas se parecen a un jardín lleno de estímulos sensoriales. Un tercio de los niños menores de 4 años ya son usuarios en España de estos equipos, pese a las diferencias económicas y sociales. La App Store tiene disponibles más de 100.000 juegos dirigidos a este público. Sin duda, la nueva generación se maneja con destreza en este tipo de soportes. El hombre vuelve a subirse al árbol. Del sujeto que volcaba su personalidad en el internet al que la construye al mismo tiempo que se mueve en el ciberespacio. Del libro a la máquina. Lo que para algunos resulta una frivolidad, otros lo perciben como un salto. Incluso, en el proceso cognitivo, mental. ¿Desarrollará la generación táctil otra forma de ver el mundo, otras capacidades intelectuales?

Javier Barquín, profesor titular de Didáctica de la Universidad de Málaga, recuerda, en primer lugar, que toda irrupción de una nueva tecnología convoca de inmediato temores y las esperanzas. Ocurrió con el potencial pedagógico de la tele y de la radio, también con los ordenadores. Más allá de la reserva, una cosa parece clara: el acercamiento a la cultura, a la civilización a través de estructuras táctiles y digitales comporta diferencias. En primer lugar, espacio-temporales. En plena efervescencia de la televisión, los epígonos de Freire ya advertían una brecha respecto a la educación tradicional. El aprendizaje mediante soportes audiovisuales transmite una sensación de simultaneidad, de puro presente, que casa a veces con dificultad con la visión diacrónica (histórica, de principio , desarrollo y final) de la cultura literaria. Es por eso por lo que demandaban la participación de la escuela, la configuración de un sistema reglado de estudio que tuviera en cuenta el nuevo sistema de relaciones de los estudiantes. Una educación icónica para un mundo icónico. Justo el debate que ahora subyace a la proliferación de los nuevos equipos informáticos.

Barquín duda, sin embargo, de que las nuevas tecnologías estén totalmente integradas en el aula. Al menos, desde un punto de vista inteligente. En su opinión, no es tanto un problema de medios -la Junta de Andalucía acaba de reducir a un tercio el reparto de portátiles- como de uso racional de los ordenadores. De momento, buena parte de las posibilidades que sugieren los nuevos soportes son desaprovechadas. La educación, y con ella sus principales indicadores, como el informe PISA, sigue mucho más pendiente de los contenidos que de las maestrías que permiten utilizar de manera óptima las herramientas de estos tiempos. «En muchas ocasiones lo que se hace es un trasvase de la cultura y el aprendizaje del XIX a las nuevas tecnologías. Se apuesta por el esfuerzo de la repetición, aunque, eso sí, con pantallas en lugar de encuadernaciones», señala.

Las posibilidades educativas que introduce el mundo digital tienen todavía los pies de barro, al igual que sus efectos en el aprendizaje. Recientemente la Universidad Pontificia de Salamanca ha diseñado una aplicación para aprender a leer y a escribir en las tabletas infantiles. Un submundo que todavía suena lejano para la mayoría de los niños españoles, que se mueven casi a tientas por la nueva jungla tecnológica. La generación táctil crece rodeada de pantallas y cachivaches, pero su principal uso sigue siendo extraescolar y ocioso. Un riesgo intelectual y humano, especialmente si se tiene en cuenta la cantidad de intereses comerciales que confluyen en la Red. «La gran enciclopedia está en internet, pero nunca ha sido tan complicado manejar información», dice Barquín. Los datos le avalan. Cuando los estudiantes realizan una búsqueda de contenidos, únicamente una minoría avanza más allá de las dos primeras páginas. ¿Se infrautiliza la tecnología? El especialista habla de un dominio formal; jóvenes y niños navegando con técnica depurada, pero sin ningún tipo de conocimiento acerca del océano, de sus riesgos, de las corrientes.

Félix Moral, profesor de Psicología Social de la Universidad de Málaga, insiste en que, por ahora, el principal uso infantil y juvenil de la Red tiene que ver con la afirmación social. También señala a la distancia, cada vez más infranqueable, entre los que tienen acceso a la tecnología y los que todavía no ha aprendido a utilizarla. En el primer aldabonazo de la informática, los teóricos aseguraban que en 2010, permanecer al margen de la revolución digital equivaldría a una nueva forma de analfabetismo. Según el INE, el 84 por ciento de los españoles de entre 14 y 30 años usan el ordenador en su entorno doméstico. Y los contenidos no paran de actualizarse. El abismo se amplifica y será aún mayor en las nuevas generaciones. Los niños que crezcan en un mundo desprovisto de tecnología lo tendrán muy difícil para competir con los que nacen prácticamente con el dedo en la pantalla.

Con la generación táctil todo son expectativas y dudas, aunque falta por dilucidar un aspecto importante. Pasarse buena parte del día con el ojo fijado en el ordenador sugiere, en principio, un nuevo riesgo. El de la salud visual. Alexander Dubra, óptico, rompe con el tópico. Las tabletas electrónicas no son nocivas para la vista. Es más, en algunos casos los especialistas recomiendan su utilización para el tratamiento de los niños con ojo vago. «Hay juegos que, de una forma muy amena, les ayudan a ejercitar la vista y mejorar la conexión con el cerebro», indica. El problema, sin embargo, es el abuso, especialmente en ambientes que no disponen de una buena iluminación. «De forma lúdica su empleo no debería superar una hora al día», puntualiza. Toda una quimera oftalmológica para los jóvenes táctiles, los jóvenes del futuro.