«A Agustín se le ocurrió que el fiestero debería tener un reconocimiento en Málaga, igual que había una estatua al cenachero o al biznaguero», recuerda Mari Ángeles Pérez Padilla, su viuda.

De la mano de este ingeniero aeronáutico salió el proyecto y boceto de la estatua, que fue encargada a su vecino y amigo de Fuente Olletas, el escultor Miguel García Navas. En cuanto a la financiación, fueron los propios verdialeros los que lo costearon. A Agustín Jiménez se le ocurrió emitir acciones a mil pesetas para sufragarlo y como recuerda su viuda con gracia, «iba todos los días a casa del escultor a darle la lata, allí vistieron al ayudante de fiestero y cuando tuvimos el armazón, lo llevaron detrás, a la fábrica de viguetas, como en procesión».

El verdialero malagueño supervisó la suerte de la escultura en la fundición de Madrid. Capítulo aparte fue el emplazamiento final. Mari Ángeles Padilla recuerda que el Ayuntamiento propuso lugares que no agradaron a las pandas como las inmediaciones del Corte Inglés o cerca del pantano del Agujero. «Un día vio que se habían llevado el monumento de Cánovas del Parque a la Malagueta, así que se bajó del coche, me dejó tirada y se fue para el Ayuntamiento a pedir el sitio para el Fiestero», destaca entre risas Mari Ángeles.

La glorieta del Fiestero en el Parque fue, el día de su inauguración en 1996, una fiesta. Agustín Jiménez se encargó de colocarlo en el pedestal y su amigo, el también fiestero Andrés Jiménez Díaz, habló en la inauguración -rememora su viuda- que cuenta que al pie de la estatua está enterrado un disquete en el que el malagueño incluyó los nombres de todos los verdialeros que costearon la obra.

Para Andrés Jiménez, Agustín «era el espíritu de la Fiesta, todo el mundo lo quería y lo respetaba sin discusión». Y también tiene buenas palabras para Mari Ángeles, la otra mitad de Agustín: «Ella viene a demostrar que el refrán tiene razón y que detrás de un gran hombre hay una gran mujer».