A qué huelen las flores de La Alameda de 1957, el cigarrillo de un galán de cine desaparecido en los canales de las décadas, el lápiz de labios de Beverly Bentley, su boca en blanco y negro. Si el artilugio inventado por Hans Laube se hubiera perfeccionado, quizá El perfume de misterio, una película rodada a finales de los cincuenta en Málaga, sería hoy una especie de juego de barraca, de viaje sensorial hacia los años más raros y fecundos de la provincia. Así, al menos, lo percibieron en Chicago, en la noche del estreno, cuando a los pasos de las estrellas correspondieron fragancias de Andalucía diseminadas entre las butacas de la sala. ¿Una metáfora excesiva? ¿Un acceso hipersensible? Simplemente el primer y único filme del sistema Smell O Vision, con la Costa en primer plano.

La argucia obedece a la inquietud del productor Mike Todd, hijo de aquel otro inventor que estuvo casado con Liz Taylor en la época en la que todo el mundo se casaba con Liz Taylor y que se estrelló fatalmente en una avioneta. Una fórmula que pretendía hacer del cine un espectáculo olfativo y que en el caso de la cinta de Málaga convertía al perfume en la parte esencial de la trama.

Error y trascendencia Resulta que la película narra las peripecias de una rica heredera americana a la que intentan dar caza unos asesinos durante sus vacaciones en España. El historiador Antonio Blanco recuerda en su web Aquel Torremolinos al equipo de rodaje, formado, además de por Beverly, por el enigmático Peter Lorre, Paul Lukas y Denholm Elliott. Los actores sentados en el restaurante El Mañana, disfrutando de la comida y probablemente también entregados a la sensualidad de los olores del mar y de la noche que más tarde se pensaban incluir en la pantalla.

El cine, por supuesto, no huele. O más concretamente, no de ese modo, por lo que la cinta resultó un fracaso. Se suponía que la protagonista controlaba al delincuente a través del perfume y que durante el estreno debían corretear por la sala los efluvios de las rosas, de la colonia de la actriz e, incluso, de una copa de vino. Sin embargo, nada de eso funcionó, los dispersores actuaron a destiempo. El proyecto, en cualquier caso, estaba condenado al olvido. La historia ha reducido a lo anecdótico todos los intentos que pretendían aumentar la capacidad de sugestión del cine sin referirse estrictamente al sonido y a la imagen, a excepción de aquello de Brecht, trasladado del teatro, que dejaba a los espectadores comer y beber y fumar durante las películas.

La falta de aplomo del sistema no impidió que la película trascendiera sus primeras salas multisensoriales y se instalara en los márgenes de la historia del cine. Las calles hechas para oler de la provincia de Málaga todavía reciben la visita de espectadores, especialmente por la banda sonora, firmada, en gran parte, por el maestro italiano Mario Nascimbene y el cantante Eddie Fisher. En la plaza de los Mártires, por la recta de la Alameda, circula el eco del mayordomo de Indiana Jones, Denholm Elliott, convertido en ese tiempo en un galán inglés, aunque con mucha baba de gánster.

El acueducto de la Alameda ¿Otra rareza? Si el sistema sinestésico de Todd y Jack Cardiff, el director de la película, hubiera progresado quizá el público habría percibido sobre las buganvillas de Málaga una espesura de lechón al fuego y vino tinto de Castilla. Como si no fuera bastante oler el tabaco del protagonista, la cinta hace que en una persecución se pase abruptamente del área de calle Larios a Fuente Olletas, una elipsis más o menos razonable, hasta que aparece, como transportado por la bruma, el acueducto de Segovia. Para los americanos que se sentaron en Chicago dispuestos a darle al juego de la pituitaria, la Costa del Sol era un sitio donde el mar y la catedral se mezclaban con el prodigio romano e, incluso, con la feria de Sevilla y la plaza de Toros de Madrid. Una puñetería al estilo Dan Brown que actualmente habría obligado a decenas de políticos a echar mano de la guerrera provinciana y clamar por los desafueros históricos y patrimoniales. A pesar de sus excesos técnicos, El perfume de misterio es a su manera una magdalena proustiana. En la cinta viaja toda una época, con sus disparates y su visión del cine y de un rincón del mundo en el que cogían muchos otros mundos. Con o sin bañador y cochinillo asado.