Diez años ya de la peatonalización de la calle Larios. No parece que fue ayer. Una década es mucho. Demasiado como para que en tantos miles de días de nuestras vidas el impulso y empuje de ese adecentamiento del salón de Málaga, de esa operación política, de esa feliz iniciativa, no haya irradiado más y mejor a su entorno.

No ha llegado la alegre y placentera, orgullosa, sensación que se siente al pasear por Larios a zonas demasiado cercanas. Puede que un cóctel de la proverbial desidia local, de cierta falta de empuje empresarial, de laberínticos enredos burocráticos, de escaramuzas entre partidos, perdón, entre instituciones, hayan hecho que muy, muy cerca, en La Equitativa y Beatas; en Álamos o Camas; en tantos sitios, aún el centro huela a orín, garrafón y puchero de anteayer. Solares yermos. Y está la crisis, claro. Pero eso es también una excusa.

Sin embargo, no es menos cierto que sí se han culminado otros felices alumbramientos de largos y costosos partos. Ahí está el Muelle Uno por ejemplo o las peatonalizaciones de zonas adyacentes a Larios como calle Granada, Strachan, Bolsa, etc. Diez años ya de una de las mejores cirugías urbanas que se hayan practicado nunca en una ciudad española, una feliz efeméride, un aniversario de la reinvención de una ciudad. Nos puede parecer exagerado ahora, en perspectiva, decir cosas como esta, reinvención, pero ya no todo el mundo es capaz de hacer el ejercicio de recordar cómo hace diez años se aparcaba en Larios, se paraba en doble fila en Calderería, se ajaban fachadas en una zona tan noble...

Diez años después, el éxito del salón ha llevado a que querramos llevar allí a todas las visitas. El centro, tal y como expresaron acertadamente varios de los asistentes al foro del que damos cuenta en estas páginas, está hiper expuesto a acontecimientos: Semana Santa, Carnaval, Festival de Cine, Feria. Y esa es la idea: saturarlo tantas veces y en tantas ocasiones y tan variadas como se pueda. En palabras críticas de Iñaki Pérez de la Fuente, «someterlo a un número excesivo de picos funcionales» y a transformaciones de dudosa estética como la colocación de ese tribunón horrible que se emplaza en la Constitución por Semana Santa.

El riesgo de todo esto no es sólo que la repoblación vuelva a ser despoblación, sino que pase lo que bien saben que ha pasado en Barcelona, por ejemplo, con zonas como Las Ramblas. O que el resto de la ciudad quede como convidado, no de piedra, sino de hormigón. Porque Málaga crece y se dota de otros espacios. Para Feria y acontecimientos, para ocio y hostelería, para recintos teatrales. Se dota también de hoteles, pero, como bien dijo Francisco Moro, director del hotel Maestranza, con un crecimiento de plazas hoteleras que se ha producido de forma lineal, satisfaciendo la demanda, no a golpe de un gran acontecimiento efímero que después haya dejado sobreabundancia excesiva y problemas añadidos.

Otra enseñanza de esto es, como señala el arquitecto y concejal socialista Carlos Hernández Pezzi, que las ciudades que arriesgan ganan y que un hito como la transformación de calle Larios (y de paso y a su juicio, apostar por un tranvía y no por el metro subterráneo) es una vacuna y un recuerdo contra «el pensamiento inercial». También, en boca del presidente de los empresarios, Javier González de Lara, una lección para esta ciudad en la que «todo tarda mucho y en la que a veces el ocio se confunde con «la gestión salvaje de la calle». Diez años de una mejora descomunal de la marca Málaga, como señaló el profesor Sebastián Molinillo, que no obstante ha de mejorar la gestión de la limpieza y evitar políticas abusivas como la que suponen los precios de los aparcamientos. Las fotos en el escritorio del cronista se agolpan. De ahora y de hace diez, doce, quince años. Ya nada es lo mismo. Y puede que mucho sea peor. Pero calle Larios es un orgullo.

Y ahí está. Elegante y con un punto de altivez. Joven. Ella, con tanta historia.