Convidados de piedra, bronce, marmolina o resina -estos últimos si hay que arreglar un desaguisado continuo de los vándalos-. Un grupo de visitantes conoció la vida y milagros de los personajes de Málaga que, subidos a sus pedestales, han quedado inmortalizados hasta el fin de los tiempos, o hasta que lo quiera la corporación municipal.

La empresa malagueña Cultopía, que también muestra los cementerios de Málaga, realizó el pasado jueves un recorrido por las principales esculturas del Centro desvelando sus secretos.

«Paso con tanta prisa por aquí que jamás me fijo en los detalles», confiesa la historiadora Mar Rubio, al referirse a las esculturas públicas, repletas, sin embargo, de historias. La primera de ellas, en el Parque, el monumento a Salvador Rueda hecho por Francisco Palma García, en 1931, aunque décadas más tarde Adrián Risueño le añadió un águila como remate. Homenajeado y escultor, por cierto, están enterrados juntos en el panteón de malagueños ilustres de San Miguel.

Y un secreto del burro Platero, la escultura de Jaime Pimentel de más éxito desde que fue inaugurada en 1968: el Ayuntamiento reforzó años más tarde su estructura por el trasiego de niños que se han subido a su lomo para ser fotografiados.

Y en la glorieta de los verdiales, diseñada por Daniel Rubio en 1922, con motivo en realidad de la Guerra de Melilla y la obtención del título de Muy Benéfica para el escudo de Málaga por acoger a miles de heridos, la estatua del fiestero, una de las más recientes, obra (1996), esculpida por Miguel García Navas.

Por contra, la escultura más veterana del Parque, erigida en 1913, se encuentra casi escondida entre la vegetación y se trata del busto del pintor valenciano pero malagueño de adopción Bernardo Ferrándiz, realizado por Agapito Vallmitjana. Como cuenta Mar Rubio, originalmente el monumento contaba con una paleta de bronce que desapareció con el tiempo.

Aunque para desapariciones o directamente, destrozos, la estatua de la ninfa del cántaro, realizada por la fundición francesa de A.Durenne, y que tuvo que ser reconstruida como un moderno Prometeo (o una Frankestein), gracias a la pericia de los técnicos municipales, después de perder la cabeza, un pie, un brazo, parte de un pecho y un trozo de caracola.

La obra, de 1877-78, es de la misma época y fundición francesa que la vecina ninfa del cántaro, llamada también «la muñeca» y de igual tiempo y procedencia es la famosa fuente de las Tres Gracias. «Las ninfas son deidades ligadas al agua», recuerda Mar Rubio.

El paseo por las esculturas del Parque se completa con la del pintor valenciano Muñoz Degrain tapado en parte por una rama; el busto a Eduardo Ocón, haciendo guardia junto al recinto musical que lleva su nombre y con la estatua inaugurada en 1963 al poeta nicaragüense Rubén Darío, amigo de Salvador Rueda aunque luego esa amistad se truncó. La responsable de Cultopía subrayó la paradoja de que los monumentos a sendos poetas estén cada uno en un extremo del Parque.

Y después de muchos años casi escondido en el Parque, la estatua de Antonio Cánovas del Castillo preside hoy la avenida con su nombre. Inaugurada en 1975, el autor, el antequerano Jesús Martínez Labrador, quiso reflejar la introversión y al mismo tiempo capacidad de acción del estadista, cuenta Mar Rubio, que recuerda cómo, con el paso del tiempo, la estatua ya no recibe las críticas que recogió el día de su inauguración.

El paso por los Jardines de Pedro Luis Alonso sirvió para recordar el desaparecido estanque de patos y para admirar la estatua del biznaguero, que originalmente compartía espacio en la plaza de la Marina con el cenachero, las dos obras de Jaime Pimentel, quizás el escultor con más esculturas públicas en la ciudad de Málaga.

Otro artista prolífico, Adrián Risueño, fue el autor del busto a Juan Temboury, a la entrada de la Alcazaba, un emplazamiento que resume la labor de preservación de este malagueño, que transformó en monumento visitable lo que antes era un barrio más de Málaga y en penoso estado de conservación.

La estatua a Pedro de Mena junto a su casa-taller de calle Afligidos, la estatua al marqués de Larios y el monumento a Andersen, en la Acera de la Marina, completaron este paseo por el patrimonio escultórico de Málaga. El domingo 16 de diciembre habrá otra visita.