Apodar (poner motes o apodos a personas o cosas) es una costumbre muy arraigada en España, y posiblemente más, en Andalucía.

Málaga no es una excepción. Sin que se conozca exactamente el origen de cada uno de los motes aplicados a personas e incluso inmuebles, los apodos se amontonan por doquier; incluso en un pueblo de nuestra provincia se editó hace años una guía telefónica de los abonados del municipio, sustituyendo el nombre y primer apellido por el mote o como eran conocidos en el vecindario. Los motes, por lo general, tienen su raíz en los ancestros familiares, en algún defecto físico, en algún detalle concreto... y casi siempre un poco sangrientos, como sucede con las caricaturas, un arte que tuvo gran auge hace años y que ahora se practica poco. En la prensa de Málaga del siglo pasado era muy frecuente recurrir a la caricatura cuando se entrevistaba a un personaje. Sánchez Vázquez fue uno de los más destacados. En La Vanguardia de Barcelona se hizo famoso el entrevistador-caricaturista Del Arco.

Los edificios tienen mote

En nuestra capital hay muchos edificios que son conocidos por el mote que se les puso en su día, y siempre, como en todos los casos, respondiendo a alguna circunstancia concreta. ¿Quién no ha oído hablar del Palacio de la Tinta, El desfile del amor, de la La casa de las Tres Chicas, de la Gallina Papanata, La Casa de los Fantasmas, El Palacio del Colesterol, Barbarela, Barbarela de Portillo, el Mufeo...

Algunos de los casos citados no necesita aclaración; en otros casos, el origen del apodo es menos conocido y voy a intentar en el menor número de palabras contar cada una de las historias.

El Palacio de la Tinta

El más popular es el Palacio de la Tinta, edificio que se alza en el número 20 del Paseo de Reding y que durante años fue sede de la Confederación Hidrográfica del Sur de España y Comisaría de Aguas... y que ahora es sede de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, mucho edificio, pienso, para una simple delegación. Cuatro plantas y sótanos es demasiado.

Pero vamos con la historia del inmueble. A la entrada, una placa ayuda al por qué del nombre de Palacio de la Tinta. Reza que el edificio, proyectado por el arquitecto Julio O´Brien, se construyó en 1908 para albergar la oficina de los Ferrocarriles Andaluces, del que era director Leopoldo Keromnés. Precisamente una de las dos calles laterales lleva el nombre de Keromnés. En la misma placa se recoge lo que Vicente Aleixandre pensó de la construcción: «Un edificio muy grande y algo destartalado y los malagueños con esa cosa que tienen para nombrar y bautizar... llaman Palacio de la Tinta».

¿Por qué los malagueños se inclinaron por el remoquete Palacio de la Tinta?

Pues porque en Ferrocarriles Andaluces trabajaban muchísimos escribientes, de los de pluma y tintero porque entonces todo se escribía a mano. La máquina de escribir, que hoy es pieza de museo, todavía no se había implantado. En las oficinas de Ferrocarriles Andaluces corrían ríos de tinta a diario. Y de ahí el remoquete de Palacio de la Tinta, que se mantiene siglo y medio después de su inauguración. Del primitivo inquilino pasó a sede de Renfe, Confederación Hidrográfica del Sur, Comisaría de Aguas, Cuenca del Mediterráneo... pero manteniendo siempre el sobrenombre de Palacio de la Tinta.

El Palacio del Colesterol

El Palacio del Colesterol ya no existe. Era un palacete frente a la última construcción de Bellavista antes del Paseo Marítimo. Fue demolido hace años para levantar en su lugar un gran edificio de viviendas. El elemento más destacado de la zona era, y es, el inmenso ficus que cruza el último tramo de la avenida del Pintor Sorolla. El arbol formaba parte del jardín del llamado Palacio del Colesterol.

No recuerdo cómo se denominaba la villa o chalet que se transformó en palacete. El caso es que la persona que lo adquirió y rehabilitó fue don Esteban Pérez Bryan, farmacéutico de profesión y que en 1918 fundó el laboratorio que llevaba sus apellidos: Laboratorios Pérez Bryan. Primero estuvo en la calle Huerto del Conde y al crecer de forma espectacular se mudó a la Alameda de Colón, 2, edificio que años después compartió con las redacciones de Sur y La Tarde, periódicos de Prensa del Movimiento, del que subsiste Sur, y los talleres, Pérez Bryan ocupaba la mitad de la primera planta y en los años 40 del siglo pasado casi un centenar de mujeres trabajaba en el laboratorio.

El producto estrella, el que hizo famoso el laboratorio y a su propietario, era el Colesterol en inyectable y más tarde se comercializó también en supositorios. El fármaco estaba indicado para el tratamiento de las afecciones del aparato respiratorio y sobre todo para prevenir resfriados, catarros, y la gripe. Cuesta trabajo en 2013 admitir que hace setenta u ochenta años las personas de todas las edades se inyectaran colesterol, cuando hoy media humanidad toma medicinas para reducir su presencia.

El caso es que el señor Pérez Bryan se enriqueció con el medicamento por él creado. El Colesterol Pérez Bryan se vendía en toda España e incluso se exportaba a diversos países. Como padre de familia numerosa decidió comprar la villa o palacio de Bellavista y lo acondicionó a su gusto.

No recuerdo si le puso nombre a su nueva residencia, pero los malagueños le encontraron el apodo o mote adecuado: Palacio del Colesterol.

Hoy, lo del colesterol, ha derivado hacia el Paseo Marítimo, que mucho denominan Paseo del Colesterol por la cantidad de personas que por indicación médica lo recorren a diario para reducir la tasa de colesterol en la sangre.

La Casa de las Tres Chicas

No, no se trata de una casa o vivienda en la que moraban tres chicas o jóvenes más o menos alegres, timoratas, jocosas o ligeras de cascos, como se tildaba entonces a las chicas que se movían en el límite de la decencia y el atrevimiento. La casa en cuestión no fue apodada por la presencia o existencia de tres chicas.

Tres chicas, en el lenguaje coloquial de los años 1940 y sucesivos hasta la desaparición de la peseta, equivalían a tres monedas de cinco céntimos cada una. Entonces a la moneda de menos valor, la de 0,05 pesetas o 5 céntimos se la conocía como perra chica, y a la de 0,10 pesetas o diez céntimos, por perra gorda.

En la calle Córdoba, que antes se llamó Alameda de Carlos Häes, en honor de un pintor belga que durante un tiempo residió en Málaga, en la citada calle, repito, donde hoy está el Teatro Cine Alameda, hubo un cine muy popular, el Pascualini, inaugurado en 1907 y que voló por los aires el 2 de enero de 1937 (en plena guerra civil) al caer una bomba que iba dirigida al Banco de España, situado a pocos metros del barracón que funcionaba como cine. El dueño del cinematógrafo era Emilio Pascual Marcos. La costumbre de extranjerizar los nombres no es de hoy, sino de siempre, y el señor Pascual italianizó su apellido convirtiéndolo en Pascualini.

Y a lo que íbamos: la entrada de preferencia costaba 30 céntimos o tres perras gordas, y la de general, 15 céntimos o tres chicas. El señor Pascual con el dinero que ganaba construyó una casa en los alrededores del cine, en la calle Simonet, y claro, como la había levantado con las 3 chicas del precio de la entrada más barata, los malagueños inmediatamente la bautizaron como la casa de las chicas.

Barbarela

Barbarela fue la primera gran discoteca que se construyó en Málaga; bueno, fue en Torremolinos, pero en aquel entonces Torremolinos formaba parte del municipio malagueño.

La gran discoteca, que creo que tenía capacidad para mil personas, estaba a la entrada de Torremolinos viniendo desde Málaga por la carretera 340. El arquitecto diseñó el exterior a base de unos originales módulos de color dorado terminados en punta redondeada. Para ahorrarnos la descripción técnica nos remitimos al edificio Barbarela en la avenida Juan XXIII, sede del Instituto de Higiene y Seguridad en el Trabajo, edificio conocido por Barbarela porque el diseño exterior era similar al de la sala de fiestas. La propia Seguridad Social lo denomina así a todos los efectos. Fue el pueblo el que lo bautizó como Barbarela el día de la inauguración, y así continúa. Incluso frente al Instituto, que creo que oficialmente lleva el nombre de San José Obrero, se instaló una óptica con el nombre de Barbarela, denominación repetida en otras ópticas del mismo propietario en diversos sectores o barrios de la ciudad.

Pocos años después del primer Barbarela de Torremolinos y del Centro de Higiene y Seguridad en el Trabajo, la empresa Portillo, que explotaba el servicio de transporte de viajeros entre la capital y Torremolinos y otros puntos de la Costa del Sol, construyó un gran garaje para su flota de autobuses en la Carretera de Cádiz, con un exterior similar, y entonces se le empezó a llamar Barbarela del Portillo, hasta que desapareció el gran garaje. Pero no prosperó mucho el mote, como tampoco cuando se construyó el Hospital Parque San Antonio, al que se le empezó a llamar 19 de Julio porque estaba a continuación del Sanatorio Francisco Franco de la Obra Sindical 18 de Julio, y que se redujo a 18 de Julio, edificio que hoy es sede de la Subdelegación del Gobierno. Esos apodos no llegaron a calar en el pueblo.