«Perdí la voz, me detectaron un cáncer en el sistema linfático. Imagínate para una persona que vive de la voz por la enseñanza y porque he cantado en hoteles. Es duro, pero lo he llevado muy bien, tengo mucha ayuda de amigos», confiesa Francisco Martín Pino, Paco Pino para quienes le conocen bien.

Afortunadamente habla alto y claro, superada ya la enfermedad, en su preciosa casa de Churriana, levantada gracias a la actividad incansable del hombre que ha puesto música a su barriada de adopción, porque nació en la Trinidad en 1944. Su padre trabajaba, «cuando había trabajo», en el puerto y era de los que perdió la guerra, «así que vivíamos muy mal», recuerda.

En la banda de música del Frente de Juventudes tocó el tambor, pero la banda duró un suspiro. Estudiante de las Escuelas del Ave María, entonces en el Pasillo de Natera, un cura «muy listo» tuvo dos ideas geniales: crear una banda de música y sus miembros recibirían a cambio la merienda, y además, habría matrícula gratuita en el conservatorio y becas para los mejores. «Había una cola de tíos para la banda de música, aunque no teníamos ni idea de lo que era un instrumento», ríe. En la banda del Ave María coincidió, por cierto, con José María Puyana, el fundador de la banda de Miraflores-Gibraljaire.

Con 15 años tuvo que tomar una alternativa: «O trabajaba o seguía con la música». Así que para seguir estudiando en el conservatorio (empezó con flauta y luego pasó a tocar la trompeta) ingresó en el Ejército (cuartel de la Trinidad) y en la banda militar, donde estaría cuatro años. Para complicar más su horario, empezó a trabajar en El Pimpi de trompetista, pese a ser menor de edad: «Conocíamos a los inspectores que iban a pedir la documentación, y cuando se acercaban me metían en un barril y no salía hasta que se iba».

El Pimpi, recuerda Francisco, era un buen negocio, con un ir y venir de grupos de turistas en plena época de las famosas suecas mientras tocaban música de baile y acompañaban en las actuaciones de flamenco. «Llevaba a mi casa 150 pesetas cuando mi padre ganaba 33», destaca. Durante tres años estuvo trabajando en El Pimpi con Chiquito de la Calzada, a quien recuerda como un gran profesional, serio y trabajador, y también con muy buenos reflejos porque, en una ocasión, un escritor americano amigo de Hemingway les ofreció 500 pesetas si tocaban Cielito Lindo. «Hablaba español y había estado viviendo en México», explica el músico. El caso es que Chiquito de la Calzada escuchó la propuesta, cogió de la pared un poncho y un sombrero mexicano, los sacudió en el patio y entró en El Pimpi vestido de mexicano y cantando Cielito Lindo. Se llevó buena parte de la propina (el resto, para los músicos).

El siguiente paso, tras dejar El Pimpi, la Banda Municipal de Málaga, con Perfecto Artola (padre) y adiós al cuartel «Gracias a Dios, desapareció la disciplina cuartelera, era un nivel más alto que el Ejército».

Y casi al mismo tiempo, la orquesta de Perfecto Artola (hijo) en el Meliá Tres Carabelas de Torremolinos, donde pudo ver a su ídolo Di Stefano y cómo la hija de Franco les pedía que tocaran más tiempo. No pudieron ni a responderle: «Un guardaespaldas habló por nosotros y dijo, hasta la hora que haga falta».

Son los años 60 y a Francisco le proponen, concluidos los estudios en el conservatorio, incorporarse a la orquesta de músicos argentinos Los Cinco del Plata, pues el trompeta se había ahogado en Tenerife. Y ya veinteañero, recorrió los mejores clubes de España como el Florida Park o el Pasapoga de Madrid y también actuó en Italia y Portugal, además de grabar algún disco.

Durante un tiempo en Canarias, conoció a Bente, una noruega de 18 años, su futura mujer. «Fue el momento más importante de mi vida», recuerda. Un par de años más tarde, para poder coincidir con ella un verano en Marbella, convenció a los miembros de su grupo para descartar dos exóticas ofertas que les presentaba Antonio Rodríguez de Espectáculos Mundo: actuar en Hawai o en la base americana de la isla de Guam, también en el Pacífico. Se decidieron por el Hotel don Pepe.

Por cierto que la boda se precipitó por la dificultad de la España de entonces de ser pareja de hecho y con descendencia. «Nos casó un cura comunista de Portada Alta».

Francisco Martín Pino y familia regresan a Málaga, conseguidas las oposiciones en la Banda Municipal de Málaga y tras una temporada en Playamar se marchan a vivir a Churriana. Su vida volvió a cambiar el día que fue a inscribir a su hija en el colegio Ciudad de Jaén. «El director me dijo, al saber mi profesión, si no podía hacer una banda de música aquí».

Comenzó entonces un trabajo paciente y sacrificado. Consiguió los 22 primeros instrumentos en la tienda Polifonía, «para pagárselos poco a poco», apunta. Cuando reunió a los primeros niños de 8 a 10 años en el gimnasio del colegio y les preguntó por un músico famoso, alguien levantó la mano y respondió: Manolo Escobar. «No sabían quién era Mozart o Beethoven», resume.

Con este panorama, pero con mucho tesón y la ayuda de Manuel Berjillo de la Banda Municipal, que le echó un cable con el clarinete -«pues cuando empecé yo no tenía ni idea de percusión ni de instrumentos de madera»- fue forjando un auténtico milagro, y no es una frase hecha porque, pese a que las bandas tardan entre tres y cuatro años en salir, a los tres meses consiguió que tocaran su primera marcha. ¿El secreto?, lo descubrió la gente al escucharla: «Era una lección de solfeo del primer día». El éxito cuando apareció desfilando por las calles de Churriana fue rotundo y comenzaron las primeras ofertas.

En una de las fotos que acompaña este reportaje puede verse al artista malagueño dirigiendo su banda durante la inauguración de La Cónsula en 1980. El director, además, comenzó a estudiar clarinete porque su afán por el estudio ha sido una constante y como prueba, su última etapa profesional en los hoteles Riviera y Pez Espada, en donde cantó y tocó el órgano. La banda de música que creó de la nada es hoy la Asociación Musical San Isidro Labrador de Churriana, la segunda en antigüedad de las bandas de barrio tras la de Miraflores-Gibraljaire.

Su siguiente sueño convertido en realidad, aunque sólo durara el tiempo que estuvo entregado a él, fue la creación de un conservatorio elemental en Churriana hacia 1990, con cinco aulas: piano, guitarra, solfeo, clarinete y flauta. «Con lo que ganaba la banda de Churriana se compraban ordenadores, instrumentos...», recuerda.

Y también compone Francisco Martín Pino, entre otras obras un pasodoble que dedicó a su buen amigo Cristóbal de Churriana, el cronista de este antiguo pueblo, y que estrenó la Banda Municipal de Málaga. «Personas como Cristóbal que trabajan por amor al arte no las hay», argumenta.

Rodeado de música, viviendo la música, Francisco Martín Pino, Paco Pino, tiene hoy la satisfacción de contar con un hijo que sigue sus pasos. Ha sido el hombre que ha puesto música a Churriana y hoy disfruta de un descanso merecido, por fin con la salud bien afinada, dispuesto a seguir disfrutando con lo que le ha hecho tan feliz: la música, los amigos y la familia.