­Un gesto sencillo que se ha convertido en un ritual en miles de hogares malagueños. El reciclaje de los tapones de plástico que a diario se generan en cualquier hogar gana adeptos por días porque detrás de las numerosas campañas de recogida que hay activas en la provincia están los rostros y las historias de pequeños que buscan ayuda para financiar sus tratamientos médicos o para costear investigaciones que les concedan una oportunidad. Pero, ¿cómo empezó todo?

El movimiento de los tapones solidarios llegó a Málaga hace unos dos años de la mano de Isabel, madre de Jorge, un niño del Puerto de la Torre que padece ataxia-telengiectasia, una enfermedad que no tiene cura ni tratamiento. Siguiendo una campaña que la Aefat (asociación española que integra a familias afectadas por esta enfermedad) había iniciado en otras provincias, Isabel se dispuso a abrir camino en Málaga para conseguir fondos y financiar una investigación sobre la enfermedad de su hijo, objetivo hoy cumplido. Pero no fue fácil.

Asegura que se patearon no pocas empresas de plástico de la provincia, pero lo de reciclar tapones domésticos no convencía a nadie. No se había hecho nunca y el sector no parecía verlo claro. Hasta que pegó a la puerta de Replasur, una empresa familiar que trabaja desde hace más de 30 años con el plástico, pero que jamás se habían planteado reciclar tapones. De hecho, asegura Marta, una de sus trabajadoras, «los tirábamos a la basura». Hoy, una vez al mes sale de esta planta un camión con unos 12.000 kilos de tapones triturados y lavados que encierran historias reales que han movilizado a muchos malagueños.

Para esta empresa aceptar la petición de Isabel no fue fácil. No todos están hechos del mismo material, lo que dificulta su reciclaje, y tampoco encontraban cómo darle salida al material resultante. Sin embargo, lejos de darse por vencido por los inconvenientes, su dueño, José Luis Delgado, decidió buscar soluciones. Encontraron un producto que permitía reciclarlos todos al mismo tiempo y una empresa de fuera de Málaga que aceptó comprarles el producto resultante para convertirlo en cajas de fruta.

Afirma Marta que aprendieron sobre la marcha y que ahora, más o menos, el proceso se ha normalizado. A diario les llegan miles de tapones a través de incansables familias que se recorren Málaga de cabo o rabo recogiendo el fruto de una iniciativa que rinde económicamente si te mueves mucho. El kilo de tapones de plástico se paga hoy, después de varias bajadas por los costes que conlleva el reciclaje y porque cada vez es más difícil dar salida a todo el material, a 0,15 céntimos, precio válido sólo para estas familias, porque «no hay ánimo de lucro y lo que se busca es ayudar». De hecho, «cuando vienen empresas o particulares para vender plásticos se lo pagamos más barato y casi se les quitan las ganas de venir», comenta Marta.

Una bolsa de basura en la que entran unos 7 kilos de tapones viene a salir por un 1,05 euros, cantidad a priori insignificante, pero que la solidaridad de los malagueños permite que se multiplique hasta conseguir mejorar la calidad de vida de muchos niños. A Replasur, asegura su responsable, la operación apenas le deja para cubrir gastos.

En estos dos años todos, empresa y padres han aprendido que después de la recogida toca cribar el material, porque entre los tapones han encontrado de todo. Tijeras con el mango de plástico, cubiertos, pilas, tapones de corcho, chapas de botellas, móviles, llaves y hasta una cafetera, materiales todos que hay que apartar y que ralentizan el proceso. Los buenos, dicen, son los tapones con una marca circular en el centro.

Aprendida la lección, detrás de Isabel y de Jorge, que hoy siguen reciclando tapones pero para atender las necesidades de otros, llegaron muchas más historias. La voz se corrió y hoy en una corchera que hay en la oficina de Replasur cuelgan los DNI de unos 30 padres, que son los únicos que están autorizados para cobrar los tapones que poco a poco van llevando a su nombre familiares, empresas y particulares.

Paco, el abuelo materno de Idaira, es de los habituales. Llega a primera hora de la mañana y regresa a última hora de la tarde. En su maletero, kilos y kilos de tapones que buscan aliviar el día a día de su nieta. Los alrededor de 10.000 kilos que la familia recoge todos los meses les reportan unos 1.500 euros que permiten sufragar parte de los gastos de fisioterapia de Idaira. El esfuerzo, asegura, merece la pena.

Marta y su compañera Pepi coinciden en que cada una de las campañas de recogida que se inician y que terminan en esta planta de reciclaje han dejado huella, y eso que intentan no empatizar con las familias, pero, al final, resulta inevitable. «Llegan, te traen los informes médicos para demostrar que el objetivo de la recogida es real y terminan desahogándose contigo», explica Marta, quien reconoce que la generosidad de estos padres llega al punto de que cuando consiguen lo que necesitaban pasan sus puntos de recogida a otros e incluso siguen reciclando para otras familias o asociaciones, caso de la Asociación de Fibrosis Quística.

Y para despejar las dudas de quienes no tienen muy claro qué de bueno puede tener reciclar los tapones domésticos, más allá de los beneficios para el planeta, Carmen, madre de una pequeña con parálisis cerebral que vive en el Puerto de la Torre, explica que los tapones que ellos han recogido (unos 3.500 kilos que, en su caso, han terminado en una planta de reciclaje de Granada), le han permitido comprar un aparato para mantener erguida la cabeza de su hija Carmen en la silla, pero también para adquirir una hamaca ortopédica para poder bañar a su pequeña. En cualquier caso, al igual que Carmen, son muchas las familias que utilizan internet para rendir cuentas e informar con detalle sobre el destino del dinero que recaudan gracias a un movimiento solidario que ha dado a conocer historias que, muchos casos, han movilizado a futbolistas, músicos, actores y un sinfín de ciudadanos anónimos.