Abierto defensor de los medicamentos genéricos, Yusuf Hamied, hasta hace unos meses director general del fabricante de genéricos Cipla, la empresa farmacéutica más antigua de la India, revolucionó hace más de diez años el tratamiento contra el sida al proponer medicamentos a bajo precio para los más pobres del planeta. Hace un año empezó a hacer los mismo pero con medicamentos para tratar distintos tipos de cáncer a precios cuatro veces más baratos que los que comercializan las grandes empresas farmacéuticas. A sus 77 años, Hamied, que continúa trabajando como presidente no ejecutivo de la empresa que creó su padre, ha pasado unos días en la Costa del Sol, destino que visita con relativa frecuencia y en el que nunca falta una visita a Cudeca.

Usted es un importante hombre de negocios que ha demostrado tener una gran conciencia humanitaria.

Nosotros hacemos genéricos a precios bajos y, a pesar de eso, hacemos dinero. ¿Qué no ganarán entonces las grandes empresas farmacéuticas? Es obsceno. Creo que si estás en el negocio de la salud, tienes que mezclar negocio y trabajo humanitario. Cuando hablo con los miembros de mi empresa siempre les digo que deben estar orgulloso de ser parte de la labor social que no sólo estamos haciendo en la India, sino en todo el mundo.

Su empresa es una de las más importantes en la fabricación de medicamentos genéricos.

Sí, es la catorce en todo el mundo. Y en India estamos entre los líderes.

¿Cree que la salud de las personas está en manos de las grandes farmacéuticas?

Por supuesto, pero no sólo de los medicamentos de marca, también de los genéricos.

Pero acceder a medicamentos básicos, como un paracetamol, debería ser algo natural, al alcance de cualquiera y a precios asequibles.

En la farmacia se debe insistir para que te den un genérico porque la composición es exactamente la misma que la de las marcas, que pertenecen a las grandes multinacionales y que por eso son más caros.

El poder del monopolio.

Claro. Un ejemplo. Hay una medicina que se puede hacer para tratar el cáncer de próstata. En España el coste puede ser de 4.000 euros al mes, mientras que en la India costaría menos de 700 euros. En HIV-Sida, el tratamiento con antirretrovirales de un paciente aquí tiene un coste anual de unos 5.000 euros; en EEUU, 24.000 dólares al año, y nosotros lo estamos dando en África por unos 100 dólares. Y es el mismo tratamiento pero con Odimune, la versión genérica de Atripla. Ahí se ve el poder de los monopolios, pero también influye el papel de las patentes. España no tenía hasta que entró en la Unión Europea, y por eso podía vender más barato.

En 2001, cuando su empresa revolucionó el tratamiento del sida al abaratar el precio de la triple terapia, se echó encima a las grandes farmacéuticas.

Es que, en el año 2000, sólo 4.000 personas en África podían ser tratados de sida. La terapia costaba unos 12.000 dólares por paciente y año. Al día morían unos 8.000 afectados. En 2001 empezamos a vender un cóctel triple genérico por 350 dólares. Se trataba del mismo medicamento y pudimos hacerlo porque África estaba libre de patentes y la India también. Desde entonces nueve millones de personas han sido tratadas gracias a la terapia genérica.

¿Y planea seguir desafiando a las multinacionales?

Por supuesto, queremos llegar a quince millones de personas, ¿quiere saber por qué? Antes, si el nivel de inmunidad (la carga viral) era bajo se podía iniciar el tratamiento. Ahora se aplica aunque la carga viral esté alta, porque se vio que incluso siendo seropositivo, si se está en tratamiento, no se transmite a la pareja en un 96% de los casos.

Se dice que India es la gran farmacia de genéricos del tercer mundo.

India produce el 92% de los medicamentos para el sida, con un valor de un billón de dólares. El otro 8% pertenece a multinacionales, con un valor de 16 billones.

Y eso le ha granjeado muchas críticas por parte de ese sector.

Quiero dejar claro que nosotros no nos saltamos ninguna ley. Siempre he trabajado respetando la ley del país. En 1972, India decidió que las patentes sólo protegían la forma de fabricar los medicamentos, no el propio medicamento. Bastaba entonces utilizar otro método de fabricación para hacer el mismo medicamento, pero mucho más barato.

Pero ya no es así.

En el año 2005, India adaptó su reglamentación con la Organización Mundial del Comercio, que reconoce que las patentes tienen un periodo de vigencia de 20 años, pero con efectos retroactivos a 1995. Ahora, no podemos fabricar genéricos de medicamentos descubiertos después de ese año. De hecho, en 2006 y 2008 se han descubierto dos medicamentos nuevos para tratar el sida pero no puedo hacerlos hasta que no se acabe la patente. He rogado a las compañías que me dejen fabricarlo a precios más económicos, porque son medicamentos mejores, menos tóxicos, y podrían beneficiar a millones de personas. Siempre he defendido que el acceso a la medicina es un derecho de la humanidad, pero a precios asequibles.

Entonces, la salud se ha convertido en una cuestión económica.

Sí, pero por culpa de las patentes. Una patente es un regalo, un privilegio que un país, un gobierno le da a un inventor para que tenga la exclusividad de producirlo. Pero no podemos olvidar que ese privilegio es revocable en caso de emergencia nacional. Por eso, después de más de diez años por el sida, y de que muchas empresas hayan llegado a África, el próximo objetivo es el cáncer. Y se puede hacer a través de las las llamadas licencias obligatorias que permiten fabricar versiones genéricas de medicinas demasiado caras para los países más pobres.

Usted lleva años viniendo a la Costa del Sol, ¿qué opina de la situación del sistema sanitario español? Hace un año se abrió la veda del copago farmacéutico.

Cuando hablo con los médicos de aquí les digo que lo primero que España tiene que hacer es estudiar las leyes de patentes que se aplican aquí y estudiar cuáles son los puntos que están permitidos, por ejemplo, en leyes de interés nacional; qué puede hacer el país, como en el caso del sida o para el cáncer. Por ejemplo, Brasil, Tailandia, Indonesia o Malasia tienen leyes para estas enfermedades. Canadá también cambió la ley para poder acceder a todas las medicinas genéricas.

En España empieza a haber gente que no puede costearse un tratamiento.

El monopolio de las grandes empresas farmacéuticas obliga a los gobiernos a pagar altos precios por las medicinas Lo que deben hacer es pagar menos por las más caras, y así tendrían más dinero para atender a más pacientes. Canadá ya lo ha hecho. La obligación de los gobiernos es proteger la salud de sus ciudadanos. Lo más importante es proteger y cuidar la salud y la educación de un país.

Andalucía ha planteado la subasta de medicamentos pero el Gobierno la ha recurrido.

En Alemania también se ha empezado a hacer, pero no para medicamentos de marca, sino para los genéricos, y están ahorrando mucho. Estoy convencido de que si se estudian las leyes se puede encontrar la fórmula para importar medicamentos que se pueden vender mucho más baratos.

Donación

Después del sida, su labor humanitaria se ha centrado en el cáncer.

Siempre he querido colaborar, hacer algo relacionado con el cáncer. Un día hace quince años una ONG me invitó a conocer la Fundación McMillan de cuidados paliativos. Hacen un trabajo maravilloso y eso me dio la idea de hacer algo parecido en la India. Así que un año después empezamos con un hospital con 50 camas, pero no como un sitio para morir, sino como un lugar para la esperanza. Allí los pacientes están siempre acompañados por un familiar o un amigo al que enseñamos cómo cuidar al paciente cuando se va a casa. Por eso, empezamos también a formar a enfermeras en cuidados paliativos porque su labor es esencial.

Y cómo llega a conocer la labor de Cudeca, con la que ha establecido fuertes vínculos.

A través de una amiga que trabajaba en la Asociación Concordia Antisida de Marbella. Ella me comentó el extraordinario trabajo que hacían en Cudeca y no me pude resistir. Mi mujer y yo fuimos a la Fundación, conocimos a su fundadora, Joan Hunt, y nos llegó al corazón. Nosotros también tenemos una fundación y nos sentimos muy identificados con la labor que hacen en el cuidado de los enfermos de cáncer y en la atención a sus familias. Estamos muy orgullosos.

Y ha decidido echarles una mano.

Es que el trabajo que hacen tiene un valor incalculable. Al principio quisimos que una de las habitaciones de Cudeca llevase nuestro nombre e hicimos un pequeño donativo. Pero después, y viendo que tenían dificultades económicas, decidimos hacer una donación de un millón de euros en diez años. Hacen falta más sitios como Cudeca.

Ahora que se ha retirado de la primera línea en su empresa, ¿quién le va a suceder?

Yo no tengo hijos, pero mi hermano, que trabaja en Cipla, tiene dos que también trabajan en la empresa y lo están haciendo muy bien. La próxima generación está asegurado, después ya se verá. Ahora nuestro objetivo es África, donde tenemos una fábrica y hacemos genéricos para la malaria y el sida.