La sentencia del mayor caso de corrupción política y urbanística del país se salda con un fuerte castigo al núcleo duro del exasesor urbanístico de Marbella, Juan Antonio Roca, pero pasa de puntillas sobre los actores secundarios del caso, oportunistas, buscafortunas, empresarios de la construcción y otros robaperas que conformaban el engranaje de la trama. En total, la mitad de los acusados han sido absueltos. Sólo la exalcaldesa Marisol Yagüe derramó lágrimas cuando acabó la lectura de la sentencia.

En la sala de vistas había una muestra de laboratorio de todo un modo de vida, de una concepción obscena de la política municipal, del mercadeo urbanístico, de un desmedido afán de lucro generalizado y del oropel marbellí de aquellos quince años del gilismo y sus efectos, de una ciudad corrompida.

La sentencia llegó al fin y no ha caído igual para todos, cada uno la cuenta según le ha ido. La exalcaldesa Marisol Yagüe, nerviosa durante toda la lectura y buscando con la mirada a sus hijos entre el público, se derrumbó al final, como quien suelta una enorme carga emocional contenida hasta entonces. No estaba contenta: "no es justo", se lamentaba. Al mismo tiempo muchos se aproximaban para felicitar a la hija de Juan Antonio Roca, por su absolución y por la suerte que ha corrido su padre a quien le caen 11 años. El fiscal pedía mucho más. Treinta años de cárcel.

Habrá, a partir de ahora, infinidad de interpretaciones sobre la sentencia, que se esperaba ejemplarizante. Pero, verdaderamente, ya se había hecho justicia antes de que llegara. La investigación inicial, que fue un tercer intento de meter mano a este sistema corrupto de sobornos y pagos por favores urbanísticos, fue un logro en sí misma. La instrucción de aquel juez valiente, MiguelÁngel Torres, el proceso judicial y la actuación fiscal han sorteado todo tipo de dificultades y al final, siete años después, ha habido una sentencia. Y en este largo camino hemos aprendido sobre todo que hay que actuar inmediatamente ante cualquier alarma de corrupción política, que la condescendencia es el síntoma y también la causa de la enfermedad. Gracias a este proceso, ahora hay más medios judiciales para afrontar la corrupción y más sensibilidad social. Es difícil pensar en estos momentos en que se presente un caso tan chusco como que ahora cierra página.

Mientras el presidente de la sala leía el fallo de la sentencia, no se oía el vuelo de una mosca. Los acusados se felicitaban entre ellos cuando había una absolución. Parecía un sorteo, todo expectación. Un sorteo en el que participaban 84 personas sentadas en varias filas de sillas, de aspecto normal. Algunos hacían dibujos a lápiz en folios doblados, otros cuchicheaban a cada frase del magistrado José Godino. Pero no eran obreros del metal. Uno pintarrajeaba con una estilográfica Montblanc, otro leía sus apuntes con unas gafas Vogue, dos filas más adelante aquel esperaba su sentencia con una americana Armani, el pañuelo de cachemir doblado primorosamente en el bolsillo superior, un traje mil rayas azul cielo..., todos impecables. Cuánto estilo (olvidemos el chaleco de Julián Muñoz). Daba gusto verlos.

Aún así, ahí estaban, sentados a la espera de su turno: cohecho, prevaricación, blanqueo, malversación, maquinaciones diversas, todas ilegales. Vistos todos ellos desde las últimas filas de la sala, no podía dejar de preguntarme cómo era posible, cómo permitimos que esta tropa, todo cogotes tensos ahora desde la perspectiva de mi asiento, dirigiera un ciudad tan querida, bella y respetada.

Y la lista de penas proseguía gota a gota. El único consuelo de Marisol Yagüe (número 70 en el orden de lectura) era su abanico, que la liberaba a cada rato de los sofocos. Hábitos de una extonadillera que llegó a sentarse en el sillón de la alcaldía de Marbella. A su compañera de fila, Isabel García Marcos (la 71), el abanico sólo la adornaba y se mostró más parlanchina que su colega. Cuando todo acabó se fundió en un intenso abrazo con su marido y luego le dio tiempo a decir en plan irónico, o no, que estaba encantada con la sentencia y que iba a seguir demostrando su inocencia. Hablo de ellas porque las tenía delante, igual que a Monserrat Corulla, la colaboradora de Roca a la que le han tocado cuatro años y una multa de treinta millones. De euros.

A punto de acabar los 45 minutos largos de lectura, Godino enumeró los bienes decomisados a los condenados. Y fue un paréntesis definitivo. Un símbolo de la magnitud del asunto: una avión, cuentas en Suiza, palacios, reses y caballos, sobres con dinero encontrados en los domicilios de varios condenados, muchos sobres con muchos billetes en los cajones de la mesilla, en las cómodas, y, al final, como una lágrima derramada a escondidas, un reloj Bulgari de alguien, no recuerdo de quien. Una máquina italiana maravillosa, artesanía pura para la dolce vita, que acabó delatando a su propietario. Alquien se dio cuenta, lo pilló y hasta aquí hemos llegado. El resultado ojalá haya sido una vacuna contra las corruptelas para toda una generación.