El presente laboral en España es negro a pesar de los intentos del Gobierno por hacer ver lo contrario. La reforma laboral, hasta ahora, ha venido maquillando cifras de paro, pero no ha servido para crear empleo. Ante este horizonte desalentador, son miles los jóvenes que hacen las maletas buscando una salida que en su país no encuentran. Alemania vuelve a ser destino predilecto, como en la emigración española de los 60, de maletas de cartón, longaniza y boina encasquetada hasta las cejas. Pero el sueño alemán se convierte, a veces, en pesadilla. No faltan desaprensivos que se aprovechan de la desesperación para sacar rédito económico a base de estafas y engaños.

Un grupo de 140 españoles en paro malviven en Érfurt atraídos por una promesa de trabajo que en realidad no existe. Entre ellos, un malagueño. «Era un sueño poder trabajar, aprender un idioma y emprender una nueva vida. Sabía que iba a ser duro, pero una cosa es eso y otra el tener que sobrevivir de esta manera», asegura.

Álvaro Cortés, de 27 años, licenciado en Administración y Dirección de Empresas y en paro desde hace dos años, sin subsidio y sin esperanzas en España, se enteró de estas falsas ofertas de formación dual y de trabajo por un anuncio que vio en la oficina del INEM de Arganda del Rey, su lugar de residencia habitual, a principios de julio, cuando fue a renovar unos papeles.

La historia no puede ser más extraña, rocambolesca y desgraciada para sus protagonistas. Álvaro narra que después de enviar su currículum, recibió la llamada de la persona encargada de hacer el «reclutamiento». Acudió a una entrevista personal en la sede de una asociación de empresarios de Arganda.

En esta cita, el reclutador le informó de que el proyecto consistía en recibir un curso de alemán en España de unas 170 horas durante un mes, (algunos tuvieron que pagar 150 euros, aunque Álvaro no pagó nada); un curso de alemán adicional al llegar a Alemania; beca de transporte de 300 euros, otra beca adicional de 500 euros por mudanza, así como alojamiento, en principio, una vivienda compartida entre dos o tres personas. Del mismo modo, la empresa ofrecía ayuda para llevar a cabo los trámites iniciales, como empadronamiento (indispensable para optar a un trabajo en Alemania) o apertura de cuentas bancarias. Si el candidato optaba por hacer un curso, recibiría una paga extra de 818 euros mensuales, y en el caso de ir a trabajar, una ayuda el primer mes de 890 euros.

Tras estudiar el currículum de Álvaro, el entrevistador acuerda que, por su perfil, podía elegir entre hacer la formación dual en hostelería (recepción y dirección de hotel) y en varias ramas de administrativo; o ir directamente a trabajar, dado que tenía experiencia suficiente.

A principios de agosto comenzó el curso de alemán en Madrid. «Hasta entonces todo iba perfecto. El entrevistador acudía cada 2 o 3 días a ver nuestros progresos, así como su otro socio en España. También conocimos a la socia alemana», indica Álvaro, que incluye estos nombres en el relato.

Sin embargo, terminó el curso y los aspirantes aún no sabían el empleador para el que iban a trabajar. «Nos dijeron que teníamos que hacer una entrevista para que nos conociera, cosa que veíamos normal», dice. De igual modo, comentaron que aquellos que tenían titulación superior seguirían otro plan: seis meses trabajando en un hotel para mejorar el alemán, y posteriormente, entrar a trabajar en una empresa acorde a su perfil, «que nos buscaría esta empresa intermediaria».

Así, llegó el 19 de septiembre , fecha del viaje. «Partimos unas 17 personas desde Madrid para Fránkfurt y de ahí en tren hasta Érfurt, ciudad donde se suponía que íbamos a dar alemán las primeras seis semanas, para posteriormente ir a diversas ciudades de Thüringen para trabajar». En Alemania ya había un grupo desde finales de agosto y otros llegaron más tarde. Algunos viajaron en su propio coche.

La primera sorpresa llegó en la noche del mismo 19. Lo que iba a ser un piso compartido, se convirtió en un deplorable barracón a las afuera de la ciudad, casi incomunicado, en mitad de un polígono industrial. Quince habitaciones dobles sin calefacción, un baño compartido con sólo dos duchas para 20 personas y todo muy sucio. «Nos dicen que es un alojamiento temporal, para pasar el fin de semana, dado que el lunes íbamos a comenzar con nuestro curso y la formación». Pero llegó el domingo y recibieron la fatídica noticia: no iba a haber curso, únicamente para tres o cuatro personas. «Íbamos a tener una semana de vacaciones, lo que ya nos empezó a mosquear, y empezamos a movernos», explica Álvaro a través del correo electrónico, desde Alemania.

Algunos comenzaron a contactar con entidades de la zona, la Cámaras de Comercio, la embajada, ayuntamientos... Conocen entonces que la empresa intermediaria no había entregado ningún tipo de documentación en la escuela donde iban a estudiar y donde iban a cobrar las becas y el sueldo. También deja de pagar la residencia, por lo que tienen que abandonarla y trasladarse a otra, donde tienen que dormir hasta cinco personas en habitaciones dobles. Ni rastro de los reclutadores ni sus socios. Ilusiones al traste. Y al menos 500 euros, entre viaje, comidas y estancia.

A partir de ahí, es la embajada la que se hace cargo. «Nos dijeron que se encargarían de buscarnos alojamiento, contratos de trabajo y formación, lo que nos dejó más tranquilos», señala. Sin embargo, al ser tantos los afectados, la misión no es nada fácil, menos en una ciudad universitaria con el curso ya empezado. La única opción de residencia fueron los sótanos de un edificio de la antigua RDA, donde siguen, pagando 3,5 euros al día. Al menos ya están empadronados y han empezado a dar las clases de alemán. Pero el dinero no es chicle que se pueda estirar.

Los afectados ya dan por perdidas las cantidades entregadas y saben que o encuentran trabajo pronto, o tendrán que regresar. Algunos, de hecho, ya lo han hecho. «He estado varios días desanimado, con ganas de volver a España, pero analizando la situación en España, y mis circunstancias personales, he decidido quedarme», concluye Álvaro Cortés.