En un lugar privilegiado de Málaga -en lo alto del Monte Sancha-, un súbdito suizo se hizo construir sobre los años veinte del siglo pasado un espléndido chalé con vistas únicas porque nada ni nadie podía fragmentar la panorámica. Dominaba toda la bahía y a sus pies, por el norte, este y oeste, contemplaba la ciudad. Hasta muchos años después, la morada del suizo gozó de un privilegio impagable, envidia de todos los malagueños que se dejaron sustraer la mejor atalaya del lugar por desidia o por falta de visión. Hoy, en 2013, el chalé sigue donde se construyó pero con varias edificaciones de alturas diversas que le restan su primitiva supremacía.

El suizo que eligió el mejor lugar para construir su casa se llamaba Florián Barblán. Era uno de los propietarios de la factoría de Óxidos Rojos, una empresa que sigue en pie y que de la Carretera de Cádiz pasó al Polígono Guadalhorce, donde continúa su actividad. Es una de las empresas más antiguas de Málaga y de la que tengo algunas curiosas historias que algún día contaré en uno de mis reportajes que tiene a bien publicar La Opinión.

La parcela, de no sé cuántos metros, la aisló una cerca de alambre de espino para evitar visitas no deseadas. Alrededor de la construcción creó un jardín con árboles de diferentes especies, un cenador, llevó a su cargo el abastecimiento de agua, la electricidad y supongo que la red de desagüe de las aguas residuales. Para mayor tranquilidad disponía de varios perros en libertad que nada más descubrir una presencia ajena ladraban a coro. Yo, de niño, que frecuentaba el monte, recuerdo los ladridos que nos impedían acercarnos a la propiedad. Por una razón que nunca llegué a interpretar, y que sigue siendo un enigma, el señor Barblán rotuló su villa como Chasa Latina.

Pero los malagueños nunca se refirieron a ella con el extraño nombre; los malagueños la conocían como La Casa del Suizo, nombre que subsiste pese a los años transcurridos.

Cuando el señor suizo falleció, su hijo continuó habitando en la mansión hasta que un día se la vendió a un francés, muy aficionado a la náutica. Tan aficionado era a la cosa náutica, que un día se hizo a la mar en un barquito de su propiedad y nunca más se supo de él.

Casa Málaga y Villa Málaga

Si algún día viaja a Suiza y por casualidad en el itinerario elegido, además de Berna, Ginebra o Zúrich, llega a la pequeña ciudad de Lenzburg, en el cantón de Argovia, no se sorprenda si encuentra dos edificios que llevan el nombre de Málaga. El primero Casa Málaga, en la calle Niederlenzer, y el segundo, Villa Málaga, en la calle Schützenmatt.

La historia es un poco larga de contar pero la voy a reducir en lo posible. Hace cuatro o cinco años, un amigo de mi hermano Fernando, ya fallecido, le hizo llegar una tarjeta postal fechada en Lenzburg. Iba dirigida a un Fernando Jiménez en diciembre de 1906, hace más de un siglo. La postal reproducía un chalé con el nombre de Villa Málaga, postal que ilustra este reportaje. El Fernando Jiménez destinatario de la postal era mi abuelo.

Me llamó la atención que en esa ciudad suiza existiera una Villa Málaga. Me dirigí al alcalde de Lenzburg, que tuvo a bien responderme contándome la historia de Villa Málaga y de otra Casa Málaga.

Para resumir, las dos edificaciones fueron obra del señor Alfred Zweifel, que importaba vinos de Málaga de las bodegas Jiménez y Lamothe. En 1877 creó en Lenzburg las Bodegas Málaga donde vendía los productos que elaboraban Jiménez Y Lamothe. El Jiménez era Fernando Jiménez, como dije antes, mi abuelo.

Los dos edificios fueron donados a la municipalidad de Lenzburg y de su estado actual hablan las fotografías que me enviaron como respuesta a mis preguntas. Están en magnífico estado y son orgullo de la ciudad. En una de ellas habita y tiene su consulta un médico y la otra está en espera de restauración.

En Málaga tenemos La Casa del Suizo y en Lenzburg, Suiza, hay dos que llevan el nombre de Málaga. Nos ganan 2-1.

Casa Poco

Dejamos Málaga y Lenzburg y nos trasladamos a un pueblo del condado de Cheshire (Inglaterra) llamado Knutsford, a unos veinte minutos de Manchester. Allí, si por un casual pasa por ese lugar, se sorprenderá al descubrir una villa que lleva el nombre de Casa Poco.

Es otra historia en la que Málaga tiene baza.

Un súbdito británico se enamoró de Málaga hace años. Vino de vacaciones con su mujer una vez..., y todos los años repetía el viaje, hasta el punto de adquirir un apartamento en el Paseo de la Farola. Les encantaba Málaga y cada vez que podían se desplazaban a nuestra ciudad para gozar de su clima, del mar desde el apartamento de la Farola y de un matrimonio español con el que confraternizaron. Comían y cenaban juntos, tomaban el te de las 5, hacían excursiones por los pueblos cercanos...

Agradecidos por las atenciones que recibían del matrimonio malagueño le invitaron a su casa de Knutsford para pasar unos días juntos con la promesa de llevarlos a conocer paisajes nuevos. El matrimonio aceptó la invitación y en la primera ocasión se desplazó al pueblecito indicado.

Al llegar al chalé, el matrimonio malagueño se detuvo ante el rótulo que le daba nombre: Casa Poco. El amigo inglés, muy ufano, les informó que la habían puesto ese nombre a su casa en honor de España, país que admiraba.

Dialogando sobre el extraño homenaje a España se aclaró el caso: el chalé originariamente se llamaba The Little House, o sea, Casa Pequeña; pero al traducir al castellano la denominación inglesa, el traductor recurrió a un diccionario: House, igual a casa; Little, lo mismo significa pequeño que poco. En lugar de rotular Casa Pequeña la rotuló Casa Poco.

Pero el inglés, fallecido no hace mucho, mantuvo el Casa Poco, que ahora ocupa -según me ha informado el matrimonio malagueño- una sobrina del inglés enamorado de Málaga, que iba a diario a tomar café en cualquiera de los muchos establecimientos del ramo existentes en nuestra ciudad hasta decidirse por último por El Brillante, sito en la calle Pozos Dulces.