Fue un acto muy sencillo, acorde con una mujer que siempre huyó de todo protagonismo, lo que quizás explique las pocas fotografías que existen de ella. La directora del Cementerio Histórico de San Miguel, Araceli González, asistió ayer al mediodía al cierre del nuevo nicho en el que descansan los restos mortales de Teresa Aspiazu y Paúl (Cádiz, 1862-Málaga, 1949).

Las obras de rehabilitación del camposanto habían obligado a trasladar los restos de varios nichos de forma temporal y ahora, tras la remodelación, la primera mujer concejal del Ayuntamiento de Málaga ocupa un emplazamiento más destacado, muy cerca de donde descansa el fraile carmelita Francisco Vicaría, el religioso que perdió la razón al contemplar el fusilamiento del general Torrijos y sus hombres.

Araceli González no se explica el escaso eco de la labor de Teresa Aspiazu, que de 1924 a 1930 fue concejal del Ayuntamiento de Málaga, por entonces un cerrado «mundo de hombres». A su juicio, Victoria Kent es deudora de su ejemplo.

Precisamente para rescatar su memoria, la actual directora del Cementerio de San Miguel, que también ha ocupado en varias ocasiones el cargo de concejal, escribió en 2010 la obra Teresa Aspiazu. Pionera de la política en Málaga, renunciando a los derechos del libro, que podía descargarse en la web del Ayuntamiento en formato digital de manera gratuita.

«Es un personaje totalmente olvidado, era una intelectual y una maestra absolutamente entregada a su trabajo», resume.

Porque Teresa Aspiazu, que aceptó el reto de ser concejala con 62 años y sin antecedentes políticos, tenía detrás una larga carrera dedicada a la enseñanza que comenzó con solo 18 años, cuando abrió un colegio privado y a partir de los 24 se dedicó a la enseñanza pública. En 1901, el año del hundimiento de la fragata Gneisenau, vino a Málaga tras obtener por oposición plaza de profesora numeraria de letras en la Escuela Normal Superior de Málaga, que terminaría por dirigir.

Cuando fue nombrada concejal siguió con el trabajo en la Normal. El cargo municipal le permitió volcarse en una gran labor social, creando nuevas bibliotecas, manteniendo las que había, procurando el sostén económico de asilos y escuelas y hasta propuso ofrecer sesiones educativas de cine en los jardines públicos.

Uno de sus grandes logros fue reforzar la Educación Especial con la creación del llamado Instituto Malagueño para Ciegos, Sordomudos y Anormales.

Además, como mujer concejal defendió el derecho de Inocencia Tomé y Carmen Montosa a presentarse como candidatas a unas plazas vacantes en el Ayuntamiento de Málaga en 1926. Teresa Aspiazu, en un encendido debate dijo que esperaba «de la cultura de la Corporación que se concederán a estas señoritas iguales derechos que a los demás opositores, máxime cuando se encuentran amparadas por la Ley». La mayoría del pleno, sin embargo, votó en contra (18 votos contra 14). En los últimos tiempos, la concejal se jubiló de su cargo en la Normal por su mala salud y tras dejar la política, llevó una vida muy discreta hasta su muerte en 1949 a los 87 años. Dos años antes, el Ministerio de Educación decidió dar su nombre a la Escuela de Magisterio de Málaga. En 1959, el Ayuntamiento, entonces con García Grana, le otorgó como homenaje un nicho a perpetuidad.

Desde ayer descansan los restos de Teresa Aspiazu en uno de los mejores lugares del Cementerio de San Miguel. Ha sido el último homenaje a la primera mujer concejal de Málaga y ante todo, una gran mujer.