En lugar de acercase a la sexualidad en las discotecas, como todo hijo de vecino, Juan Gavilán lo hace también desde el peliagudo asunto del ser y de la identidad. Los filósofos son gente extraña, pero de vez en cuando arrojan bofetadas de luz a esa caverna entre brumas en la que el hombre sigue empeñado en quedarse a oscuras. Y más en medio de la crisis, que ha lanzado un profundo velo a todo lo que no huela a economía. O casi. Porque la confusión, como el dinosaurio, sigue ahí. Conflictos, excesos, tabúes. «¿Qué hice del don del sexo?», se preguntaba Pizarnik. El profesor responde. En este caso como anticipo a la conferencia que pronunciará el 13 de diciembre en la sede malagueña de la UNED.

Sus últimos trabajos reflexionan en torno a la identidad sexual. Supongo que habrá seguido de cerca la polémica suscitada en Málaga con los alumnos que pedían ser tratados con un género diferente.

Sí, aunque únicamente a través de lo aparecido en la prensa. De estos casos me han sorprendido positivamente dos aspectos: la rapidez de la reacción de la administración y, sobre todo, el apoyo sólido de los padres, que ha sido verdaderamente admirable. Entre otras cosas, porque es fundamental para los niños que se reconocen con un sexo distinto al biológico, que en muchas ocasiones se enfrentan al desprecio, cuando no a la violencia, de su familia y acaban por inhibirse y desaparecer. Ahora lo principal para ellos es la respuesta del colegio, que constituye otro pilar en su aceptación y que, por desgracia, está a veces demasiado cerca, y más en esas etapas tan tempranas, del acoso y la crueldad.

¿A qué edad se tiene conciencia plena de la orientación? ¿Se puede hablar de transexuales antes de la pubertad?

En esto no hay absolutos. No todos los que experimentan cierta noción precoz de cruce de identidad terminan abrazando la transexualidad. También hay casos en los que se desarrolla en la adolescencia, pero lo más común, al menos en lo que respecta a la literatura antropológica, es que se tenga conciencia de la identidad muy pronto, casi siempre a través de símbolos como la ropa. Es curioso, pero una experiencia muy común en la que coinciden es lo que consideran el trauma de la Primera Comunión, cuando acaban embutidos en trajes que les hace sentir ridículos.

¿Y qué sería lo más adecuado? ¿Dar alas a lo que los más conservadores consideran poco menos que una fantasía infantil o reprimir la petición de las familias?

Lo ideal siempre es respetar el nombre elegido y el género elegido. Sobre todo, para evitar un sufrimiento que en muchos casos va en progresión y deriva en episodios de acoso e, incluso, de rechazo familiar.

Más allá de las connotaciones se podría pensar que el problema objetivo es simplemente el uso de una prenda. En este caso, la falda. ¿Tanto miedo hay a que se cuestione el estatus quo?

Estamos hablando de mujeres que biológicamente son hombres y viceversa. Y, eso, en un mundo en el que la sexualidad se organiza alrededor del patrón binario masculino-femenino, hombre- mujer, constituye una amenaza. La poetisa Mónica Wittig decía que la heterosexualidad ya no es sólo una práctica, sino un sistema político. Y, además, excluyente, en la medida en la que condena al ostracismo todo el mundo que no participa de su esquema inflexible. Y hablamos de una realidad, no de seres sacados de una fábula: personas intersexuales, con dos sexos, transexuales, homosexuales. Por eso es tan importante reconocer la diversidad cultural y sexual, para que puedan llevar una vida normal y no quedarse fuera.

En los últimos años se ha avanzado en el reconocimiento de los derechos de los homosexuales. Sin embargo, todavía hay rechazo en países no sospechoso precisamente de ser carpetovetónicos como Francia...

Se ha avanzado, sin duda, pero no podemos olvidar que hace muy poco los homosexuales eran castigados brutalmente por su orientación. Aún restan muchas conquistas y la prueba está en que todavía no es habitual ver a una pareja abrazada por la calle. Toda esa violencia, ese repudio, responde al cuestionamiento que representan para la familia tradicional, que es uno de los bastiones de la ideología conservadora. Pero en esto la oposición es inútil. Ya hay familias monoparentales, mujeres que deciden tener hijos sin más aportación del varón que la inseminación artificial, familias de singles, de grupos sin relación parental entre sí. Son una realidad. Y no se le puede poner vallas al campo.

¿Hacia dónde evoluciona el concepto de familia? ¿Veremos, con esto de la crisis, nuevas fórmulas de convivencia habitual?

Ya la estamos viendo. Y no sólo con la crisis, también con la globalización, que ha hecho reventar las fronteras. Fíjese que ya hay autores de prestigio que hablan de la llamada familia a distancia. Principalmente para referirse a fenómenos como el que se da en muchos lugares de Europa y se ha dado también en España, donde mujeres ucranianas o latinoamericanas forman parte del seno del hogar familiar y a la vez siguen siendo parte de otra familia a kilómetros de distancia.

¿Y cómo casa todo ese discurso con el rebrote de los nacionalismos y la obsesión por las esquinas de la patria de la que hacen gala en muchos puntos de Europa?

Es una consecuencia lógica. Con todas referencias diluidas, mucha gente experimenta la incertidumbre de no reconocerse y se aferran a cosas como el terruño. Tenga en cuenta que no son sólo las fronteras, sino también cuestiones como la familia, que se ha desplazado, o el propio trabajo, que ya no sirve para definir a nadie en la medida que cambia constantemente y que lo normal es que se trabaje en diferentes empresas e, incluso, oficios durante toda la vida. El espectro se ha ampliado en todos los órdenes, no sólo en el sexual. Y eso genera temor.

¿En qué medida la identidad cultural está condicionada por la cultura? ¿Y por la biología?

Respecto a lo último hay bastante consenso científico; por supuesto que la parte genital no condiciona ni hace el género. Especialmente, como se entiende en nuestras sociedades occidentales. Los cuerpos transportan una gran carga cultural. Nos acercamos a una manera de ser hombre y de ser mujer que son más construcciones que realidades monolíticas. Hay antropólogos que ven grandes diferencias entre el hombre y la mujer, pero personalmente no creo que haya muchos valores y rasgos que no puedan ser asumidos por el otro y que por supuesto lo son en numerosos casos y culturas.

Existen países, como Alemania o Pakistán, que ya han reconocido oficialmente al llamado tercer sexo....

No creo que la solución esté en establecer un tercer género, o, incluso, un cuarto o un quinto, como demandan algunos. Lo justo y lo verdaderamente sensato sería eliminar esos ridículos casilleros con los que se obstinan en los nacimientos. Ese empeño en el dualismo es un freno a la diversidad de género, pero también a todo lo que representa la variedad cultural. Llama poderosamente la atención que todavía en esta época la imagen del hombre que prevalezca sea la del varón blanco y occidental del Renacimiento, cuando vivimos rodeados de inmigrantes, personas de color. Recuerda a aquel cartel del que hablaba Bauman: «Tenemos coches japoneses; comemos comida italiana; nuestro Dios es judio. El único extranjero de verdad es el que vive a tu lado».

El Gobierno se plantea elevar la edad del consentimiento sexual.

En los casos en los que están implicados un adulto y un menor yo no sería excesivamente permisivo. Son situaciones delicadas, en las que pueden concurrir elementos graves como la pederastia o el chantaje. Ahora bien, si me pregunta por la edad más razonable para que los adolescentes tengan sexo entre sí la cuestión se complica, intervienen parámetros como la madurez..No es un tema, espero, que se le vaya a ocurrir a ningún legislador, porque resultaría seguramente contraproducente.

Las asociaciones de padres están preocupados por fenómenos como el sexting. Da la sensación de que los adolescentes viven en una especie de candor hipersexual. ¿Hasta qué punto es saludable y hasta qué punto representa un peligro?

Los adolescentes lo único que hacen es reproducir los valores que transmiten la publicidad y los medios que los rodean. A mí no me escandaliza que vistan de una determinada manera, pero sí las dificultades por las que atraviesa la educación. No es fácil educar a jóvenes en un país como España, en el que la cultura está desvalorizada y tiene muchísimo menos peso a nivel mediático que otro tipo de comportamientos. Y sin eso es muy difícil establecer patrones de conducta que sean asimilables para los adolescentes; a los que se llega da la impresión de que es a través de un esfuerzo, no de un acercamiento espontáneo.

¿La educación sexual debe estar presente en las aulas? Lo digo por la controversia generada por la asignatura de Educación para la Ciudadanía.

Siempre he echado de menos en los institutos y en los colegios la existencia de gabinetes interdisciplinares que pudieran educar a los jóvenes en aspectos de la vida que no tienen cabida en los contenidos curriculares, y ni siquiera en asignaturas como Educación para la Ciudadanía. Muchos jóvenes de 14 o 15 años no tienen a quién recurrir para hablar de manera sosegada y adulta de cuestiones como el sexo.

Presumo que, en su condición de filósofo, no estará muy contento con la LOMCE.

Es que el arrinconamiento de la asignatura de filosofía es muy grave, porque se trata de una materia fundamental para un adolescente y un estudiante universitario. Es el área que desarrolla el pensamiento crítico, que catapulta la compresión lectora y de análisis y quizá la única disciplina en la que el estudiante no se enfrenta a un sistema encorsetado y más posibilidades tiene de desarrollar su propio pensamiento. Lo emocionante del asunto es que en muchas de las movilizaciones han sido los más jóvenes los que han reclamado que la asignatura vuelva a ser obligatoria.