Sube a su furgoneta Volkswagen Candy. Acaba de superar los 130.000 kilómetros, pero sigue siendo útil. A Juanjo la vida le ha golpeado duro. Después de 20 años trabajando, un accidente doméstico casi le deja en silla de ruedas. Fue en 2005 y la rehabilitación ha sido lenta. Tras nueve meses en el hospital, recuperó la movilidad poco a poco. Pero perdió su trabajo. El dinero dejo de entrar a casa y su mujer lo abandonó. Se llevó consigo a los tres hijos.

El despertador suena a las 4.30 de la mañana. La primera cita es a las 5.30 en una centenaria panadería de Calle Nueva. Así empieza todos los días una peculiar recogida de alimentos en Málaga. El propietario ya espera con las bolsas de pan recién horneado. Juanjo las carga y se dirige a la próxima. Son muchas las panaderías que colaboran. Después el viaje le lleva a Campanillas, a un mayorista de supermercados. La Volkswagen se va llenando cada vez más. Pan, mantecados, leche, legumbres, embutidos, yogures. Sólo una condición: no pedir nada a cambio, ellos no tienen con que pagar.

¿Qué lleva a Juanjo a levantarse todos los días cuando la ciudad aún duerme? De no ser así, asegura, seguiría hundido en la depresión que le supuso la separación de su mujer. El no poder ver más a sus hijos, el no sentirse útil, el estar compartiendo piso en calle Mármoles a sus 49 años. Pero hay algo que le devolvió la ilusión de vivir hace hace tres años. Ahora es un ángel malagueño de la noche. Y como él son muchos los que colaboran con esta asociación benéfica, que existe desde 2007. Acabada su ruta, Juanjo aparca la furgoneta en la explanada de Santo Domingo, junto al Puente de los Alemanes. Ahí se encuentra la caseta donde se preparan las comidas para los que no tienen nada. Enfrente, un hotel de cinco estrellas.

Son las 8.00 de la mañana. Unos cinco voluntarios comienzan a elaborar los bocadillos. Huele a café. El olor empieza a atraer a los primeros. Salen de cada esquina y pronto se forma una cola. El desayuno se comienza a servir una hora después. «Está crisis está llevando a pedir comida a gente que jamás pensaba verse en esta situación. Cuando yo llegué aquí en 2010, la mayoría eran personas sin techo, o enganchados. Gente que ha pasado toda su vida en la calle. Pero ahora, tenemos a empresarios que se han ido a la ruina. Vienen aquí y se mueren de vergüenza al verse en la cola. Pero cuando el hambre aprieta demasiado, no les queda otro remedio que acudir a nosotros», lamenta Juanjo. Una vez despachados los desayunos, sigue la actividad en la estrecha cocina. Hay que preparar el almuerzo. Para muchos, la única comida caliente que se van a llevar a la boca en todo el día.

La caseta de los ángeles mide unos escasos diez metros cuadrados. Hay tres neveras donde se guardan los alimentos. Un cortafiambres para el embutido, varias barras para preparar los bocadillos. Queda un estrecho pasillo donde caben apenas seis personas. El presidente de los Ángeles Malagueños de la Noche, Antonio Meléndez se queja: «El espacio es muy escaso. Tenemos muchísimas demandas de personas que quieren ayudar en la preparación de los alimentos. Pero ahora mismo no podemos meter a nadie más. No porque no haga falta, sino simplemente porque no cabemos más».

De dónde vienen los ángeles

Todo empezó en Italia. Felisa Castro, la fundadora de la asociación estuvo de viaje en Milán. Vio como un grupo de personas repartía alimentos a los indigentes. De vuelta a Málaga se trajo consigo la idea. Bocadillos y café para los sin techo. Los preparaba ella y unas amigas, todos los días.

Estalló la crisis. La demanda aumentaba y eran cada vez más los que pedían. Pero también se incrementaron los voluntarios. En la época en la que se hablaba del estallido de la burbuja, el reparto de alimentos ya era masivo. En 2008 se creó legalmente la asociación con el nombre que sigue manteniendo en la actualidad: Los Ángeles Malagueños de la Noche.

Actualmente se reparten unas 2.500 comidas al día. Desayuno, almuerzo y cena. «En 2011 estábamos en 500», comenta Antonio. Cada vez hay más gente que depende de la solidaridad de otros para poder alimentarse.

Son las situaciones extremas las que hacen florecer lo mejor y lo peor del ser humano. En este caso, es la parte positiva. Los voluntarios son conscientes de que no pueden fallar. Para las 13.30 ya están preparando el puchero de patatas que se va a servir hoy. De nuevo hay una larga cola. La gente aguarda a la espera de ser servida. Hay muchas mujeres con tupper. Aprovechan para llevarse comida a casa para que sus hijos tengan algo que comer. No les gusta traer a los pequeños a hacer cola, aunque se ven algunos.

Entre los voluntarios también está Manuel. Según él, tiene 59 años, aunque reconoce que aparenta muchos más. «Ocho años en la calle envejecen mucho. Yo llegué aquí a Málaga desde Madrid, y de repente me encontré sin hogar». El porqué, asegura, no lo sabe ni él. De todas maneras ahora es feliz. Viene todos los días a la explanada de Santa Domingo y ha encontrado una casa donde vive con ocho personas más que vienen de la calle. «Los Reyes Magos se han portado muy bien conmigo. Tengo una habitación individual para mí que tiene hasta televisión. Pago unos 200 euros al mes y como para comer vengo aquí, me lo puedo permitir».

Manuel ha vuelto a aprender a sonreír. Recibe una pensión de 320 euros de la Junta de Andalucía. La habitación se la ha conseguido Antonio, que hace de presidente a la vez que ejerce de agente inmobiliario. Suena su móvil. Es una madre preguntando por una vivienda para ella y sus dos hijas. Él intenta buscarle pisos baratos a las familias que le llaman. En su mayoría, personas que se han quedado en el paro y no han podido hacer frente a sus facturas y no saben a dónde ir. «Esta gente que me llama, hace tiempo que perdieron el piso, si es que alguna vez lo han tenido. Yo les intento buscar una vivienda y les digo que lo más importante es que tengan un techo. Para la comida ya estamos nosotros, que vengan aquí. La mayoría sobrevive con el salario social. Da para pagar el alquiler y las facturas de la luz y el agua. Pero está limitado a seis meses y hay muchas familias que ya han agotado todas sus prestaciones», explico.

Al principio los Ángeles de la Noche sólo pedían la colaboración en forma de alimentos. No se aceptaban aportaciones económicas. Pero la gravedad de la situación actual ha hecho que hayan rectificado. Han creado una cuenta para donaciones.

De siete a ocho se reparte la cena. El turno de tarde ya tiene preparadas las bolsas de comida. Si por las mañanas, la mayoría de los voluntarios son gente que está parada, el turno de tarde está formado por personas que vienen de su jornada laboral. Entre ellos hay médicos y maestros. Ellos no tienen problemas para llegar a fin de mes. Pero no son ajenos a la situación de extrema gravedad que viven algunos.

En invierno anochece a las 18.00 horas y la gente viene antes. Las colas son otra vez muy largas. El hambre no entiende de horarios. Para cenar se preparan todos los días tres tipos de bocadillos. Los normales, que son de chacinas. Los que llevan queso o atún, reservados para los musulmanes. Y luego están los que se conocen por «sindi», para gente sin dientes. Son en su mayoría personas que vienen de la droga, o están metida en ella. Se preparan especialmente para ellos con pan de molde sin corteza, jamón cocido y mantequilla. Además de los bocadillos, se sirven dos yogures y un dulce. Nada especial, pero suficiente para llenar ele estómago. A eso de las ocho, cuando se hay servido al último que pide comida, empiezan las labores de recogida. Se limpia la caseta y se deja lista para el día siguiente. El turno de mañana llega a las 7.00.

Juanjo ya se encuentra en su piso compartido de calle Mármoles. «Me pongo una película y me tomo mi pastilla para dormir. «Cuanto más madrugo, más me cuesta conciliar el sueño». La Volkswagen Candy ya está preparada para hacer kilómetros y que alguien la llene de alimentos. Los Ángeles Malagueños de la Noche no necesitan de brotes verdes para estar en expansión. Ya les gustaría poder cerrar la caseta.