Los kioscos del Palo son una institución en la barriada y el recuerdo, para la mayoría, de tiempos duros pero felices, en muchas ocasiones ligados a la fiesta de verdiales, que tanto se prodigó en ese primer trecho de la Carretera de Olías.

El primer kiosco se abrió gracias al tesón de Carmen Jimena Burgos, natural del arroyo de Totalán, que trabajaba con una señora cerca del colegio de los jesuitas, y que, por mediación de un hermano de esta, que trabajaba en Obras Públicas, «le pidió permiso para abrir una tabernilla», cuenta el hijo de Carmen, Francisco Burgos, también conocido como Paco el de la Almendra.

Francisco calcula que tendría «siete u ocho años, y ahora tengo 78», cuando su madre pudo abrir el primero de los cuatro kioscos actuales que hay en esta zona próxima a La Pelusa. Es decir, hacia 1946.

Y hacia 1950 ó 51 abría sus puertas el kiosco de Rafael Buitrago, que procedía junto con su mujer de la Venta del Túnel y era un gran fiestero. De hecho, llegó a ser alcalde de su propia panda de verdiales.

¿Y qué se consumía en esos primeros tiempos en los kioscos del Palo? «Una copilla de aguardiente por las mañanas, cuando iban al trabajo y por la tarde, un vasillo de vino. A la semana se vendían cuatro litros de vino blanco, tres o cuatro de vino dulce, una botella de aguardiente y otra de coñac. No existía ni la cerveza», recuerda Francisco Burgos, que ayudó desde chico en el kiosco y compraba las bebidas en las bodegas Quitapenas de la familia Suárez.

Aurelio Buitrago destaca incluso que no se conocía «ni la Coca Cola» y que cuando los repartidores la trajeron, «les decíamos que esto lo tenemos que dar como líquido porque no lo conocen en ningún lado». Y en efecto, más de una vez vino alguna clienta pidiendo una Coca Cola y añadiendo: «Ábrame la botella y me da un vasito». «Había que explicar que se vendía la botella entera», cuenta Aurelio entre risas.

Y las risas vuelven al recordar algunas trastadas de niño cuando la mayoría de los clientes pedía la consumición sin bajarse del carro o de la mula, para continuar luego su trayecto a Málaga o a los Montes. En este sentido, Francisco Burgos recuerda cuando un jovencísimo Aurelio le metió un pincho a una burra y el animal empezó a dar brincos, logrando que el cliente tirara la bebida.

Esas consumiciones con montura, recuerda Francisco, «valían a lo mejor tres chicas o una gorda, y había que estar entrando y saliendo del kiosco con los vasos».

Pese al tiempo transcurrido, casi 70 años desde el primer kiosco, están muy vivos los recuerdos de estos amigos. La charla para recordar tiempos pasados tiene lugar junto a un eucalipto que Aurelio plantó hace muchos años, hoy un magnífico ejemplar, y al que había que subirse cuando el arroyo Gálica se desbordaba. A Francisco Burgos no se le olvidará el que, cada vez que caía una buena tromba, tenía que llevar a su madre a cuestas hasta la vecina finca del Candado, donde podía resguardarse de la lluvia. En una ocasión, tuvo que dejar a su madre en una cuneta y volver al kiosco a recoger una gallina, a punto de poner huevos. Con precaución colocó a la gallina encima de la cama para que no se ahogaran los pollos. «Al día siguiente por la mañana, habían salido todos los pollos y estaban a la vera de la madre, asomando las cabecillas por la canasta».

Y la afición verdialera de los Buitrago se hizo sentir y mucho en los kioscos, frecuentados por vecinos tan conocidos como el pintor Eugenio Chicano, que vivía enfrente en un estudio, y que demostró ser un gran guitarrista y platillero o el panderero Antonio Romero Romero, el Rucho, también muy popular. Precisamente, su primo, que también se llama Antonio Romero, vecino de la zona, sigue fabricando panderos con la pericia de siempre. La faceta verdialera de los kioscos es tan importante que en unas semanas dedicaremos un segundo reportaje para hablar de los recuerdos de los fiesteros del lugar, con especial hincapié en Rafael Buitrago. Su hijo Juan, hermano de Aurelio, recuerda las fiestas de verdiales en las que se celebraban carreras de cintas en bicicleta, carreras de sacos y competiciones de palos al puchero. Los Buitrago y los Burgos siguen con estos queridos kioscos, que nunca serán conocidos como bares o tabernas. Como asegura Francisco Burgos, «serán kioscos, nos moriremos nosotros y seguirán así».