El dueño del coche que acaba de aparcar en la puerta se baja. Abre el maletero. Sale un perro, su perro. Tamaño medio, probablemente un cruce de labrador. No se sabe muy bien. Enseguida menea su cola excitado. Es su manera de mostrar la felicidad de ver a alguien de confianza. Los perros son altamente sociables. El dueño lo coge de su correa. La rutina de tantas veces, el comienzo del paseo. Pero esta vez será distinto. Ata el perro al poste que se encuentra en frente del portón de entrada. Toca el timbre, se sube al coche, arranca y desaparece bajando el Camino de las Erizas. Será la última vez que vea a su perro. Lo acaba de abandonar.

Esta escena se repite demasiadas veces en la Protectora de Animales de Málaga. Ubicada en la parte alta de la Virreina, se convierte en el hogar de los abandonados. Durante el año 2013, esta asociación ha recogido unos 1.791 animales. En su mayoría, perros y gatos. El resto, hurones, gaviotas, cernícalos, tortugas, galápagos. El toque exótico lo pone una iguana.

Una vida digna y cariño. Es lo poco que reclaman estos seres, que han sido desatendidos por sus dueños. Una serie de voluntarios tratan de dárselo, día a día. Devolverle la confianza en el ser humano, a la espera de que alguien venga a por ellos para ofrecerles un nuevo hogar. Es difícil. Siempre entran más animales de los que salen, muchos más. «Si salen 15 a la semana, entran 25», comenta Carmen Manzano. Hay perfiles a los que es muy difícil encontrarle una nueva familia. Los cachorros tienen mucha salida. Sus ojos, su actitud risueña. Enseguida despiertan el instinto maternal. Nadie se les resiste. Aunque luego se hacen grandes y algunos vienen de vuelta. Los perros de tamaño pequeño también se los suelen llevar. Luego están los grandes y viejos. No tienen la suerte de que alguien se percate de sus miradas y decida darles una oportunidad. Pocos están dispuestos a aguantar sus achaques. Los más viejos se encuentran en el geriátrico. Algunos llegaron siendo cachorros, y morirán en la protectora como perros adultos. Detrás de ellos dejan una triste vida encerrados en un chenil. Es el caso de Bella, una hembra de pastor alemán de catorce años. En total, unos 737 perros han sido adoptados este año. En cuanto a gatos, también suelen pasar su vida en la protectora. Es muy raro que alguien venga preguntando por ellos. No son el mejor amigo del hombre.

Carmen Manzano es la presidenta de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Málaga. El colectivo existe desde 1816. Nació como un club de ayuda a los caballos. Lo recuerda el monumento que hay en la plaza de los Monos. En 1964 se constituyó como asociación a nivel nacional. Desde el año 2000, tiene suscrito un convenio con el Ayuntamiento para la recogida de animales.

Carmen es funcionaria en Hacienda. Pero su jornada laboral va más allá de las ocho horas. Después del trabajo se llega a su piso para comer. Recoge rápido. A las cinco de la tarde ya está en la protectora. Sin hora fija para volver. Todos los días de lunes a sábado. Una vida dedicada a ellos. Se considera a sí misma una animalista. Los ama. En su despacho, una foto de su nieto pequeño dándole un beso a un perro. «Hay algunos días en los que de verdad se me hace pesado subir, porque estoy muy cansada. Pero ellos no tienen a nadie más». Es consciente de que no les puede fallar.

¿Pero por qué? De no ser por la protectora, los animales abandonados se enfrentarían a una muerte segura. Y esta muerte está muy cerca. A unos escasos 500 metros se encuentra el Centro Zoosanitario, mejor conocido como perrera municipal. Los animales que llegan aquí tienen fecha de caducidad. A los diez días, si nadie los ha adoptado, se sacrifican. La protectora intenta sacar animales de la perrera, todos los que puede. Pero el espacio es limitado. En teoría habría sitio para 300. Ahora mismo hay 700 animales censados. Carmen se ha vuelto muy sensible: «Mi marido dice que estoy cada vez más desagradable. ¿Cómo no voy a estarlo? La hijoputez que demuestra el ser humano es increíble. No hay cosa más cruel que darle cariño a un animal para luego abandonarlo. Sus dueños llegan aquí y se van llorando. Pero sus lágrimas no me importan nada. Son lágrimas que desparecen a la vuelta de la esquina. Lo que me provoca dolor son las noches que va a pasar su perro en este refugio».

Los voluntarios se han percatado del perro abandonado en la puerta. Se le pasa a la clínica. Comienza el trabajo para el veterinario. Desparasitación externa e interna. Luego un análisis más completo para descubrir posibles lesiones o enfermedades. A continuación se le busca un chenil adecuado en el que pasará los días, hasta que lo adopte una nueva familia. Si tiene suerte. Llorando se tumba en una esquina. Echa de menos a su dueño. Para los perros es su mundo. A Hummer, así ha sido rebautizado, se le acaba de derrumbar el suyo. Los animales que llegan a la protectora quedan traumatizados de por vida. La protectora cuenta con una etóloga. Es una psicóloga para animales. Ella les marca las pautas de trabajo a los voluntarios. Algunos perros están tan traumatizados y asustados que no se les puede arrimar nadie. Muerden. Así lo demuestran las manos de los voluntarios.

La protectora cuenta con unos 150. Se van turnando. Limpiar los cheniles, sacar de paseo a los animales. Hacerles ver que no están solos. Sin ellos sería imposible. También cuenta con personal fijo. Veterinarios y auxiliares. Nueve nóminas que hay que pagar todos los meses. El Ayuntamiento de Málaga ayuda, pero poco. 30.000 euros al año. Sólo en pienso se gastan 5.000 al mes. El resto del dinero se obtiene a través de las cuotas de los socios, o de diferentes eventos que se organizan para conseguir fondos. Cada mes se realiza una jornada de puertas abiertas. De hecho, la Protectora organizó ayer una nueva jornada de puertas abiertas con un flashmob, que corrió a cargo del grupo Vivir para bailar, con la profesora Elvira Romero, y contó con unos 70 niños de entre siete y 14 años y una veintena de voluntarios.

El trabajo con los institutos también es muy importante. Los niños vienen a la protectora para crear conciencia. El animal sufre. No es ningún capricho, ni regalo de Navidad.

Un pequeño cachorro tiene suerte. Acaban de llegar Guillermo y Silvia a la protectora. El pequeño tendrá una nueva casa en el barrio de la Trinidad. Una familia que le dará el calor que necesita. Guillermo siempre ha tenido perros. No se puede imaginar una vida sin ellos: «Tuve un boxer que murió con quince años. Quien ha querido alguna vez a un perro de verdad, no puede vivir sin ellos. Después de un tiempo de luto, hemos decidido adoptar uno. No veo bien que la gente compre perros. Aquí hay muchos que necesitan una nueva familia. La raza no me importa, todos dan cariño. Éstos incluso más».

Antes de llevárselo, ha tenido que pasar un test psicológico. Nadie saca un perro de la protectora sin haber sido evaluado antes por Carmen. Muchos emigran. Holanda, Alemania y Finlandia suelen ser los destinos.

Hummer va a pasar su primera noche en el frío suelo de su jaula. Las primeras son las más duras. Así permanecerá, a la espera de que venga alguien a darle un hogar. Esta vez para siempre.

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