Para las nuevas generaciones de periodistas, esas que respiran por el móvil, suena casi a un tiempo mitológico. Una quimera salida como un buitre de la época en la que las redacciones olían a tabaco y hasta el más pintiparado llevaba patillas y los pelos hechos un matojo. Sin embargo, ayer, en el Pimpi, mientras los vasos de vino iniciaban su cloqueo vertiginoso, más de un joven miraba la tertulia como si estuviera viendo un remate de cabeza de Gárate o un punteo de Jimi Hendrix; algo que ya no se estila y que no sabe muy bien si ocurrió, pero cuya huella da para mucho más que un bramido romántico.

La historia de Sol de España, aquel periódico levantado con dos bemoles y un puñado de «niñatos», como cacareaba la competencia, serviría para armar una de esas conversaciones que acaban pasando como un rodillo por los últimos cincuenta años. Desde la revolución en la técnica -el diario fue la primera cabecera del país en pasarse a la impresión en offset- a la muerte de Franco, en la que el equipo de periodistas de Málaga se adelantó a todas las publicaciones nacionales. Demasiado como para que un encuentro de los del Pimpi, moderado por José Infante y con la presencia del historiador Fernando Arcas, se dejara vencer por la nostalgia.

La cita de ayer en el salón de la bodega no fue, ni mucho menos, una reunión de antiguos alumnos. Y eso que allí estaban casi todos. Los miembros de la Asociación de la Prensa de Málaga y muchos de los redactores del periódico: Andrés García Maldonado, Antonio Parra, Rafael Díaz, Manolo Jota, Agustín Lomeña, Luciano González Osorio, Teresa Santos o Rafael de Loma, que llegó a ser su último director -el primero fue nada menos que Eduardo Haro Tecglen-. Con un momento a regañadientes como el actual, hablar de Sol de España es apuntar a un reflexión sobre la evolución de la prensa y su papel frente a la política y todas sus trapisondas. Algo en el que los veteranos tienen mucho que decir; no en vano, el periódico, que se mantuvo vivo entre 1967 y 1982, fue poco menos que un aguijón en un momento en el que el periodismo se hacía en Málaga con reverencias y pistolas atadas a la máquina. En palabras de Juan de Dios Mellado, su antiguo redactor jefe y subdirector, la cabecera contribuyó significativamente a romper barreras. «Formamos parte de una aventura liberal en los tiempos en los que ser liberal era un sacrilegio», insiste.

Con mucho café y muchas carreras, el periódico acertó a convertirse en una referencia a nivel nacional. En Madrid se reproducían sus planchas, que casi siempre contaban con alguna exclusiva. Y se hacía, recuerda Mellado, con los pies pegados al asfalto. Sin bandos ni agentes de prensa ni nadie que quisiera contar nada. «Aprendimos a leer entre líneas y a escribir en condicional», señala.

De todo esto se habló ayer en El Pimpi, donde el nombre de la cabecera se levantó como un milagro. Y, en cierto modo, lo fue. Especialmente si se tiene en cuenta la galopante contradicción de tener en el consejo de administración a señores muy vinculados a las telarañas del régimen. Una batalla, interna y externa, contra la censura. Mellado recuerda las veces que volvía de la oficina con la convicción de que había que remendar el trabajo. «Los censores tachaban con lápiz rojo casi todo el periódico y había que empezar de nuevo», resalta.

Incluso hubo una vez, como recuerda Rafael de Loma, que los gorilas se vinieron arriba y cerraron la empresa durante quince días. Con una multa, además, de medio millón de pesetas. La razón, uno de los miles de ejercicios de sutileza a los que se veía abocado el periódico para tratar de burlar a sirios y a troyanos. «Queríamos contar que Girón de Velasco estaba arrestado en su casa de Fuengirola. Y como no se podía dar la noticia lo que hicimos fue desmentirla», indica.

Aquel escándalo le granjeó a Sol de España el interés de todos los próceres del gremio. Incluido Ansón, que se solidarizó pese a andar en las antípodas ideológicas. En Málaga se rondaba el quiosco cada vez que se esperaba un asunto de calado. «Sabían que éramos los únicos que contábamos lo que pasaba», afirma De Loma.

Las peleas con el poder fueron bizantinas. «¿Qué si hubo miedo? Pues claro», asegura. El exdirector recuerda el 23F, cuando un pelotón de policía se le plantó en el despacho. Decían que venían a protegerle. A él y al periódico. «Llamé al gobernador y me dijo que no tenía ni idea de lo que pasaba. Por suerte me oyeron darle las gracias y se calmaron», precisa. En la memoria del diario momentos imborrables: la primera entrevista a Alfonso Guerra recién llegado de Suresnes, amenazas de todo tipo. Incluida de las mafias. «Un periodismo de este tipo no se ha vuelto hacer. Se consiguió la democracia y en parte cumplimos el ciclo», puntualiza Rafael de Loma.