Aunque lejos de las archidiócesis históricas de Toledo o Sevilla, las que han tenido más purpurados a lo largo de la historia, Málaga puede presumir de ser tierra de cardenales. Los primeros nombramientos del pontificado de Francisco incluyen a Fernando Sebastián Aguilar como príncipe de la Iglesia, que recibirá el próximo 22 de febrero el capelo cardenalicio. Con él, la diócesis cuenta con diez sacerdotes con esta dignidad eclesiástica, lo que pone de relieve la importancia de esta diócesis, cuando el de cardenal es un cargo más propio de arzobispos que de obispos.

En la memoria colectiva, sin ir más lejos, la coplilla, que algunos también consideran estrofa de verdial: «Dos cosas hay en Málaga,que no las tiene el mundo entero: un obispo cardenal y un monaguillo torero». Hacía alusión a las exitosas temporadas del diestro malagueño Andrés Torres, que se anunciaba en los carteles como El Monaguillo, mientras Ángel Herrera Oria ocupaba la sede malacitana. El santanderino fue el último gran cardenal malagueño, creado por Pablo VI cuando aún era obispo. Muchos malagueños recuerdan el gran recibimiento que le tributó la ciudad tras su nombramiento en Roma. Aunque poco después, presentó su renuncia por motivos de salud en 1966. De hecho, moría en Madrid sólo dos años después, y su cuerpo fue trasladado a Málaga y enterrado en la Catedral.

El Santo Padre ha dirigido una carta a cada uno de los 19 cardenales que ha nombrado. En ella, les recuerda que «el cardenalato no significa una promoción, ni un honor, ni una condecoración; es simplemente un servicio que exige ampliar la vista y agrandar el corazón». No siempre ha sido así. De hecho, el uso aún habitual del término «príncipe de la Iglesia» lo atestigua. Eran puestos de responsabilidad y también de mucho poder. Málaga tuvo un cardenal que llegó a ser primer ministro del gabinete de Felipe V. Era su principal consejero, hasta que se enfrentó al monarca y fue expulsado del país. Se trata de Julio María Alberoni, cuyo episcopado fue rocambolesco, hasta el punto de que se considera un periodo de sede vacante, ya que no llegó a ocuparla, por cuestiones políticas.

Según explica Rafael Gómez Marín, párroco de Los Gámez y estudioso de los archivos diocesanos, el primer cardenal del episcopologio malagueño fue el genovés Rafael Sansoni Riario. Fue designado obispo en 1518, cuando ya revestía la púrpura. De hecho, fue el camarlengo del cónclave que eligió Papa a Rodrigo Borgia en 1492. Nunca puso un pie en Málaga. De hecho, tomó posesión por poderes como administrador perpetuo del Obispado.

Gómez Marín señala que poco tiempo después, el 22 de marzo de 1519, toma posesión como obispo principal su sobrino César Riario, también cardenal, pero Rafael continúa conservando su título de administrador perpetuo de la diócesis de Málaga, hasta su muerte en Nápoles.

El segundo Riario tampoco estuvo en la ciudad. Sin embargo, durante su episcopado y por el tesón del cabildo, el 22 de junio de 1522 se abrían los cimientos de la nueva Catedral de Málaga en un espacio contiguo a la antigua mezquita mayor de la época musulmana adaptada a iglesia de culto cristiano, desde la reconquista de la ciudad.

Tuvieron que pasar 87 años para que Málaga tuviera un nuevo cardenal: Gabriel Trejo Paniagua. Nacido en Plasencia, el 16 de diciembre de 1615, a instancias el rey Felipe III, el papa Paulo V le concedió el capelo cardenalicio. En 1627 es presentado como obispo de Málaga, pero no pudo hacer su entrada en la ciudad hasta el 16 de enero de 1630... por muy poco tiempo, ya que fallecía el 11 de febrero de ese mismo año.

El 7 de febrero de 1734, fue nombrado obispo de Málaga el agustino Gaspar Molina y Oviedo. También tomó posesión por delegación y fue dispensado de la residencia, debido a sus ocupaciones políticas de servicio a la Corona, por lo que no llegó a venir a Málaga, que gobernó mediante el vicario general y provisor, Martín de Ovejero. El rey Felipe V consiguió para él en 1737 el capelo cardenalicio. Según Gámez, basándose en el libro de Francisco Mondéjar Los obispos de la Iglesia de Málaga, a pesar de no residir en Málaga, De Molina y Oviedo prestó una importante ayuda desde Madrid, durante la epidemia de 1734 y la peste negra de 1738.

Si en tiempos pasados Málaga tuvo cardenales que no llegaron a estar en la ciudad, en los tiempos modernos ha ocurrido lo contrario, a excepción de Herrera Oria. Hasta tres clérigos fueron ascendidos a la púrpura después de haber ocupado la sede malagueña como obispos y de haber dejado grandes obras en la diócesis. Son los casos del granadino Juan José Bonel y Orbe, obispo de Málaga desde 1831 a 1833, fue miembro fundador de la Sociedad Económica de Amigos del País. Tras pasar por Málaga fue obispo de Córdoba y más tarde nombrado arzobispo de Toledo, donde el 30 de septiembre de 1850, Pío IX lo designa cardenal.

También de Marcelo Spínola y Maestre, proclamado beato por Juan Pablo II. Fue obispo de Málaga entre 1886 a 1895, pero no fue ordenado cardenal por Pío X hasta diciembre de 1905, cuando ya era arzobispo de Sevilla. En Málaga destacó su labor caritativa. Le despidió la ciudad entera en la estación. O Ángel Suquía Goicoechea, obispo entre 1969 y 1973 y creado cardenal por Juan Pablo II cuando ya era arzobispo de Madrid, en 1985, tras pasar también por Santiago de Compostela.