Una mentira contada mil veces se convierte en realidad. Si hay una frase que mejor representa el pensamiento que reinaba durante el boom inmobiliario, allá por el 2006, era la de «pagar un alquiler es tirar el dinero». Mientras que España se llenaba de bloques de pisos, los padres pasaban esa idea a sus hijos. ¿Por qué pagar a una tercera persona por habitar su vivienda, si puedes adquirir una en propiedad? Y si las cosas venían mal dadas, siempre quedaba la opción de vender el piso, eso sí, con una jugosa plusvalía. El negocio redondo. Todo el mundo sabe que los activos inmobiliarios nunca bajan, sólo suben. Los bancos entraron al juego, y el grifo del crédito estaba abierto. Y se firmaban las hipotecas, a miles, a millones. Mucha gente se lanzaba en busca de las cuatro paredes sin medir las consecuencias. Mensualidades demasiado altas en relación a los ingresos, y plazos de devolución que por lo general superaban media vida. Pero era la culminación del sueño de la clase media trabajadora: una vivienda en propiedad. El símbolo de paz y estabilidad, y por qué no decirlo, de cierto estatus social. Demasiado bonito. Lo peor estaba por llegar, y en forma de dos palabras: cláusulas suelo. Un mecanismo diferenciador, si se tienen en cuenta las hipotecas que se firman en los países del entorno europeo. ¿Pero qué son? El tipo de interés que se paga por las hipotecas lo mide el Euribor. Ahora mismo, con un 0,56% de interés anual, está más bajo que nunca. Las cláusulas suelo son un mecanismo que fija un mínimo que debe pagar el usuario por su hipoteca. Blindan a los bancos de la situación que se está dando en la actualidad. La media del tipo de interés que se paga en Andalucía es de 3,5%. En Málaga, la tercera parte de todas las hipotecas tienen suscritas una cláusula suelo. Sólo en el año 2013, los bancos ingresaron unos 150.000 millones de euros netos en la provincia, gracias a estas cláusulas. Éstas fueron declaradas abusivas por el Tribunal Supremo el pasado mes de marzo. Muchos las mantienen.

Pero la burbuja estalla, y con ella los sueños de miles de personas, que ven como ya no pueden atender sus obligaciones. Llega el paro, y con él, la falta de ingresos. Las hipotecas, que estaban cogidas por alfileres, ya no se pueden atender. Al segundo mes de demora, el banco ya puede iniciar el procedimiento de ejecución, más conocido como desahucio. Los expedientes de impago se van acumulando en los bancos. Cada expediente, un número. Pero detrás de cada expediente hay también una historia, una familia, hay ansiedad, y en definitiva, se esconden muchos días sin dormir.

Es el caso de Juan Manuel García y Patricia Gómez. Media vida juntos, tienen dos hijos y habitan en un piso de 100 metros cuadrados en la calle Carracas, Miraflores. Suscribieron una hipoteca con el Banco Guipuzcoano, ahora, Sabadell, por 25 años a razón de 645 euros mensuales. Él trabajaba en la construcción y ganaba unos 1.800 euros. No le pusieron pegas a la hora de firmar la hipoteca. Sólo tuvieron que avalarles sus padres con su propia vivienda. Le dijeron que era un simple formalismo. Pero llegó el paro, y con él, la falta de ingresos. Los 645 euros para el piso eran imposibles de asumir. Juan intenta sobrevivir con algunas chapuzas. De vez en cuando sale un trabajo. Pero nada estable. Pide la dación en pago, pero el banco la deniega. Mientras tanto, ve como sus familiares pagan cada vez menos por sus hipotecas, y él, sin trabajo, paga más que al principio. Tiene una cláusula suelo suscrita a su hipoteca. «No concilio el sueño por las noches. Pensar que la casa de mi padre, por la que ha luchado toda su vida, puede acabar en manos del banco», se lamenta.

La esperanza llega de la mano de María Encarnación Rojas. Ella es abogada con bufete propio en Málaga. Consciente de la situación por la que están pasando miles de familias, se ofrece de manera altruista para analizar la hipoteca de quien lo considere necesario. Además, se presta para ejercer de intermediaria entre usuario y entidad bancaria. «Estábamos dejados de la mano de dios. Ella aporta el conocimiento del que nosotros carecemos».

El primer paso es un completo striptease financiero. Los usuarios se enteran ahora de la letra pequeña de su hipoteca. Muchos ni se molestaron en leerla. «El notario tampoco ayudó mucho, dicen». María Encarnación solicita a los bancos la eliminación de la cláusula suelo. Ana Navarro, con piso en propiedad en la la calle Señora de los Clarines, pasaría de pagar 850 euros, a desembolsar unos 700 euros si le conceden la anulación. «La respuesta de los bancos suele ser negativa. A continuación se le pide la anulación de la cláusula suelo al Banco de España. Por lo general, la está concediendo. Pero eso no significa que se le devuelvan las cantidades al afectado, no es algo retrospectivo», explica la abogada. «Ante la avalancha de anulaciones de las cláusulas suelo, los bancos han adaptado una nueva estrategia. Compensan la bajada del suelo con la subida del diferencial», denuncia María Encarnación. El diferencial es el valor pactado entre banco y usuario, y se suma al Euríbor. Para la banca siempre es buen negocio.