Desde los tiempos de los grandes convenios, cuando Salvador Pendón se echaba las sedes por montera y las ponía a bailar flamenco, las diputaciones parecen perseguir a sus propias sombras. España, y más con la crisis, se ha acostumbrado a ponerlas en el entredicho y con tanta vuelta sobre vuelta las instituciones provinciales han perdido incluso su autoestima. Hasta el punto de que dedican más tiempo de discurso a pensar en lo que podrían ser que a batallarse con aseo y modestia política.

Vive la Diputación de Málaga un tiempo de clara hinchazón teórica. Da la sensación de que por un lado discurren sus representanes, y, por otro, ese tablero monumental de funcionarios y de cifras en el que se da salida a los asuntos. Los diputados, de manera más atropellada en algunos partidos y cómodamente instalados en la mayoría en otros, han convertido el edificio de la avenida Pacífico en una adolescente interesada en macerarse el ombligo. Y el pleno de ayer, y van ya unos cuantos, no fue una excepción en este sentido. De nuevo, y en el día en el que se aprobaron los presupuestos, se asistió a la enésima guerra de guerrillas por aclarar qué temas se pueden y deben debatir en la institución y cuáles no. En definitiva, por determinar qué es una Diputación y cuál es su identidad política.

Esta vez el detonante fue el intento del PSOE e IU de que se hablara del aborto y de la bofetada propinada por el Gobierno, vía Tribunal Constitucional, a la ley antidesahucios de la Junta de Andalucía. Se las prometía muy felices el portavoz socialista, Francisco Conejo, intentando cercar al presidente Elías Bendodo para que se metiera en las camisas de once varas que últimamente le diseña su partido. Aún a sabiendas de que la petición, en lo que se ha convertido ya en el clásico de cada mes, no sería atendida. Lo dijo Francisco Salado, del PP: la Diputación no está para mezclar churras con merinas ni para debatir temas sobre los que no tiene ningún poder de decisión. Aunque, eso sí, a renglón casi seguido, su compañero José Alberto Armijo, alcalde de Nerja, tomó la palabra para rellenar las tres cuartas partes de su discurso sobre el parque de bomberos con críticas a la Junta. Por más que Bendodo no tenga cara de Susana Díaz.

Con tanto fuera de juego, Salado se gustó alineando a su partido y dejándolo a la vera de las carreteras y del sentido prístino de la institución. Llamó a los del PSOE y a los de IU de «circo y pandereta» y les recomendó presentarse a las listas del Congreso y el Parlamento para dar rienda suelta a su pasión por la política -es un decir- de alto coturno. Lo cierto es que los tres partidos a menudo incurren en lo mismo. Como niños de interior que en verano se tiran a la alberca para sentirse gente despreocupada del mar y las piscinas. Y el resultado, al final, nunca falla: la oposición retirándose al unísono por habérsele negado la merced de que se discutan sus asuntos.

La espantada de los diputados fue quizá lo más interesante de un pleno soporífero, en el que casi hubo que rociar a los bedeles con perfumes amargos para que se mantuvieran erguidos. Y también, el pleno en el que se aprobaron los presupuestos, con un 5 por ciento más de inversiones -hasta 41,1 millones- y apenas dos alegaciones finales: la presentada por el interventor por una duda formal de rancio abolengo y la de CCOO, que cree que con ese dinero no se garantiza la respuesta a los convenios colectivos. IU y PSOE, que reservaron la argucia legítima para la primera aprobación, la de diciembre, con enmiendas, incluso totales, volvieron a atacar por el desequilibrio entre el dinero recibido en 2013 por los pueblos de más de 25.000 habitantes -el 70 por ciento del total, según la portavoz de IU, Antonia Morillas-y los pequeños. El tiempo, en la avenida Pacífico, hace una cosa extraña. No pasa. Casi se ensimisma.