Rafael León Portillo, recientemente fallecido, cuando era concejal delegado de Cultura del Ayuntamiento de Málaga que presidía Antonio Gutiérrez Mata (sustituido por Cayetano Utrera Ravassa poco después) decidió rescatar del olvido a un insigne judío nacido en Málaga en el año 1021 llamado Salomón Ibn Gabirol, más conocido como Avicebrón. Estaba y está considerado como el primer poeta que introdujo con regularidad en el hebreo los metros árabes. Su tratado La fuente de la vida, escrito en árabe y traducido al latín, constituye un importante instrumento para el estudio del neoplatonismo medieval. Fue también el autor de himnos y cantos místicos. Rafael León consiguió que la estatua de tamaño natural la hiciera el escultor norteamericano Reed Armstrong.

El monumento se levantó en 1970 en la calle Alcazabilla, en la acera del recién descubierto Teatro Romano. Junto a la estatua del ilustre judío malagueño se instalaron dos obras más, una representando al Invierno (un viejo arrebujado) y a Ceres (el Verano), una dama con los pechos al aire.

La intransigente censura de entonces se rebeló no contra el judío que solo conocían algunos malagueños cultos sino contra la dama despechugada. Alfonso Canales, con el delicado sentido del humor que le caracterizaba, restó importancia a la impúdica dama. «Si yo, comentó, he visto a viejecitas rezando a la señora y a Avicebrón creyendo que eran santos...».

Años después, Avicebrón cambió de domicilio. De la acera del Teatro Romano pasó a la de enfrente; después de produjo un nuevo desalojo depositando al insigne judío cerca de El Pimpi, donde ahora se encuentra semioculto entre la vegetación y las mesas y sillas del popular establecimiento.

Cuando estuvo en el segundo emplazamiento, presidiendo el Ayuntamiento Pedro Aparicio, llegó a Málaga un reducido grupo de turistas procedente del Estado de Israel. Era el primer grupo de israelíes que visitaba Málaga. La visita y programa preparado en su honor se publicó en la prensa local.

Signos nazis

La difusión de la llegada de los turistas judíos y las visitas programadas, que incluía una al monumento al judío más insigne nacido en nuestra tierra, despertó entre algunos ultras admiradores del nazismo, el deseo de hacerse notar, y en la noche víspera de la visita, se dedicaron a pintar signos nazis en la escultura y peana que lo elevaba del suelo. Alguien alertó al Ayuntamiento del atentado y del disgusto que se iban a llevar los visitantes al descubrir que el odio contra los judíos todavía prende en algunos individuos.

Me tocó cubrir la información, y una hora antes de la anunciada para la llegada de los visitantes, la concejala del Partido Comunista en el Ayuntamiento de Málaga, Gloria Fernández, con personal de limpieza, procedió con los productos más abrasivos a borrar las cruces gamadas que cubrían la peana. La propia Gloria Fernández, estropajo en mano, contribuía al borrado, cuando ella era experta en todo lo contrario, en hacer pintadas en pro de su filiación política.

Cuando los judíos llegaron no quedaba huella alguna de la pintada.

Por cierto, el hotel en el que se alojaron los turistas israelíes tuvo algunos problemas con ellos porque respetando el Sabbat (sábado), en el que no realizan ningún tipo de trabajo entre la tarde del viernes hasta la tarde del sábado, no apagaban las luces porque la ley judaica prohíbe toda clase de trabajos, incluido encender y apagar luces. Resumiendo: que el personal del hotel tuvo que dedicarse a apagar las luces porque aquellos eran respetuosos con su ley.

Españolizar

En plena Guerra Civil española (1936-1939) en Málaga se produjo un hecho insólito, algo que se le ocurrió a una mente pensante llevada del fanatismo más radical. Hoy, muchísimo después, sonroja comprobar que algún preboste de la época decidiera proponer y realizar semejante estupidez.

En Málaga, como en cualquier ciudad del mundo, cada negociante escoge para su empresa, industria, comercio, establecimiento, restaurante, hotel, sala de espectáculos... el nombre que más le agrada o que pueda ser atractivo para la población. A veces, todo hay que decirlo, el autor se pasa y el nombre de la razón social puede ocasionarle más perjuicios que beneficios. En Madrid, durante muchos años, funcionó un comercio con el cachondeable nombre de Perfecto Melón. Pero eso es otra cuestión. Era el nombre y apellido de su propietario.

En la capital, antes de que empezara la Guerra Civil, existían el Petit Palais, el Hotel Londres, el Hotel Royal, el Café Inglés..., entre otros establecimientos que yo recuerde.

Esto, para uno de los bandos, era, aunque parezca mentira, un atentado contra la convivencia. Con el Café Inglés, que estaba en la calle Larios, no hubo problema alguno porque lo quemaron, digamos, para entendernos, los rojos, porque era un café frecuentado por los señoritos de Málaga. Pero los otros tres nombres que cité al principio del párrafo eran una afrenta para los azules, porque Londres, nombre de la capital de Inglaterra, apoyaba a los rojos; lo de Royal, otro tanto de lo mismo porque es una palabra inglesa, y con el cine Petit Palais, qué decir, dos palabras francesas, cuando Francia apoyaba a los rojos.

Y surgió la mente privilegiada que obligó a cambiar los nombres. El Hotel Londres se convirtió en Hotel Lisboa; Portugal apoyaba a los azules y en su honor le dieron el nombre de Lisboa al incómodo Londres. El Hotel Royal, para no tener que cambiar el rótulo, se le permitió eliminar la L, transformándose en Hotel Roya, que ya no es inglés ni nada que se lo parezca.

Con el Petit Palais, el empresario, don Luis Pérez, optó por un término muy en boga entonces: Alcázar, como homenaje a los héroes del Alcázar de Toledo con el general Moscardó al frente. Pero el empresario, muy cuco, sustituyó la C de Alcázar por una K, y así nació el cine Alkázar hasta su desaparición en 1965.

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España en Málaga y premio Ondas