­Ruido. Tambores de cambio. Carestía. Ideologías que se izaban sobre el timonel del hambre. Una secuencia histórica que acabaría con la monarquía. Y que de alguna manera, más imbricada que directa, fue originada por un conflicto en el que aparentemente ni Málaga ni España tenían nada que decir. Pero a la que postre revolucionó los códigos de relación que existían hasta ese momento.

Se podría hablar, en cierto modo, de aceleración de la historia. La provincia, un poco aturdida por la decadencia fabril y la torpeza de los caciques, gestaba en su vientre la idea de la transformación. Aunque fue la guerra, y, sobre todo, sus secuelas económicas, con la alta burguesía maquinando con los precios y con el estraperlo, la que dio el primer batacazo. El hambre rompió las vestiduras de una sociedad en la que el descontento estaba instalado entre los trabajadores y las clases medios. Y engendrado, además, episodios esenciales en el cuadrante todavía histórico de la guerra.

El primero de ellos, la revuelta de 1917, que si bien en Málaga no fue tan abrasiva como en Madrid y Barcelona, acabaría por sacar al centro de la ciudad a millares de personas. La catedrática María Dolores Ramos, especializada en este periodo, se refiere a la gran manifestación convocada para exigir la amnistía del comité que había iniciado el movimiento. Y pone el siguiente jalón apenas unos meses más tarde, ya en el año último de la guerra, cuando las mujeres dijeron basta a la miseria y salieron por las calles de Málaga. A aquella algarada, que acabaría en tragedia, se le conoció con el sobrenombre de las líderes del hambre, que cayó con su trasfondo de orgullo y dignidad sobre las protagonistas: costureras, amas de casa, faeneras. Mujeres que lo único que querían era un plato de comida y que en su desesperación llegaron incluso a plantarse frente a la puerta del alcalde y de las familias que detentaban el poder económico.

En ese momento, señala Ramos, el gobernador civil cometió un error de bulto. Alentó a las fuerzas del orden a disparar. Murieron cuatro mujeres. Hubo otras que resultaron heridas. Y de esa bestialidad surgió en gran medida el movimiento sufragista de Málaga, que tanto aportaría al resto del país a través de nombres como Isabel Oryazábal o Victoria Kent. La represión y las amargas condiciones de vida que pesaban en la población durante la posguerra desembocaron en el trienio bolchevique, un título que la historiadora impugna. «No fueron tres años y además tampoco había un objetivo revolucionario. Lo que pedían eran mejoras laborales», resalta.

La senda por la que discurrió el final del imperio austrohúngaro situaría al canovismo frente a sus últimas bocanadas. Fueron años en los que la UGT y la CNT ganaron peso, repartiéndose la provincia como si fuera una especie de ajedrez ideológico: en las comarcas de Guadalhorce y Axarquía, además de Teba y Campillos, se extendió el socialismo, mientras que Ronda y Antequera simpatizaban con los anarquistas. Los cambios se avecinaban. Casi espoleados por los obuses. Imparables. Hasta forzar a Alfonso XIII a utilizar su último cartucho, Primo de Rivera. Años tumultuosos.