­Jugar una partida de airsoft parece una traslación de un videojuego a la realidad. Los jugadores adoptan un rol en función de cómo se haya organizado y guionizado, poniendo el hincapié en la recreación de uniformes y armas, para darle unas dosis de realismo que se valora mucho en estos círculos. No se trata sólo de jugar a la guerra, sino de una afición que engancha y que comienza con el primer par de botas.

Una de las reglas básicas del Airsoft es que las armas no sean dañinas. Lanzan unas pequeñas bolitas que apenas producen un pequeño escozor, muchas veces atenuado por el uniforme. Sin embargo, es obligatorio el uso de gafas para proteger los ojos, al ser una zona muy sensible, y controlar la velocidad de la munición. El organizador controla la velocidad de disparo de todas las armas, para evitar que superen los límites de seguridad, requisando aquellas que no los cumplen.

Recibir un disparo supone una herida, que inmoviliza al jugador hasta que un compañero lo rescata. El segundo disparo acertado supone que esté «muerto», lo que lo inmoviliza 10 minutos. Después de ese descanso, vuelta al juego. Eso sí, la organización lleva un control y puntúa los aciertos. Al final habrá un ganador.