­Llueve y son las tres de la mañana. María tiembla de miedo. Su marido acaba de llegar y la ha tirado al suelo. Su bebé llora desconsolado. Corre y se refugia en casa de su vecina, donde llama a la Policía. Por fin ha dado el paso.

Es sólo un caso más. El de una mujer asustada, maltratada, con pánico, dependencia y en la más absoluta soledad. El 016 recibe cada día cientos de llamadas. Los trabajadores sociales y psicólogos que atienden a estas víctimas de la violencia machista las animan a denunciar, a huir de su calvario. Pero muchas no se atreven. Y no saben que en ese paso está la solución.

«Despertar de la pesadilla es posible», explica la psicóloga de los centros de acogida para mujeres maltratadas con los que cuenta la Junta de Andalucía en la provincia, Pilar Ruiz. Por primera vez, un periódico ha entrado en el centro de emergencia de Málaga al que son derivadas nada más escapar. Muchas llegan en pijama, sin ropa, utensilios de aseo o dinero. Se trata de un edificio grande, lleno de vida. Hoy hay cuatro mujeres y todas tienen hijos. Bebés de sólo unos meses, niños de cerca de diez. Vidas truncadas a causa de la violencia pero con un futuro gracias a los recursos de la administración.

La psicóloga explica que todos los centros de los que dispone el Instituto Andaluz de la Mujer (IAM) son seguros. «Pueden estar tranquilas, la posibilidad de que una mujer sea localizada es muy baja salvo que ella facilite información». En 2013, 136 mujeres pasaron por estos recursos en Málaga. Estuvieron acompañadas de 156 personas a su cargo, casi todos hijos.

Una vez superan el primer paso, las mujeres son enviadas a casas de acogida de otras provincias, donde inician una nueva vida. Después, van a pisos tutelados, donde comparten piso con otras mujeres en sus circunstancias. En total, la media de estancia es de alrededor de tres meses, aunque hay casos de días y otros en los que el acogimiento se dilata. Tienen juguetes, salas de estudio y hasta pisos adaptados para discapacitados. Desde que se pusieron en funcionamiento, hace casi veinte años, han visto de todo. Han tenido a embarazadas, han acompañado a mujeres a dar a luz e, incluso, a ancianas a residencias. En total trabajan catorce personas que velan por su seguridad.

Las normas son muy claras. No se puede fumar, hay que extremar la precaución, no contar a nadie dónde están y cumplir las normas básicas de convivencia. Muchas terminan siendo amigas.

Según la especialista, cuando llegan al centro son un montaña rusa emocional. «Aquí empieza nuestro trabajo para que empiecen a valorarse, a tomar conciencia y a saber lo que ocurre. Nuestra misión es que entiendan que su relación es tóxica y a partir de ahí empezar a diseñar cuáles son los pasos a dar».

Estos centros son su hogar, pero también un lugar de trabajo. La autoestima y la toma de decisiones son una parte fundamental a tratar. Las ayudan a enfrentarse a la realidad, a las familias y a adquirir autoridad frente a sus hijos.

Pero hay que recordar que estas mujeres vienen de una espiral de violencia física y psicológica que ha hecho que se tambaleen sus cimientos. Además de miedo e impotencia suelen tener una situación de dependencia de su agresor y muchas están enamoradas. «Es muy difícil dar el paso, pero una vez que lo dan hay que reforzarlas», señala la directora de los centros de la Junta, Ana García.

Una vez se han instalado en los centros, les surgen dudas. «Se plantean si la decisión es la correcta, les da pena que puedan ir a la cárcel... Hay que recordar que no es el vecino del quinto, ellos no son agresores 24 horas al día, los vemos como el monstruo de las siete cabezas pero no es así», señala. Por eso, lanza un mensaje esperanzador: «No estás sola. El cambio da mucho miedo, pero si otras han podido, ¿por qué tu no?».