El pasado mes de diciembre falleció en Hollywood una de las actrices más destacadas del cine mundial entre los años 1935 y 1967, un largo periodo artístico, de más de tres decenios en el candelero. Me estoy refiriendo a Joan Fontaine, nombre artístico elegido para no coincidir con su hermana, Olivia de Havilland, también actriz. El verdadero nombre de la protagonista de Rebeca, su película más famosa, era Jean de Beauvoir De Havilland Fontaine. Nació en Tokio el 22 de octubre de 1917. Había cumplido, pues, 96 años. Olivia, su hermana, también actriz, una de las protagonistas de Lo que el viento se llevó, vive aún. Tiene 97 años. Las dos hermanas habían reñido cuando jóvenes, disgusto que han mantenido hasta la muerte de una de ellas.La muerte de Joan Fontaine me da pie a recordar el origen de la prenda de vestir, tanto para las mujeres como para los hombres, conocida por rebeca, que no falta en ningún guardarropa. Es la chaquetilla de punto sin cuello que se abrocha por delante. El primer botón, matiza el diccionario de la RAE, está por lo general a la altura de la garganta.

Hombres y mujeres recurren con frecuencia a la rebeca por su adaptación a cualquier circunstancia. Lo que los usuarios desconocen es que esta prenda se denomina rebeca porque la actriz Joan Fontaine la lució por primera vez en la película de igual título, Rebeca. Tanto gustó la prenda que se popularizó gracias a la citada película. Hace, pues, setenta y tres años que la rebeca o chaquetilla de punto está en el mercado con el nombre de la película que la popularizó.

El cine, antes y ahora, influye de manera patente en la imposición de una moda que aceptan las multitudes. El caso de la rebeca no es único. Hay otros menos conocidos pero que han influido en la moda masculina y femenina durante más de un siglo. Peinados, trajes de baño, zapatos, guantes, maquillajes... que han utilizado actores y actrices en películas han tenido respuestas en el ciudadano sin distinción social o económica.

Uno de los actores más famosos del cine mundial fue Clark Gable, protagonista de una película citada en líneas precedentes: Lo que el viento se llevó. En una de sus películas, Sucedió una noche, rodada en 1934, el galán de moda, por exigencias del guión, salió en una escena con el torso desnudo, o sea, que al desprenderse de la camisa, no llevaba nada debajo, ni una camiseta de manga larga, ni de manga corta, ni sin mangas.

Miles o millones de norteamericanos, admiradores del actor o seguidores de las modas de los ídolos del Séptimo Arte, le imitaron dejando las camisetas con o sin mangas en los armarios. Si Clark Gable no usaba esta prenda, ellos tampoco.

Los fabricantes de camisetas y los vendedores de ropa interior masculina notaron los efectos negativos de la nueva moda. ¡Fuera las camisetas! Las ventas se vinieron abajo, los fabricantes dejaron de recibir pedidos...y este sector de la economía se vio abocado a una aguda crisis. Pero como todos los problemas tiene solución, menos las tarifas eléctricas españolas, los fabricantes estadounidenses buscaron la fórmula de convencer a los partidarios del no uso de la camiseta porque Clark Gable no la usaba al menos en la película Sucedió una noche. La solución fue tan sencilla como convencer a la Metro Goldwyn Mayer, productora de las películas de Clark Gable para que en su próxima cinta apareciera con camiseta. Y así se hizo. Un año después del desaguisado por la escena de Sucedió una noche, el actor apareció en una escena luciendo una camiseta, no recuerdo si sin mangas, manga corta o manga larga. Los americanos, tan adictos a sus ídolos, volvieron a usar la prenda exiliada en los roperos. Y todos contentos. Lo que nunca se supo, o al menos no se publicó nada al respecto, es si la Metro cobró al gremio camisetero por incorporar en la nueva película al actor luciendo una camiseta, ni tampoco si el actor, por este detalle, percibió un regalo especial.

La actriz Verónica Lake, ya fallecida, no fue una de las grandes estrellas de Hollywood. Digamos que fue una más con muchas películas en su haber. Pero dio el golpe en Me casé con un bruja, rodada en 1942, dirigida nada menos que por el director francés René Clair, uno de los realizadores más importantes del cine francés que ocasionalmente rodó algunas películas en Hollywood.

El argumento de Me casé con una bruja se reduce a eso: un individuo contrae matrimonio con una joven rubia que tiene los poderes de una bruja. Era una película en clave de humor en la que Verónica Lake se lucía. Tenía entones 23 años y uno de sus encantos era una abundante cabellera rubia.

Su peinado llamó poderosamente la atención, y como en el caso de la no camiseta de Clark Gable, fue imitado por millones de norteamericanas. El detalle de su peinado es que parte de la melena le cubría el ojo. Tenía que recurrir frecuentemente a las manos para echarse el pelo hacia atrás. Entonces sí se le veía el ojo semitapado por los bucles de su cabellera.

Esto sucedía en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La industria armamentística norteamericana trabajaba a destajo en la construcción de navíos de guerra, aviones de combate, tanques, fusiles y toda clase de elementos bélicos. Como los hombres estaban en los frentes de guerra, las fábricas reclutaron mujeres para cubrir los puestos que los hombres no podían atender.

El estreno de Me casé con una bruja, y la adopción de las féminas a la moda de la melena cubriendo un ojo tuvo dramáticas consecuencias. Muchas mujeres sufrieron graves accidentes en las fábricas al enredarse el pelo con las máquinas. En lugar de llevar el pelo recogido en un moño o cubierto con un pañuelo lo llevaba al estilo de Verónica Lake. Las autoridades tuvieron que intervenir... y en la siguiente película la actriz recurrió a un peinado normalito, sin riesgos para su seguridad.

Verónica Lake, aparte de ser la bruja de la película, en la vida real se casó cinco veces. Quizás tenía algo de bruja.

En la película Gilda, la protagonista, la sugestiva Rita Hayworth, calzaba unos zapatos negros de alto tacón con una tira de cuero del mismo color que cruzaba el tobillo de parte a parte. Fue un modelo que inmediatamente fue utilizado por los diseñadores de zapatos de todo el mundo para sus nuevas colecciones. El modelo Gilda fue muy popular, y según me ha informado una experta en zapatería, este tipo de calzado ha vuelto, o sea, que está otra vez de moda, nada extraño porque las modas vuelven después de un paréntesis de tiempo no muy largo pero lo suficiente para que las señoras hubieran dado de baja los modelos de vestir y calzar y que para ponerse a la moda tienen que volver a comprar el modelo que dejaron por haber pasado de moda.

La frase completa de este ladillo es: «Nueve de cada diez estrellas de cine usan jabón Lux». El jabón Lux, que no sé si se sigue fabricando, era un producto made in USA que se anunciaba de forma insistente en la prensa y radio de hace muchísimos años, cuando la oferta del jabón se limitaba a tres variedades: jabón verde (para lavar la ropa), jabón Lagarto (para manos y baño) y el jabón de olor (neutro y perfumado). El llamado jabón de olor estaba considerado como un artículo de lujo y accedían a su uso solo personas de cierto nivel económico. El más conocido era el de la marca Myrurgia. Había otros menos conocidos como el Gal, el Maja... y otros que inundaron el mercado. La gente, que empezaba a disponer de más medios, descartó el Lagarto que era bastante basto, y se entregó al uso de los jabones neutros y perfumados.

Fue cuando Lux, con la publicidad relacionada con el uso de este jabón por las estrellas de Hollywood, irrumpió en el mercado español. Al principio había que recurrir a los estraperlistas que lo traían de Gibraltar, Melilla y Ceuta porque no se importaba. Al Lux se le unió el Palmolive, también de procedencia exterior.

Cuando el turismo empezó a crecer en España y los hoteles de la Costa del Sol (Pez Espada, Tritón, Riviera...) instalaron pequeños comercios para vender colonias, perfumes, pintalabios, mantones de Manila, abanicos, libros, revistas, trajes de toreros..., se incluyó en la oferta el jabón Maja, de elaboración española. El resultado fue una auténtica sorpresa: las turistas empezaron a comprar pastillas de jabón Maja y al regresar a sus países se llevaban consigo cajas enteras del jabón español. Optaron por nuestro jabón abandonando el famoso de la publicidad «Nueve de cada diez estrellas de cine usan el jabón Lux». Y los españoles adoptamos el Lux y el Palmolive dando la espalda al Maja nacional. Hoy ya no hay ni Lux, ni Maja, ni Palmolive... porque se han impuesto los jabones líquidos que ya se usan hasta en los servicios de los establecimientos de carretera, los gel de baño, los shampoo, las toallitas refrescantes..., y para lavar la ropa, los detergentes. El jabón verdes se considera hoy una pieza de museo