­«Los niños envueltos en harapos ensangrentados, sin zapatos, con los pies hinchados, aumentados dos veces de tamaño, lloraban desconsoladamente de dolor, hambre y agotamiento». Si, como decía, Gamel Woolsey, la mujer de Gerald Brenan, Lucifer y su legión bajaron a empaparse, en la Carretera de Almería también hubo ángeles. Quizá el más importante de todos el médico canadiense Norman Bethune, que atendió a decenas de personas desinteresadamente y a cuya labor se debe buena parte del material gráfico y periodístico sobre la catástrofe.

Bethune, de cuya muerte se cumple ahora 75 años, se apostó con su ambulancia en el tramo final de la diáspora, donde fue atendiendo a todos los que llegaban. Niños y familias exhaustas, golpeando el cristal del coche y rogando que se llevara a los más pequeños. Dónde es difícil de calibrar. Porque todo estaba cercado por los militares. Incluso, los refugios de Almería, hacinados y sin letrinas, que vieron llegar a más de 1.700 personas en un estado casi de descomposición. Niños desnutridos que en ocasiones eran inscritos como los responsables del grupo con el que llegaban.

El médico canadiense, que anteriormente había instalado el pionero servicio de transfusión de sangre y que, totalmente conmovido con la situación de la guerra, diseñó un centro para acoger a niños huérfanos, será en estos meses también otro de los puntales de la recuperación de la memoria de la matanza. En este caso, en el marco de un proyecto internacional en el que colaboran el Gobierno y la Junta, y que comporta la difusión de su obra y figura en China y Canadá. Entre otros actos está programada la exposición Bethune, la huella solidaria, que será inaugurada en marzo en Sevilla y que recorrerá Madrid y Málaga. Y, por supuesto, los países de Cuina y Canadá, que contribuyen también a la iniciativa a través de sus respectivas embajadas. En ambos países se ha publicado recientemente el libro Bethune en España, que refleja ampliamente su participación, decisiva para la recuperación de los hechos, en la siniestra antigua N-340, siempre marcada por la sangre.