Nació en tierras cordobesas por circunstancias. Pero toda su familia era de Benamargosa y antes de la contienda militar ya estaba asentada en Vélez Málaga. José Alarcón, a sus 83 años de edad, recuerda que sus padres, nada más ser tomada la capital malagueña, emprendieron la marcha más sanguinaria que pudiesen imaginar en dirección a Almería. «Mi padre era lo que es hoy en día ATS. Pero no pasamos de Motril. Haber visto la carretera convertida en carnicería se te queda grabado para siempre».

Han transcurrido 77 años desde que miles de personas muriesen durante los bombardeos de la vía por la que habían emprendido la huida familias de toda condición social y circunstancias. José trabajaría luego como albañil. Asegura que volverse en Motril le costó a su padre la vida: «Nos dijo a mi madre y a nosotros que nos volviésemos para Benamargosa. Él se quedó ayudando en las enfermerías, porque había mucha gente mutilada y grave a la que tenía que ayudar. Eso le obligó luego a refugiarse donde pudo».

No menos dolorosas serían luego las penurias en cárceles de Granada y Málaga, de las que José supo por un tío que compartió itinerario. «Los metieron en la plaza de toros de Granada, donde no les daban ni agua. Por lo visto estaban como bichos, con un hambre que era insoportable. Y de allí pasaron al campo de concentración de Pinos Puente, donde no iban a estar mejor», agrega.

El relato prosigue con los peores momentos de la Guerra Civil: «A mi padre no tenían con qué tenerlo encarcelado. Sólo hizo lo que tenía que hacer por tener posibilidad de ayudar a las víctimas de la caterretera. Pero lo trasladaron luego a Málaga y mataron a mi abuelo, a él y a mis tíos. Son cosas que por mucho que quieras pasar página, como ahora se dice, no puedes olvidar mientras vivas. Así me vi con siete años trabajando. Mi madre lograba sacarnos a mí y a mis tres hermanos como podía. Uno enfermó y murió con 14 años. Estas cosas son muy difíciles de superar», concluye.

José participa activamente en cuantos homenajes se celebran en recuerdo a las más de 3.000 víctimas que murieron en febrero de 1937 en la carretera hacia Almería y confía en que mantener viva la memoria de los que fallecieron «evite nuevos conflictos en nuestro país». Su relato finaliza con el desgarrador recuerdo sobre las represalias a las mujeres de los fusilados: «Qué culpa tenía una madre con muchos niños de que su esposo fuese de izquierdas. Pues las pelaban al cero y las sacaban a la calle para que se burlasen los demás».