De toda la operación carpetovetónica de Hoyo de Esparteros, una de las pocas ocasiones en que el Ayuntamiento y la Junta se ponen de acuerdo para destrozar el patrimonio, hay que quedarse con lo bueno.

Estos días de viento en los que el edificio de Eduardo Strachan parece presentir su fin y pierde fuerzas, estamos siendo testigos de un esperanzador cabreo generalizado en las redes sociales y delante del mismo inmueble. Ya son legión los malagueños que señalan la desnudez con la que se pasea el emperador.

Ninguna movilización, por ahora, parece capaz de echar atrás una decisión basada en algo cuestionable en pleno siglo XXI, el servilismo: el pase y sírvase usted mismo, un privilegio urbanístico que las fuerzas vivas de esta ciudad han querido reservar para el arquitecto español más notable.

Los vientos de contención que ha traído la crisis no han frenado en Málaga esa epidemia que afecta a nuestros eruditos dirigentes de querer dotar a sus ciudades del mayor número de obras de referencia internacional. Un festival de dispendio del que no nos hemos recuperado. Y sólo un despiste de nuestras autoridades nos ha privado de disfrutar de un Guadalmedina atravesado por uno de los millonarios costillares de Santiago Calatrava.

De hecho, en esta ciudad de nuevos ricos faltaba de forma escandalosa la obra de un arquitecto de fama internacional. Desde que Miguel Fisac hiciera el instituto Rosaleda, poca cosa llamativa se había hecho en Málaga en ese terreno.

Los denodados esfuerzos de socialistas y populares por dejar que se doble la altura permitida en el Centro, con tal de que Rafael Moneo nos deje su premiada huella, aunque sea para repetir la estrategia del Málaga Palacio, ha acabado con la paciencia de muchos malagueños, que se preguntan, y con razón, en qué manos estamos.

En estos días se multiplican las protestas en las redes sociales y ante el inmueble; se realizan montajes de cómo quedará el desproporcionado edificio y se cuelgan carteles en la obra de Eduardo Strachan, que resurgirá convertida en pastiche.

Queda poco para que nuestros sagaces políticos alcancen la meta. La buena noticia es que operaciones como esta tienen un coste social. Cada vez son más los malagueños que saben distinguir entre la especulación urbanística y un proyecto respetuoso con la ciudad. En este sentido hemos madurado y ya no es tan sencillo el trueque del gato por la liebre sin que se produzcan protestas.

A los malagueños que hoy se desgañitan contra esta tropelía que nos rebaja como ciudad les queda el consuelo cívico de oponerse a los vándalos. Por cierto, algunos de ellos, a su debido tiempo, recorrerán nuestras calles pidiendo nuestro voto. Y tienen toda la razón, sólo por lo que van a permitir en Hoyo de Esparteros habría que botarlos y regenerar de una vez el turbio urbanismo malaguita.