­Pepa Cerdán está viviendo lo que para ella es una broma de mal gusto. Hace unos días recibió una multa en su casa, en el barrio de Las Flores, por echarle unas migas de pan a las palomas.

En total, 167 euros por dar de comer a estas aves y por tener cuencos con comida para gatos en las inmediaciones de su casa. Con 80 años, la mujer no le encuentra explicación a la multa, pues asegura que nadie le había avisado de que la fueran a multar. «Un día dos policías de paisano me dijeron que no le echara arroz a las tórtolas», cuenta la mujer, que relata que otro día, uno le pidió por lo bajini que no lo hiciera.

No sabe si ha sido cosa de estos agentes o de otros, pero lo cierto es que la multa ha llegado y ella, afirma, no puede permitirse pagarla porque, asegura, son muchos los gastos a los que tiene que hacer frente con su pensión de apenas 600 euros. «Con ese dinero pago la luz, el Ocaso y el Procono, además de la comida. Lo que me sobra se lo envío a mi hijo, que está en prisión», cuenta la señora visiblemente afectada. «Tengo cuatro gatos, dos perros y dos gallinas», señala la mujer, que se considera una apasionada de los animales.

Tanto, que a veces se siente como el bíblico Noé, pues tórtolas y palomas la persiguen por la calle deseosas de unos granos de arroz o de unas migas del pan sobrante de la panadería de otro de sus hijos.

Tanto es el amor que esta octogenaria profesa a los animales que cada día prescinde de la siesta para llevar cuencos de comida a siete gatos del cementerio de San Miguel, cercano a su casa, y cuya castración ha pagado.

Su hija María José Jiménez afirma que a su madre le han prohibido la entrada en este recinto, y que, según varios vecinos de la zona, a la mujer le han hecho un seguimiento y la han multado a sabiendas de todo lo que hace. «No es cuestión de dinero, es por dignidad», asegura la hija.

Pero Pepa continúa ajena al asunto y prefiere desdramatizar. «Voy a seguir echándoles de comer y no voy a pagar la multa», asegura tajante, con el convencimiento de que no la obligarán a hacerlo y la sanción del Ayuntamiento caerá en el olvido. «A mi me encanta darles de comer, es mi único vicio. Yo ni fumo, ni bebo ni voy al cine», recuerda la señora.