De las farmacias han desaparecido por su inutilidad o porque los médicos los han eliminado de su vademécum particular algunos medicamentos o específicos que eran de uso diario en las familias malagueñas. Cuando los enumere, algunos lectores pondrán cara de no saber qué productos escribo; otros, los menos, evocarán pasajes de su niñez cuando por prescripción facultativa o por costumbre se administraban especialmente para los niños. Los productos que ahora son casi imposible encontrar en las boticas son el aceite de ricino, el agua de Carabaña, el aceite de hígado de bacalao, el cacao de bellotas, la cafiaspirina...

Los niños de mi época (yo entre ellos) cuando nos empachábamos (exceso de comida, malas digestiones...) éramos sometidos a la tortura del purgante, una terapia que ha pasado de moda y que los médicos de hoy se asombran de que se recomendara. El empacho se resolvía con dos productos, a cual más repugnante: el aceite de ricino y el agua de Carabaña.

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España y premio Ondas

El ricino es una planta de origen africano de cuyo fruto se extrae un aceite de hedor desagradable y de peor sabor. Se utilizaba como purgante. Dos cucharadas de aquel asqueroso producto que se aminoraba al ser mezclado con zumo de naranja u otro líquido era mano de santo. El empacho desaparecía.

El segundo purgante de aquellos años era el agua de Carabaña, nombre que responde al pueblo madrileño donde existe, o existía, un manantial que en lugar de proporcionar un agua fresca sin color ni sabor emanaba un agua sin color pero con sabor, utilizando una expresión popular, a «perros muertos». El primer trago obligaba al paciente a ir con urgencia al váter para evacuar.

Pero hoy los niños no se empachan aunque consuman toneladas de palomitas, hamburguesas, pizzas de tres o cuatro quesos..., la llamada comida basura que contribuye a la obesidad masculina y femenina.

Cacao de bellotas

Para todo lo contrario de los purgantes se recomendaba entonces el cacao de bellotas, que se vendía en envases como los utilizados para el cacao en polvo. Se administraba como abstergente en los casos de diarrea. El producto no era una ambrosía pero era pasable. Sabía a bellotas, claro, ese fruto que permite que los cerdos ibéricos nos proporcionen un producto que sí es una ambrosía: el jamón de pata negra.

El cacao de bellotas está en el desván de los productos eliminados por la medicina moderna.

El aceite de hígado de bacalao

Otro tormento de los niños de ayer: el aceite de hígado de bacalao. Se recomendaba a los niños enclenques, poco desarrollados, tardíos..., vamos, a los canijos sin apetito, martirio para las madres que le tocaban en la ruleta del parto un ser sin ganas de comer.

El remedio recomendado por lo médicos de la época era someter al rorro al martirio de tragarse cucharaditas de aceite obtenido del hígado del bacalao. Hoy se vende todavía, pero no tiene la pujanza de las épocas pasadas. Creo que se vende en frascos de un litro.

Cafiaspirina

Los laboratorios Bayer, creadores de la mundialmente famosa aspirina, un medicamento que tiene un siglo de existencia y que se sigue consumiendo por millones de personas, lanzaron una versión nueva, la Cafiaspirina, que era la aspirina de toda la vida con aditamento de cafeína. Estuvo muchos años en el mercado, pero un día desapareció de las farmacias porque al parecer era bueno para unas cosas y no recomendado para otras.

Las sanguijuelas medicinales

Yo recuerdo con repulsión las sanguijuelas medicinales que aplicaban sobre el cuello y otras partes del cuerpo humano para que el gusano chupara la sangre y redujera la presión sanguínea en individuos que necesitaban someterse a una sangría. Lo que se utilizaba en medicina para evacuaciones sanguíneas en los enfermos era conocida por sanguijuela común (hirudo medicinales).

Aunque parezca un contrasentido, las sanguijuelas las aplicaban los barberos y peluqueros. No hay que remontarse al siglo XIX para aseverarlo. En la peluquería-barbería que había en la Acera de la Marina antes de la unión del Parque y la Alameda -junto a la óptica Casa Ortega, la Confitería Carrasco, un estanco, la Papelería Álvarez, una administración de lotería, una casa de cambio, la oficina de tranvías... y la horchatería Fillol- estaba la barbería que exhibía en un expositor acristalado unas hermosas y repugnantes sanguijuelas bien gordas y relucientes por los banquetes que se daban chupando la sangre de los que se sometían a esta terapia.

Ya no hay sanguijuelas medicinales. Lo único que queda del escalofriante bicho es un núcleo o partido rural cercano a Ronda que responde al nombre de Sanguijuela y sus habitantes son conocidos por rondeños porque el gentilicio de sanguijuelos suena fatal. Pero sí hay sanguijuelas en forma de empresarios que chupan la sangre a sus asalariados no pagándoles el salario mínimo, ni dándoles de alta en la Seguridad Social.

Tampoco vapores de eucalipto

Otra terapia que no se lleva es la que recomendaban los médicos de niños (ahora pediatras) cuando se constipaban. Los especialistas de hace cuarenta y cincuenta años recurrían a un remedio tan eficaz como barato: poner en un cacillo eléctrico (un utensilio de cocina que también ha desaparecido del mapa) la cantidad de agua mínima que aconsejaba el aparato con varias hojas de eucalipto, que se podían obtener con facilidad porque en nuestros parques, jardines y paseos abundan los eucaliptos.

Cuando el agua hervía con las hojas en el mismo recipiente se producían unos vapores que respirados por los niños favorecían la expectoración, suavizaban la garganta... y curaban. Los pediatras más respetados en la Málaga de entonces, y que recomendaban esos tratamientos eran don Eduardo Jaúregui, don Félix García Palacios, don Salvador Marina..., todo ese espléndido equipo de médicos de niños que trataron los niños que hoy son cincuentones. Hoy, los niños con síntomas de catarro, tos, dificultad para respirar... son atiborrados de medicinas que sirven para lo mismo, pero pagando, claro, y enriqueciendo a los laboratorios, visitadores médicos, farmacéuticos, fabricantes de papel y cartón, vidrieros, plastiqueros, celofaneros... porque hay que ver la cantidad de envases que teóricamente se necesitan para envolver cualquier medicina...

El petitorio

Ahora creo que lo correcto es SAS, siglas de Servicio Andaluz de Salud; pero antes lo conocíamos por Seguro de Enfermedad, Seguridad Social y otras denominaciones que al final tienen el mismo fin: atender a los enfermos en los centros de salud.

Para ahorrar, y acabar con las miles de sucursales de boticas en que se han convertido muchas viviendas en las que se acumulan medicinas para todas las dolencias conocidas y por conocer, el SAS o la Seguridad Social va restringiendo algunas o muchas medicinas que hasta hace poco se suministraban de forma gratuita a los pacientes. No había límites. Yo creo que la Seguridad Social hasta facilitaba polvos de talco para los culitos de los bebés. Las restricciones alcanzan, por citar un caso, a los colirios, tan necesarios para curar infecciones oculares. Los médicos advierten a los pacientes de que tal o cual medicina no la cubre la Seguridad Social.

Cuando el Seguro de Enfermedad empezó a funcionar, la lista de medicinas gratis o a pagar una parte era muy reducida. Los fármacos de alto precio no estaban en el petitorio, palabra que fue elegida para limitar la dispensación de medicinas... a las baratas. Las de alto precio no estaban en el famoso petitorio, vocablo que se eligió para relacionar las medicinas que podían recetar los médicos.

Con el tiempo las limitaciones del petitorio se obviaron y todos los medicamentos que se elaboran en los laboratorios españoles con licencia extranjera casi siempre se recetaban sin la menor cortapisa hasta que el derroche puso en peligro el sistema de asistencia médica.

Las restricciones nos retrotraen a la época del petitorio.

Abierta toda la noche

La primera farmacia de Málaga que decidió establecer el servicio Abierta toda la noche fue la de don Bonifacio Gómez en la calle San Juan. Don Bonifacio, el boticario, que es como antes definíamos a los farmacéuticos, era un personaje entrañable, muy respetado y querido por los malagueños. La gente acudía a él en la seguridad de que le recomendaría lo mejor para el mal que le aquejaba... y más barato. Como buen farmacéutico prefería preparar en la botica las cremas, las pócimas, los brebajes... para mitigar un dolor por una picadura, para curar una quemadura casera, una diarrea, una tos u otro mal menor.

Como habitaba en una planta superior del edificio en cuyos bajos estaba la farmacia, a cualquier hora de la noche, don Bonifacio descendía a la botica para atender a los que acudían en demanda de ayuda urgente.

Cuando él, por alguna razón, se sentía indispuesto con fiebre, tos o algún dolor, advertía a la familia: «De abajo -refiriéndose a la botica- no me subáis nada». Prefería curarse solo, sin tomar ningún potingue, ni píldora, ni sello, que es como se conocían las dos obleas redondas que encerraban en su interior las dosis curativas.