­Ni la bandera del barco ni las dimensiones dejan lugar a dudas. En el Octopus flamea la bandera de las islas Caimán, uno de los múltiples paraísos fiscales que colecciona el Reino Unido y esos productivos paraísos, camuflados como colonias, no los frecuenta todo hijo de vecino.

En cuanto a sus hechuras, sólo un convencionalismo náutico puede calificarlo de yate, porque lo cierto es que la embarcación atracada ayer en el muelle 2 de Málaga, frente al Palmeral de las Sorpresas, parecía una nave nodriza del Queen Elizabeth II.

Y sin embargo, pese a su elegante azul marino y el blanco, los colores imperantes, el barco de Paul Allen, cofundador de Microsoft junto a Bill Gates, supone una exhibición desaforada de riqueza, fenómeno que también se estila entre algunos magnates rusos y jeques del petróleo. Los tentáculos del Octopus, valorado en 220 millones de dólares, han llegado como otra veces a la ciudad del Málaga Valley para exhibir el poderío de la industria tecnológica norteamericana y el valley original, el del silicio en California. El magnate por cierto no iba a bordo. El barco iniciará ahora excursiones por el Mediterráneo con sus invitados, que llegarán en avión a Málaga.

Ayer, un día de julio parapetado en abril, el puerto rebosaba de turistas, gran parte de ellos italianos, que no se marcharon sin hacer una foto a la mole flotante. Como el barco no cabía en el encuadre de las cámaras, muchos optaron por subirse a los bancos y captar aunque fuera un trozo. La mejor panorámica se obtenía un poco más lejos, desde el Muelle Uno, con el techo verde del Parque aminorando la irrupción del acero.

Porque ni siquiera Usain Bolt podría recorrerlo en menos de 10 segundos: mide 126 metros y hasta 2009 era el mayor superyate en manos privadas -los jefes de Estado juegan en una liga superior-. De ostentación norteamericana pero de fabricación europea -salió de los astilleros de Bremen y Kiel, aunque el interior se hizo en Seattle-, el Octopus cuenta con piscina, cine, estudio de música, dos helicópteros, un submarino y desde tierra puede atisbarse una canasta de baloncesto pues tampoco le falta la cancha. Y aunque solo son suposiciones, el megayate probablemente no cuente con rudimentarias hamacas en los camarotes como en las novelas de Conrad. En este barco no parecen cuadrar los ramalazos de sobriedad.

En todo caso, poca vida se puede otear desde tierra salvo dos miembros de la tripulación con polos blancos que sacan brillo al techo de uno de los pasillos exteriores.

¿Es posible subir y ver cómo vive alguien capaz de encargar este palacete y llegar a fin de mes? El periodista pone cara de no haber roto un plato. Como respuesta el marinero mueve el dedo y hace el gesto internacional de la negativa. Mensaje recibido.

Con un barco tan poco discreto como el Octopus, no es exagerada la intuición de que si el señor Allen invirtiera en Málaga, la economía local reflotaría y llegaría a buen puerto. Sea usted siempre bienvenido a esta su casa.