Nadie, ni siquiera los más veteranos, recuerdan un duelo tan largo. Han pasado 77 años, una espera excesiva, por momentos incluso monstruosa y desesperanzada. Toda una vida, varias generaciones, pendientes de la parcela de Santo Toribio, del mismo corpachón inhumano e inamovible de tierra. Centenares de familias de Teba, pueblo batallador y trágico durante la guerra, retiran hoy las últimas brumas de un pasado que ha estado desgajando la historia oficial durante décadas, en la mayoría de los casos bajo un silencio tramado a trompicones, cuando no directamente impuesto.

Sin el menor asomo de división y de protesta, el municipio se reencuentra hoy con lo que ha estado ambicionando desde que el equipo del arqueólogo Andrés Fernández, a finales de febrero de 2012, inundara con material topográfico el patio del cementerio. Los 151 ocupantes de la fosa común, fusilados entre 1937 y 1949, regresan al camposanto, aunque esta vez en discurso solemne y acompañados por sus descendientes, muchos de ellos enfrascados en una intensa búsqueda desde que acabó la guerra. Por deseo de las familias, los restos de las víctimas descansarán a partir de esta tarde en un panteón conjunto que servirá al mismo tiempo de monumento y recordatorio de la masacre.

La expectación despertada por la ceremonia, a la que asistirá Luis Naranjo, director general de Memoria Democrática en la Junta, se prevé intensa. En marzo de 2013 la presentación del libro Teba se desangra, de Andrés Fernández, reunió en el polideportivo a medio millar de personas, casi una octava parte de la población total del municipio. Al principio de los trabajos, Juan Fuentes, coordinador de la investigación y responsable de la asociación de familiares de Antequera, explicaba la relevancia que han adquirido los desenterramientos. En el pueblo la ligazón emocional es directa y ni siquiera necesita de solidaridad histórica; con poco más de 4.000 habitantes censados, y teniendo en cuenta el volumen de víctimas, apenas existen hogares, pese a las décadas de distancia, no tocados por algún antepasado en la tragedia. De hecho, los testimonios orales han sido fundamentales a la hora de reconstruir los hechos: especialmente los de la madrugada del 24 de febrero de 1937, la conocida Noche de los Ochenta, en la que fueron acribillados 84 vecinos, 3 de ellos mujeres.

Además del libro de Andrés Fernández, la matanza de Teba ha inspirado incluso un documental, realizado por Jorge R. Puche, y dedicado en exclusiva a los fusilamientos. Por el número de cuerpos alojados en la fosa, cuya exhumación finalizó en el verano de 2012, se trata, tras la de San Rafael, en Málaga, de la segunda excavación del periodo más importante del país.

Según la memoria del proyecto, recogida en el texto del arqueólogo, la mayoría de los fusilados fueron campesinos menores de 25 años. La última de las ejecuciones, datada en 1949, se corresponde con las batidas franquistas contra los maquis. Buena parte de los nombres y actas recuperados por el municipio se deben al trabajo del historiador Francisco Espinosa, que en su rastreo en busca de los aniquilados en San Rafael topó con archivos referentes a Teba. Gracias a esos documentos, junto a la voz de los familiares, se ha podido recomponer el horror que sacudió las calles del pueblo durante la guerra y los años posteriores.

En lo que se refiere a la fosa común, los asesinatos se iniciaron justamente después de la toma de Málaga, cuando el bando ganador emitió un parte en el que aseguraba que no habría represión para todos aquellos que no hubieran cometido delitos de sangre. El anuncio sirvió para que miles de vecinos de Teba, que habían huido tras la llegada de los nacionales, decidieran volver sobre sus pasos. Durante días, familias enteras se apostaron a la entrada del municipio en procesión desesperada, con los rostros desencajados por un viaje que en algunos casos incluyó la Carretera de Almería, la llamada ruta de la muerte.

De acuerdo con las crónicas del periodo, los nacionales, como en muchos otros puntos del país, no cumplieron con su llamamiento. La presunta indulgencia resultó una trampa letal en la que cayeron decenas de vecinos. La balacera se sucedió, a veces incluso en tandas de diez personas. La dimensión de la masacre ha llevado a la Junta a nombrar oficialmente al camposanto como Lugar de la Memoria Democrática de Andalucía. Una declaración que se hará oficial también hoy y que eleva la protección del espacio.

En la provincia de Málaga únicamente existen otros dos puntos que cuentan con ese título: el antiguo cementerio de San Rafael, que está considerado como el mayor cadalso de la guerra y del franquismo, y el Peñón del Cuervo. Este último por forma parte de la senda siniestra de la Carretera de Almería, en la que fueron ejecutadas miles de personas, todas ellas civiles.

El acto de hoy, que culminará con una ofrenda floral, coincide además con la llegada a la casa de la cultura del municipio de la exposición itinerante Memoria histórica en la provincia de Málaga. Una muestra que recoge parte de los objetos y documentos compilados durante las diferentes exhumaciones completadas en los últimos años. De San Rafael a Alfarnatejo y, por supuesto, Teba, donde fueron encontrados una gran cantidad de utensilios junto a los cadáveres. Relojes, bolígrafos, crucifijos, mecheros... Huellas en muchos casos de una identidad, del principio del fin del anonimato.