En los últimos meses el nombre de Alberto Montero ha sonado con fuerza en la órbita de referencias de la nueva política española. Su colaboración en la gestación nacional de Podemos, junto a su trayectoria académica, le sitúan en el ramillete de jóvenes economistas el que se miran los movimientos sociales. Amigo y compañero generacional de Pablo Iglesias, el profesor de la Universidad de Málaga, que ocupa actualmente también la vicepresidencia de la Fundación del Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), apuesta por reorientar el juego económico y devolver la preeminencia a la dimensión humana.

Los últimos datos del paro han instalado al Gobierno en un nuevo clima de euforia. ¿El horizonte aparece tan despejado como lo pinta Montoro?

Sinceramente no creo que haya absolutamente nada detrás de esa presunta recuperación. Estamos centrándonos mucho en el dato mensual y trimestral sin observar la tendencia, que no es precisamente de crecimiento. La bajada del paro tiene un componente estacional; desciende puntualmente por el peso de la industria turística, pero en cuanto vuelvan a caer los viajeros esa subida también desaparecerá. Además, hay un cambio estructural importante. Desaparece el empleo definido por el parcial y eventual. O dicho de otro modo, se está apostando por un modelo flexible en ese aspecto, el de intentar minimizar el coste de la economía por el lado del empleo.

Los números, de momento, parecen enderezarse. Los sindicatos, sin embargo, alertan de los problemas que acarreará en el futuro la devaluación del empleo.

No sólo los sindicatos. Se está produciendo un cambio en el marco de las relaciones laborales que debilita algo que ha sido siempre el motor de la economía española, que no es otra cosa que la demanda interna. Si los trabajadores tienen poca estabilidad y poder adquisitivo nos encontramos con un consumo a la baja. Y la constatación está en el último dato del déficit comercial, que se ha duplicado, lo que significa que la devaluación interna, el hundimiento de los salarios, no funciona.

La economía española se lo está jugando todo a la carta de la exportación. ¿Puede ser la vía de salida?

Es difícil que lo sea. El cambio del acento económico no se produce en poco tiempo y menos sin invertir en I+d+i y con un empresariado que carece totalmente de cultura empresarial. Se ha puesto la mira en Alemania, pero si por algo se caracteriza el modelo alemán es por la profunda conexión entre el sistema financiero y el tejido industrial. De hecho, los banqueros son al mismo tiempo los consejeros de administración de las empresas que crean valor. Eso no ocurre en el sistema español, donde el sistema financiero es parasitario de la industria y lo único que hace es extraer renta de la economía real y transferirla a la escala financiera.

Los datos hablan precisamente de una contracción del crecimiento en Alemania. ¿Qué repercusiones tendrá este nuevo paso atrás para la economía española?

España siempre ha ido al remolque, por lo que las consecuencias se trasladarán al próximo trimestre. Ya se alude, incluso, a una revisión de las expectativas de crecimiento para los próximos meses. No es sólo el caso de Alemania, sino también Francia, Italia. Además, de las consecuencias de las tensiones geopolíticas con Rusia. Draghi ya advirtió de la amenaza para el no crecimiento, porque la economía europea está ya casi sin crecer.

La política económica de la Unión Europea ha estado supeditada a los dicterios de Alemania. ¿Cambiará la situación con el nuevo equilibrio de fuerzas del Parlamento?

No. Se seguirá decidiendo lo que Alemania impone. Lo hemos visto a la hora de elegir a quienes van a presidir la comisión y el consejo. No creo que haya habido ningún cambio significativo en el escenario europeo. Lo único que se ha dado es el avance en determinados estados de fuerzas ajenas a la lógica bipartidista que sigue imperando, con la alternancia repartida en el gobierno entre conservadores y socialdemócratas.

En los últimos tiempos hasta Durao Barroso se ha pronunciado a favor de políticas alternativas a la austeridad. ¿Confía en que la presión derive en un giro político para los próximos años?

No. Entre otras cosas, porque dudo de que Europa sea realmente el espacio de las transformaciones. La Unión Europea se mueve actualmente en un sistema profundamente antidemocrático y permeable a los lobbys y el monopolio de poder que ejerce Alemania. La eurozona es una estructura construida para cualquier cosa menos para la política, entendida ésta en un sentido popular y democrático.

Las elecciones del 25N pusieron de manifiesto la proliferación de los llamados movimientos euroescépticos.

Sí, y lo curioso es que no sólo en los países más castigados a nivel económico; incluso en Alemania, que se ha beneficiado suntuosamente de la situación, especialmente la oligarquía, que no la clase con menos recursos, han surgido partidos antieuro.

Europa fundamentó la respuesta a la crisis en la fortaleza del euro. Muchos países, con el demarraje, se han quedado rezagados. ¿Teme un interés masivo en abandonar la moneda?

El problema es que el euro se ha convertido en un juego de suma negativa, que es como la teoría denomina a los juegos en los que ninguna de las partes querría permanecer; ni los que están ganando, porque creen que podrían estar ganando mucho más si no tuvieran que rescatar a los que pierden, ni, mucho menos, los perdedores, que se están viendo obligados a agravar el sufrimiento para tratar de contrarrestar la deuda contraída con los que ganan. La paradoja es que este juego tiene difícil solución, porque el euro está creado con una estructura que hace que nadie se pueda salir sin provocar una convulsión muy fuerte.

¿Ni siquiera todos y por propia decisión al mismo tiempo?

Eso sería aún más grave. Las salidas unilaterales son problemáticas, pero un abandono conjunto podría desatar la mayor tormenta financiera que haya conocido el mundo. Estamos, sin duda, entrampados, no sólo porque tengamos deuda, sino porque estamos todos metidos en una trampa de la que es muy complicado salir.

En el caso español, y más después del pacto de reforma de la Constitución, todos los esfuerzos se dirigen a paliar el déficit.

El déficit público tiene su relevancia y, por supuesto, no se puede disparatar, pero me preocupa cómo hemos sustituido el objetivo de la economía, que es la satisfacción de las necesidades humanas, por un mero instrumento. La inquietud gravita sobre el déficit, que es la gestión de las finanzas públicas, pero no un objetivo en sí mismo. Y creo que se puede hacer una política a favor de los ciudadanos y de sus necesidades desde un control de las variables macroeconómicas.

La gestión de la crisis ha sido muy polémica. Especialmente, en lo que respecta al rescate a los bancos. ¿Se trató de una decisión inevitable?

No, ya hemos visto que no lo era. Al menos, no en todos los casos. Debemos hacer una distinción clara: existen determinados bancos sistémicos, en España básicamente Santander, BBVA y, acaso, La Caixa, y otros que lo son. Lo que ocurre cuando se desploma un banco sistémico lo hemos visto con Lehman Brothers, cuya quiebra conllevó consecuencias muy graves para la economía mundial. Algún día, de hecho, nos enteraremos de las razones que llevaron a Bush a permitir el desastre. Por otro lado, sí ha habido muchos bancos no sistémicos cuya caída se debería haber gestionado de otra manera.

En muchos casos, además, con errores por parte de sus direcciones sobradamente conocidos por la prensa.

Y de ahí la sensación de impunidad. Se supone que el capitalismo permite, o, al menos, debería permitir que los accionistas controlen la gestión de los banqueros de manera que en el momento en el que su gestión no sea conveniente se les pueda retirar la confianza e, incluso, despedirlos. En el caso actual lo que vemos es que en el sistema financiero nadie asume las responsabilidades de la mala gestión. Se trata, sin duda, del músculo de la economía. Pero el rescate debería haberse enfocado al objeto de que el corazón, y más con estás cifras de paro, siguiera bombeando, no para que los bancos continuarán incrementando los beneficios de manera espectacular y sin inyectar dinero en empresas y consumidores.

El crédito, precisamente, continúa sin fluir.

Eso no sólo es culpa de los bancos. Las posibilidades de crédito solvente en España son actualmente muy reducidas. Los bancos han pasado de los excesos que tanta influencia tuvieron en la crisis a la aversión absoluta al riesgo. No hay que olvidar, sin embargo, que cuando el sistema financiero lo necesitó apareció el Estado avalando las deudas. Y que, si hubiera una banca pública y verdadera voluntad de hacerlo, el mismo Estado podría estar también avalando determinados proyectos solventes de empresas que hacen economía real. ¿Que es más fácil reunirse con Botín que hacerlo con los empresarios? Efectivamente. Pero una situación como ésta precisa medidas excepcionales.

¿Cuál es el papel que el Estado debería representar en la economía? ¿Aboga por el intervencionismo o por el liberalismo total?

El Estado debe recuperar las posiciones que ha ido perdiendo en los último años. La revolución conservadora de Reagan y Thatcher y el periodo posterior lo que hizo fue retirar progresivamente la intervención pública en las economías. No estoy a favor de estados tremendamente intervencionistas, pero sí de un estado que permita distribuir las rentas de manera justa y provea de bienes y servicios básicos a los que no pueden acudir al mercado para conseguirlos.

Muchos analistas sostienen que la pérdida de derechos, más allá de su justificación coyuntural, resultará difícilmente revocable. Incluso, a medio y largo plazo.

A mí, más que una consecuencia, me parece un producto buscado de la crisis. Lo hemos visto en otros procesos de endeudamiento masivo de los estados, siempre acompañado del mismo chantaje y la coartada de la insuficiencia económica del sistema. Es decir, y por decirlo de manera gráfica, los gobiernos, empujados por la situación económica, analizan prestaciones como las pensiones en términos de examen actuarial, escrutando los ingresos y los gastos como si se tratara de una empresa. Lo curioso es que no emplean esos mismos criterios con la casa real o el ejército y con eso no quiero decir que el ejército debiera desaparecer; simplemente que si llegamos a la conclusión de que la seguridad y la defensa están fuera de esa lectura no veo por qué no se podría hacer lo mismo con bienes de los que depende la dignidad de la persona.

¿Hasta qué punto es necesaria en España la reforma fiscal?

Es necesaria, pero sobre todo desde el punto de vista de la justicia social. No va a ser lo que resuelva la debilidad estructural de los ingresos fiscales en España. Tampoco lo que nos saque de la crisis, pero es básico en términos de solidaridad. No tiene ningún sentido que sean los trabajadores los que carguen con el peso del impuesto sobre la renta y que haya mecanismos enormes de fraude que permitan la evasión fiscal.

En la campaña de las europeas usted acompañó a Pablo Iglesias en su presentación pública en Málaga. ¿Qué grado de desarrollo ha adquirido el proyecto en la provincia?

Mi vínculo con Podemos Málaga es inexistente. Entre otras cosas, porque paso poco tiempo aquí y cuando lo hago estoy muy ocupado. Es cierto que presenté a Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, que son, entre otras cosas, amigos y antiguos compañeros de investigación en América Latina. Personalmente, y como alguien que ha colaborado con el núcleo, creo que actualmente Podemos sigue un funcionamiento distinto en cada uno de sus círculos y en tanto que no se articule la estructura del partido, a partir de la asamblea de otoño, la dinámica continuará siendo en esos grupos presumiblemente errática.

¿Le sorprendieron los resultados del 25N? La figura de Pablo Iglesias no ha sido recibida precisamente con regocijo por parte de algunos sectores...

Los resultados no se los esperaba nadie. Confiábamos en tener uno o dos parlamentarios, pero el número final resultó una sorpresa. En cuanto a la animadversión a Iglesias la veo en cierto sentido lógica y consustancial a un país que se mueve mucho en el maniqueísmo, de una pobreza intelectual que invita al sonrojo. Se habla mucho de oídas, con clichés, sin entender las realidades ajenas y ni siquiera la propia. Desde luego las propuestas que está planteando el partido no son precisamente convertir España en Venezuela o en Cuba, sino devolver la dignidad a una población que lo está pasando muy mal.

Muchas de esas propuestas han sido tildadas de quiméricas e irrealizables, cuando no directamente de infantiles.

El programa se hizo para las europeas, lo que ocurre es que está siendo difundido como si fuera aplicable directamente al territorio estatal y eso, por supuesto, lo debilita. Hay que reconocer algunos errores, pero vamos paso a paso. Fue un programa que se hizo cuando no se pensaba que se podía llegar a ser alternativa real de transformación social en este país. El proceso que se está desarrollando es coherente. Quizá hemos pecado de candidez en la redacción y ahora es el momento de ajustar muchas cuestiones, de afinar con las propuestas, pero, eso sí, manteniendo el mismo espíritu de transformación social en un sentido progresista y de recuperación de democracia y de derechos de los ciudadanos. Tenemos que hacer un análisis detallado de cada iniciativa, en función del margen de maniobra, y considerando siempre como elemental el hecho de que ninguna persona se quede sin poder cubrir sus necesidades básicas.