­Los Reyes presidieron ayer la cena inaugural del Foro España-Estados Unidos en Tabacalera, en concreto en las dependencias que acogen el Museo del Automóvil. El edificio, con su imponente aire fabril elaborado átomo a átomo, con sus altas galerías y las fuertes columnas sobre las que se cimenta, estaba presidido por un aire de irrealidad. Policías locales y nacionales y guardaespaldas con caras de pocos amigos rodearon el perímetro. Había más vallas que invitados, y por supuesto que público, muy escaso y apartado en la acera de enfrente. La seguridad era una obsesión, hasta tal punto que uno de los invitados contestó a un periodista no poder decir el número de comensales por seguridad..., una cautela que quedó hecha trizas cuando los plumillas contaron las mesas: unos doscientos representantes de la Málaga cool, la tecnológica, la empresarial, la política.

El alarde de ingenio de los creadores de la cena llegó hasta tal punto que cada mesa, compuesta por unos diez asistentes, llevaba el nombre de una marca automovilística de época: Chrysler, Packard o Lincoln. Había más periodistas que vecinos de Málaga para aplaudir a los Reyes, y cuando Felipe de Borbón y Grecia y la princesa Letizia entraron en la inmensa y encalada sala, hubo aplausos. Ella, elegantísima con un vestido negro. Su extrema delgadez sólo era superada por los brillantes pendientes que emitían destellos intermitentes al interactuar con los flashes de las cámaras. El Rey iba con traje de chaqueta y corbata azul para la ocasión. El ministro Soria, de Industria, que de lejos parece una copia alta de Aznar se colocó justo debajo de un foco de luz.

El alcalde, Francisco de la Torre, también estaba en la mesa presidencial y le tocó ponerse junto al titular de Defensa, Pedro Morenés, al que la prensa sólo pudo adivinarle el cogote, y frente a los reyes y a Susana Díaz, presidenta de la Junta, muy sonriente y expresiva durante toda la velada, aunque no le tocó hablar. No se sabe si De la Torre habló con Morenés de Podemos o de las últimas encuestas, pero le dieron al palique de lo lindo.

El menú: ensalada de langostino y frutos rojos, solomillo de ternera a la parrilla y foie fresco, milhojas y café, todo regado con vinos blancos y tintos de Ronda: un Botani y otro de Bodegas Chinchilla.

Cuando el Rey Felipe VI se levantó y se colocó entre el atril, flanqueado por las banderas estadounidense y española, todo el mundo calló. La altura del expríncipe dio que hablar. Casi rozaba el techo. A Soria, mientras, le seguía alumbrando el dichoso foquito. No había nadie de Endesa para hablarle de eso, y ya de paso cantarle las cuarenta por esos magníficos e impagables recibos. Alguno, que no tenía ni el B1 de inglés, estaba muy preocupado porque en el discurso el Rey, que sabe muy bien la lengua de Shakespeare, intercaló párrafos en ambos idiomas, como hizo el presidente de la Fundación Consejo España-Estados Unidos, Juan María Nin.

Entre los periodistas y algunos de los asistentes, hubo muchos selfies sin que el Rey diera su aquiescencia para ello. La figura de Bernardo de Gálvez, el héroe de la independencia norteamericana, también salió a relucir en los discursos de Nin y el monarca. El de Macharaviaya, que tiene pintura en el Congreso de los Estados Unidos, ve cómo más de dos siglos después de sus hazañas militares su figura empieza a ser reconocida entre sus paisanos.

Al bueno de José Luis Ruiz Espejo, delegado del Gobierno andaluz, lo sentaron en la mesa, junto a la rectora de la UMA, Adelaida de la Calle, siempre sonriente, como presidente del Parque Tecnológico. Eso sí, la corbata verde denotaba su origen ideológico y la administración a la que sirve. La alcaldesa de Marbella, Ángeles Muñoz, estaba muy callada pero sonriente. Sólo Felipe VI puso un instante de emoción al acabar su discurso hablando del Mundobasket y del deseo de que España se imponga a la escuadra norteamericana. No todo va a ser colaboración, coordinación y otras palabritas de raya diplomática.