Los 260 negocios del mercado de Atarazanas, cuyas ruinas previas acogieron en su día un cuartel y un hospital y que luego se destinaron a acoger un mercado de abastos, son una pequeña élite empresarial ligada a la historia comercial de la ciudad. Muchos de ellos son centenarios y otros tantos se abrieron antes de la Guerra Civil. Casi todos los comerciantes han pasado varias décadas de sus vidas bajo los nervios de hierro del mercado central. Hay quien cuenta que empezó a atender a clientes a los ocho años y se subía a un mostrador de madera, y otros que refieren cómo sus compradores se han convertido en amigos y a muchos hasta les fían. «Páguemelo cuando usted pueda señora, mañana o pasado», precisa el pescadero Antonio Castro, quien, junto a su hermano Enrique, registra uno de los puestos más dinámicos del mercado. Hasta los clientes pueden hablar de una relación intensa y sostenida a lo largo del tiempo con el edificio. Miguel Casado, de 48 años, asegura que viene tres veces a la semana a esta plaza comercial. «Aquí compro el pescado, la carne y la verdura», apunta. El mercado es en sí mismo una reivindicación del comercio tradicional, del de siempre, y se convierte en una alternativa a las grandes superficies comerciales. La mayor parte de productos son adquiridos al principio de la madrugada en Mercamálaga o en las lonjas de los puertos malagueños. «Son productos frescos, del día, y hay de todo, desde lo básico y barata hasta lo más exquisito, y por tanto hay que pagarlo», dice el inspector de mercados Diego Caparrós, encargado de vigilar el buen discurrir de la actividad en este enclave municipal, la joya de la corona de los 15 mercados malagueños. La crisis les ha golpeado duro, pero los comerciantes reconocen que estar en Atarazanas es un valor añadido. Sus trabajos son duros, se levantan de madrugada y tras llevar el género y vender, deben limpiar el puesto, de forma que cierran a las cuatro. Los frutos secos ocupan un lugar importante entre los productos ofertados, y los bares le han dado un toque glamuroso a la actividad, de tal forma que hay clientela fija de numerosos puntos del país que visita los negocios puntualmente. El boca a boca sigue siendo el arma comercial más poderosa, generación tras generación. Hasta un bar bio, regentado por Mikel Luis, cuya carta es ecológica.