En el mes de octubre del año pasado falleció en Barcelona la actriz Amparo Soler Leal, hija de un matrimonio dedicado también al teatro y al cine. Milagros Leal, su madre, intervino en muchas películas rodadas en la década de los 40. Amparo siguió los pasos de sus progenitores y alternó el teatro, el cine e incluso la televisión. En 1989 presentó el concurso Juego de Niños.

En 1962 estuvo en Málaga ¡vestida de monja!, acompañada de otras dos actrices, Nuria Torray y María José Alfonso, esta última procedente del mundo de la radio, las dos también ataviadas de monjas de una congregación inexistente. De tal guisa pasearon por el Real de la Feria de Málaga que entonces se instalaba en el Parque con prolongación hacia la plaza de toros de La Malagueta. Ningún malagueño de los miles que se congregaban a primeras horas de la tarde para divertirse y presenciar la llegada de los toreros a la plaza se percató de su presencia. Algún observador, supongo, se extrañaría, no al descubrir tres monjitas en la zona, sino que cada una de ellas portara en el antebrazo un paraguas. Estábamos en agosto.

Yo estuve presente en aquel extraño paseo porque facilité los tres paraguas negros que completaban el atuendo de las monjitas. No es que me dedicara a la venta de paraguas. José María Forqué, el director de cine, era el responsable de la película La Becerrada, que estaba rodando en Málaga, y a la que correspondía la secuencia de las monjas en la Feria. Los paraguas, que formaban parte del atrezzo, se habían olvidado en Úbeda, donde discurría parte de la acción. Era agosto y domingo. ¿Dónde encontrar tres paraguas negros para completar el atuendo de acuerdo con el guión?

José María Forqué, que me estaba informando del rodaje para contarlo en los informativos de Radio Nacional y en La Tarde, periódico en el que colaboraba entonces, me pidió por favor que le ayudara a resolver el problema de los paraguas. Total, que fui a mi casa, a casa de mi suegro y no recuerdo a dónde más y le conseguí los dichosos paraguas.

Pero los problemas no terminaron ahí: se necesitaban igualmente tres pañuelos negros. El caso se solventó porque un ayudante de dirección o producción localizó en el lugar de los hechos a una señora con una falda negra. ¡Se la compro!, exclamó. La señora dijo que sí, pero que tenía que ir a su casa a cambiarse porque no se iba a quedar media desnuda en la calle. Llegaron a un acuerdo. Desplazamiento en taxi al domicilio de la señora y rápida confección de tres pañuelos con la falda de marras.

Meses antes del rodaje de la película se firmó el contrato con Antonio Ordóñez, acto que tuvo como escenario la villa que tenía en el paseo de Miramar don Julio Gancedo, uno de los propietarios de los Almacenes Félix Sáenz. Julio era un admirador del torero rondeño, hasta el punto de desplazarse en muchas ocasiones a las ciudades donde toreaba para disfrutar de su arte. Por las razones que fueran, la firma se celebró en los jardines de la casa de Julio Gancedo. Firmó un contrato para dos películas, la citada La Becerrada, y otra de carácter casi documental titulada La Tauromaquia. La productora que iba a llevar a cabo los dos proyectos era Naga Films, una firma de la que era propietario Nazario Belmar, que había sido futbolista del Real Madrid y que recordarán algunos hinchas del club merengue.

Junto a Antonio Ordóñez y las tres citadas actrices intervinieron en La Becerrada los toreros Antonio Bienvenido y Mondeño y un nutrido grupo de actores conocidos como Fernando Fernán Gómez, José María Rodero, Ana María Noé e Irene Gutiérrez Caba. ¿Argumento? Muy simple: unas monjitas que tienen a su cargo unos ancianos desvalidos pasan grandes apuros económicos, y para salir adelante deciden organizar una corrida de toros para recaudar fondos para el asilo. Buscan al torero de moda, Antonio Ordóñez, que torea en Málaga, para pedirle que toree gratis.

Varios días después del rodaje en los alrededores de La Malagueta el equipo rodó diversos planos en las playas de El Palo y varias calles de nuestra ciudad.

El rodaje de las escenas en el Paseo de Reding en la acera de la plaza de toros fue complicado porque el cámara, Juan Mariné, tuvo que introducirse en un coche aparcado en los alrededores y filmar sin que los cientos de personas que andaban por allí lo vieran y chafaran el rodaje a la cámara.

Uno de los actores -galanes- más famosos del cine mudo español fue Manuel San Germán, que al llegar el sonoro tuvo que abandonar la profesión por no asimilar el nuevo procedimiento. Desapareció del mundo del cine. Y nadie supo más de su vida hasta que la casualidad me llevó a descubrir su presencia en Málaga como funcionario o empleado de la Junta de Abastos o de la Fiscalía de Tasas, dos organismos de la Administración española de hace muchos años.

El descubrimiento fue de lo más inesperado. Recuerdo que una mañana asistí a la prueba de una película en el cine Echegaray. El propietario del cine en aquella época era don Juan del Río, que había aparcado su profesión -ingeniero de Caminos, Canales y Puertos- por el cine en su faceta de exhibidor.

Al terminar la proyección, antes de separarnos los cuatro o cinco invitados a ver la película varios días antes de su estreno, decidimos tomarnos una copa en La Campana, en la calle Granada, frente a la salida de la calle donde estaba y está el Echegaray. Al entrar, entre los clientes que tomaban su moscatel o pintado, me tropecé con un amigo que trabajaba en uno de los organismos citados. Mi amigo me presentó a sus acompañantes. Al llegar el turno de uno de ellos, la presentación fue lo normal: Te presento a Manuel San Germán. Y yo, al estrecharle la mano, le pregunté: «¿El actor de cine?».

El hombre se quedó un tanto desconcertado. Tardó unos segundos en responder.

Efectivamente era Manuel San Germán, el galán de muchas películas españolas de la época silente. Se sorprendió que yo le hubiera reconocido porque entre él y yo había una gran diferencia de edad. Antes de que yo naciera, San Germán era ya un actor consagrado con muchas películas en su haber.

Por qué le reconocí, y se lo revelé, fue por pura casualidad. En aquellos días yo estaba leyendo el libro Historia de la Cinematografía Española, escrito por Juan Antonio Cabero. Dicho sea de paso es el libro más completo que se ha escrito sobre el cine español en el periodo 1896-1949. Tenía en la mente los nombres de los directores, actores y actrices del cine español de aquella época. Al serme presentado como Manuel San Germán lo relacioné con el actor que se repetía en el libro porque aparecía en el reparto de muchas películas. Incluso me acordaba de haber leído que el cine Callao se había inaugurado con la película Luis Candelas, el bandido de Madrid de la que era protagonista Manuel San Germán.

Recuerdo que charlamos largo rato sobre su filmografía, le quise entrevistar para mi programa cinematográfico que realizaba en Radio Nacional... y declinó mi ofrecimiento. El cine, para él, era el pasado, un capítulo cerrado, hasta el punto de que sus compañeros funcionarios desconocían esta faceta de su vida. Por desgracia todos los que compartimos la charla en La Campana han fallecido. Precisamente en el citado libro de Cabero he encontrado una fotografía que corresponde a una escena de la película Malvaloca, en la que aparece con al protagonista Lydia Gutiérrez. Se rodó en 1926. La he incorporado al reportaje como homenaje a un actor que fue popular entre 1922 y 1930. En una votación popular de 1928, San Germán ocupaba el octavo puesto en popularidad. Tras él figuraban nada menos que Concha Piquer, Imperio Argentina, Raquel Meller... El primer lugar lo ocupaba Elisa Ruiz Romero, la número uno de entonces.