­Pese a ser una hermandad añeja con orígenes que se remontan a la propia toma de Málaga, los Remedios supone un soplo de aire fresco, una propuesta feliz en la calle, un proyecto ilusionado, trabajo discreto y constante durante los últimos años, que ayer recibió su merecida recompensa, llenando el Centro de público y embriagándolo de exquisitez cofrade. Desmitificando además las tardes de domingo de aceras vacías. Y todo ello gracias al buen hacer de los hermanos de esta corporación rosariana erigida en torno a la patrona de los Mártires.

Y no hacen falta en realidad muchas más cosas. Cierto es que la hermandad había dispuesto muchos estrenos, incluida la primera fase del trono. Cierto, además, que se trataba de una jornada histórica, ya que la Virgen protagonizaba su primera salida vespertina de reglas, después de las extraordinarias de 2000 y 2005. El secreto, si es que existe, además de la devoción propia que despierta la imagen entre los fieles, y que per se es un poderoso medio de convocatoria, está en la preparación de la procesión como la Virgen se merece, ni más ni menos, en la ausencia de improvisación y en suplir la posible falta de pericia con imaginación.

Y el trono se echó a andar sin necesidad de coreografías ni movimientos impostados, demostrando que se puede mover el corazón del espectador andando de frente pese a ser una procesión gloriosa la que se vivió ayer. La Virgen de los Remedios salía de su iglesia a las 19.10 minutos mientras sonaba la Marcha Real. Justo antes, aún en el interior de la parroquia, la Unión Musical Eloy García, impecable durante toda la procesión, interpretó Salve Regina Martyrum, de Gámez Laserna, para recorrer la nave central. Homenaje a los hermanos difuntos y guiño a la Reina de los Mártires. Así de estudiada comenzaba la cruceta, que incorporaba marchas de corte austero y redoble militar en los pocos tirones a tambor. El estreno Los Remedios, de Flores Matute, se interpretó en la calle Comedias, justo después de Virgen de los Remedios, de Sergio Bueno, compositores malagueños, ambos hermanos de esta hermandad letífica.

Los primeros toques de campana los dio María Isabel Morante, camarera mayor de la Virgen. La emoción era patente en todos, pero sobre todo en los ojos de José Soler y Alejandro Morante, anteriores hermanos mayores e impulsores decisivos en la recuperación del culto interno y externo de esta advocación. Delante, un nutrido cuerpo de hermanos con velas, como marcan los cánones y el protocolo cofrade, con cirios altos, traje oscuro y medalla corporativa en el pecho.

El trono, adornado completamente de aromáticos nardos en copas y pequeñas ánforas cedidas por el Monte Calvario, estrenaba la talla de los cuatro arbotantes y el moldurón inferior. La Virgen, que vestía saya blanca y manto de vistas rojo, aparecía enmarcada en su vistosa ráfaga de ocho y sobre una esbelta peana de carrete con un suplemento para añadirle altura, y de la que pendían guirnaldas de orfebrería pero también de nardos.

Durante el recorrido, recibió las muestras de fervor de su feligresía en muchos puntos, sobre todo a su paso por la casa hermandad de la Pasión, el oratorio de Santa María Reina y la capilla de la Paloma. Muchas fachadas aparecían engalanadas con colchas y reposteros, como en la plaza Virgen de las Penas o en la calle Marqués de Valdecañas, por la prohermandad del Carmen Doloroso, del Corpus Christi. De los balcones caían pétalos de flores y aleluyas. Y la llegada de nuevo a la plaza de los Mártires, fue el punto y final de este apoteósis cofrade en la frontera del otoño. Hasta el Adviento.