Mari Ángeles Ramírez ha sido la primera paciente malagueña en beneficiarse del test genómico. Con 57 años, le detectaron un tumor en una mamografía rutinaria el pasado febrero. Después, la citaron para una ecografía para determinar la gravedad de la enfermedad. «Era cáncer», cuenta la mujer.

De naturaleza luchadora y todo un torbellino de energía, esta mujer se puso el mundo por montera para que le hicieran el test. «El cirujano me puso que recomendaba hormonoterapia y puso un interrogante en radioterapia», relata la mujer, que acudió a su oncólogo con la intención de que le despejara la incógnita. «Quería que me diera las dos más quimio, que era lo mejor para ´curarse en salud´. Le dije que no», relata. En ese momento, el médico le habló de la posibilidad de hacerse el test, aunque le advirtió de que tendría que pagárselo porque en Andalucía no está en la cartera de servicios. «Yo tenía el mismo derecho que las mujeres de Madrid, donde se hace el test a quien cumple los requisitos, así que mandé cartas a todas las autoridades para pedir que el SAS me lo pagara».

Al final, el test llegó después de recurrir a la prensa. Un mes después de que se hiciera la prueba al tumor, el doctor Emilio Alba la citó para informarle de que tenía un riesgo de recurrencia del 32%. «Me dijo que me recomendaba tratarme con quimioterapia y radioterapia, pero le dije que no. Se considera riesgo bajo por debajo del 30%, tengo un 68% de probabilidad de que no se reproduzca», cuenta Mari Ángeles, que sí se trata con hormonoterapia. «Yo me encuentro como si no hubiese tenido cáncer, no tuvieron que quitarme la mama, me he recuperado, tengo alguna molestia pero estoy absolutamente activa, me he incorporado al trabajo», dice. La mujer reconoce que tiene calidad de vida, cosa que no tendría de haberse dado estos tratamientos. «Es un mal mayor que hay que dejar para cuando hace falta», cuenta la mujer, que no va a cejar en su empeño de luchar por que todas las andaluzas con posibilidades se puedan beneficiar. Aún así, cree que el SAS tiene dos asignaturas pendientes: que las mamografías preventivas se hagan año a año y se rebaje la edad de acceso y que los oncólogos comuniquen de otra forma la enfermedad. «Aceptarlo con fuerzas y energía», concluye.