­Si como dice Woody Allen el humor es tragedia más tiempo, ha pasado el tiempo suficiente como para, al menos, esbozar una sonrisa si leemos el horóscopo para los Escorpio de aquel martes 14 de noviembre de 1989, hace justo 25 años: «Procure tomar más el aire y no pasar tanto tiempo en lugares poco ventilados».

Pésimo consejo en aquella Málaga que ya el día anterior -el lunes 13- había sido acariciada por vientos de levante de enorme ferocidad (en La Rosaleda se desplomó una torreta de iluminación, un coche se empotró contra una farola en la capital y en Fuengirola y La Carihuela los paseos marítimos quedaron hechos fosfatina).

Tampoco pintaba bien aquel martes 14 de noviembre y eso que en otros terrenos, no en el climático, las cosas marchaban bien: el C.D. Málaga de Benítez y Boquerón Esteban acababa de ganar en Valladolid e iba undécimo en la liga, mientras en Japón, el alcalde Pedro Aparicio y el presidente de la Junta, José Rodríguez de Borbolla, presentaban el futuro Parque Tecnológico de Andalucía y trataban de llevarse al huerto a la poderosa Fujitsu.

Pero sobrevino la tragedia, presidida por un cielo tan negro que hasta en pleno día llegaron a encenderse las luces de las calles. Se escucharon truenos de gran potencia, relucientes relámpagos y sobre las 12.45 de la mañana comenzó a caer una tromba de agua de proporciones bíblicas, que un cuarto de hora más tarde estuvo acompañada de granizo («del tamaño de garbanzos», contaba Miguel Ángel Reina en Sol del Mediterráneo).

En dos horas se recogieron 150 litros por metro cuadrado en la capital y 200 en el Valle del Guadalhorce. La media en las cinco horas siguientes en Málaga capital fue de 100 litros por metro cuadrado, una cifra aderezada con vientos de 85 kilómetros por hora.

El resultado de tanta agua fue un prodigio no deseado y de consecuencias trágicas: la conversión de Málaga en la República Serenísima de Venecia: los coches, para espanto de sus ocupantes, flotaban; los comercios se inundaban; las calles, sin góndolas, se transformaron en vías navegables.

En el Centro, el Guadalmedina se desbordó, aisló las dos partes de Málaga y dejó su huella en puntos como el paseo de Martiricos, El Perchel, El Corte Inglés, Hacienda y especialmente La Trinidad, cuajada de mendrugones blancos de granizo y la desolación cada vez más palpable en sus calles. Además, estuvo la coincidencia de las obras de Ferrovial en la desembocadura del río: al abrir un tramo del muro, permitió que el agua corriera a sus anchas e inundara por completo la calle Medellín, junto a Salitre.

La Carretera de Cádiz también se vio muy afectada por las inundaciones, en especial La Luz y La Paz. En este último barrio la mayoría de las tiendas quedó anegada y en la Victoria, la calle Cristo de la Epidemia parecía un río norteño -de recorrido corto pero de aguas raudas y turbulentas-.

De esas horas, a Enrique Perea, un malagueño que entonces tenía 14 años, no se le ha borrado una imagen: «Recuerdo estar asomado al balcón con una amiga y ver los ataúdes del cementerio de San Miguel flotando calle abajo».

Pero sin duda el gran protagonista de esa jornada de furia y agua fue el río Guadalhorce. El río se desbordó hasta convertir en su margen izquierda algunas calles de los polígonos industriales cercanos en afluentes del Amazonas. El río Campanillas hizo lo mismo. Miles de personas que trabajaban en los polígonos quedaron aisladas.

El único dato positivo de esos momentos fue que, por suerte, no se cumplieron las previsiones más cenizas de fuertes lluvias entre las 6 y 8 de la tarde. Dos horas antes, hacia las 4, el cielo había comenzado a calmarse.

Pero la situación, como el título de una mala película de acción de los 80, era de colapso total: Málaga estaba aislada, con todos los accesos cortados, incluido por supuesto el tren, y tomada por las aguas. En cuanto conocieron la noticia, Aparicio y Rodríguez de la Borbolla regresaron de Japón. En el Ayuntamiento se hacía cargo de la situación el alcalde accidental, el concejal de Cultura Curro Flores.

Y empezaron a conocerse las primeras muertes: el matrimonio formado por Francisco Martín Saldaña y Dolores Mezcua Sotomayor, padres de seis hijos, que fallecieron en su casa mata junto al arroyo de la Barriguilla, cerca de la calle Castilla. Al parecer, al construirse un muro de contención se dejó muy poca capacidad de desagüe al arroyo y se formó un pantano. El agua llegó hasta el techo de la vivienda.

También perdió la vida el joven de 15 años Sebastián Jiménez Gómez. Su cuerpo apareció cerca de La Concha, junto a La Azucarera. Sebastián regresaba a Málaga de Torremolinos, un camión le cruzó el río Guadalhorce (iba subido detrás), cayó, se golpeó en la cabeza y murió ahogado. El entonces alcalde de Málaga, el recién fallecido Pedro Aparicio, recordaba en 2009 en La Opinión, con motivo de los 20 años de las inundaciones, que el joven «era el hijo de un amigo. Fue lo peor de mi carrera política».

Y la fatalidad acabó con la vida del generoso voluntario de la Cruz Roja Casimiro Jiménez Funes, un jiennense de 34 años, casado y padre de dos hijos. Sufrió un accidente mortal en Las Pedrizas cuando conducía una ambulancia acompañado por otros cuatro voluntarios. No pudo socorrer a los malagueños.

A las once de la mañana del día siguiente se descubrió el cadáver de Francisca Muñoz Calderón, de 47 años, que vivía en el cortijo Cherio, cerca de Almogía. Le arrastró la corriente cuando viajaba en coche con su marido, quien sí pudo salvar la vida.

El sexto fallecido también debe incluirse en estas páginas aunque murió por unas lluvias posteriores, pues los sinsabores climáticos se prolongaron de forma intermitente hasta el puente de diciembre: el viernes 17 de noviembre se localizaba el cadáver del agricultor Antonio Báez Tirado en Villanueva de la Concepción, de 42 años. Su Land Rover fue arrastrado por un arroyo.

Casi todas las naves y fábricas de los polígonos industriales de Santa Teresa y Guadalhorce quedaron anegadas por las aguas, lo que provocó que más de 2.000 personas permanecieran aisladas durante horas, hasta que en la madrugada del martes al miércoles fueron rescatados por el Ejército y las fuerzas del orden.

Entre las empresas más dañadas, Fujitsu, que se quedó con 350 trabajadores atrapados en la sede. Las aguas alcanzaron allí los dos metros de altura. Las pérdidas económicas fueron enormes, igual que en Bimbo o en la central lechera Colema-Puleva, gravemente dañada, y en la que dos empleados, refugiados en la caseta de entrada, saltaron al agua para no morir ahogados, contaron al diario Sur. Y ya en La Concha, el panorama de destrucción se cernía sobre la Citröen, Canon o la Naviera Antonio de la Peña, con sus yates y barcos sacudidos por ese fiero temporal de tierra.

El quinto poder tampoco pudo hacer nada ante el poderoso aguacero: los trabajadores del diario Málaga Costa del Sol y Sol del Mediterráneo tuvieron que pasar la noche en la redacción. O habría que precisar, en algún caso, en el tejado de la redacción, mientras trataban de narrar la tragedia. La crecida espectacular del Guadalhorce.

Las lanchas cruzaban sin descanso esa Málaga navegable sobre la que se cernía la noche. Acudieron a socorrer el Grupo de Artillería Ligera número 2 de Granada, que se trajo siete camiones especiales, los bomberos, los socorristas de la Cruz Roja y sus lanchas zodiac, helicópteros, la Policía Local y hasta la policía de reserva de Granada.

En la urbanización Guadalmar, construida junto al Guadalhorce por algún inconsciente designio urbanístico, los vecinos fueron realojados en el hotel de la urbanización y en el Campamento Benítez.

Comenzaba también a llenarse el centro municipal de acogida de la calle Góngora, numerosos colegios, La Misericordia o la estación de autobuses. Unas 1.400 personas pasaron la noche fuera de casa y los servicios sociales tuvieron que atender a 662 afectados.

Las comunicaciones se fueron restableciendo a lo largo de la noche. A las 3 de la mañana hizo su aparición en la estación el primer autobús. Eran unos agotados viajeros que, procedentes de Marbella, habían tardado en alcanzar Málaga más que un peregrino del Camino de Santiago: habían pasado 12 horas retenidos en el cruce del aeropuerto. Una hora más tarde, los coches particulares cruzaban el puente del Guadalhorce.

A las 6.30 de la mañana se dieron por finalizadas las labores de rescate. Y no hay que olvidar que en esas horas de agua e incertidumbre, la radio, y en especial la cadena Ser, jugó un papel básico para informar en directo sobre la tragedia.

El amanecer trajo la imagen de una ciudad con barro hasta las orejas; muebles amontonados en las calles; coches inutilizados; cortes de agua; farolas, postes y árboles caídos. En Huelin,la iglesia de San Patricio se vio acompañada por un enorme tejado de uralita, desprendido de la vecindad. En El Limonar, coches accidentados.

Los políticos fueron llegando. La Junta anunció una primera ayuda de 2o millones de pesetas. El jueves 16, Pedro Aparicio y el ministro del Interior José Luis Corcuera visitaron la barriada de La Paz. Hubo mucha tensión. Los vecinos increparon al ministro porque no se manchaba los zapatos de barro. El ministro se los manchó y confesó estar impresionado al ver cómo muchas familias habían perdido todo: «Los daños son importantes y las pérdidas de enseres y de la vivienda de una familia humilde impresionan más que otras cosas».

Hace cinco años, Pedro Aparicio trató de buscar una explicación a lo sucedido y declaraba: «Decir que no llovió tanto y que la culpa es de las infraestructuras es una barbaridad, pero también lo es a la inversa». A su juicio, los puntos flacos que propiciaron esa Málaga inundable fueron la escasez de carreteras, la insuficiente protección del río y la falta de vegetación.

Y con el paso del tiempo también llegaron las historias portentosas, como ese directivo del polígono Santa Teresa que contaba cómo su coche, arrastrado por la corriente, apareció en Marbella. Todo pudo ocurrir ese 14 de noviembre del 89. Mal día para los nacidos bajo el signo de Escorpio y el resto del zodiaco. Aunque sea a toro pasado, ni se les ocurra salir a tomar el aire.