El brutal asesinato de su único hijo envió a Mercedes a un pozo en el que no vio algo de luz pasados dos años. Aquel puntito blanco sobre negro no se lo llevó nadie a casa. Ni las pastillas, ni los psiquiatras, ni las continuas ganas de morirse para acompañar a José Manuel. Lo encontró en los ojos de otra madre con la que coincidió en una de sus visitas al cementerio de Sevilla. Era como ella. Habían matado a su hijo de un disparo en la cabeza y estaba completamente destrozada. Mercedes se vio en un espejo cuando la mujer le contó que el médico se limitaba a recetarle Valium y a repetirle que lo normal es que tuviera el corazón roto. «Me molestaba mucho que la gente pensara que nuestra situación era normal. De normal no tenía nada y decidí hacer algo para que todo cambiara», recuerda todavía un poco enfadada.

La normalidad no cabe en la vida de Mercedes. Su niño murió el mismo 4 de diciembre de 2004 que llegó con su familia desde San José de la Rinconada (Sevilla) a Marbella para pasar el puente de la Inmaculada. El pequeño, de 7 años, recibió en la galería del hotel Andalucía Plaza 18 de las 100 balas de kalashnikov con las que tres sicarios barrieron la zona comercial para acabar con su objetivo. Éste salió ileso, pero el balance fue devastador. Además de la vida del chico, la munición de los AK-47 acabó con la de Cossimo Pizzi, un peluquero italiano de 36 años que trabajaba en el hotel, e hirió a otras seis personas. A cuatro niños de entre 3 y 11 años, al escolta del hombre al que iban destinadas las balas y a la tía del pequeño, que recibió siete impactos que le han valido una veintena de intervenciones quirúrgicas y una secuela para toda la vida. En pleno shock traumático, Mercedes, acompañada de su marido, fue a hablar con el subdelegado del Gobierno de Málaga para conocer los detalles del crimen. «Estuvimos casi dos días tirados entre Marbella, el hospital Costa del Sol y el tanatorio sin que nadie nos atendiera. Ni un bocadillo nos ofrecieron. Sólo tila que los pobres policías nos traían pero que quedaba muy lejos de la atención que necesita alguien que acaba de perder a su hijo», describe con detalle.

En aquel cementerio, con aquella mujer, enterró los días y las noches en los que no salió de la cama y comenzó la ilusión de haberle encontrado un sentido a su vida. Empezó por un curso de Terapeuta Transpersonal para ayudar a personas que pasaban por el trance que supone perder a un hijo. Era tan feliz haciéndolo que dejó de ser suficiente. El título era limitado y surgieron barreras profesionales que decidió saltar estudiando la carrera de Psicología a través de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en tiempo récord. Comenzó en 2008 y tuvo que pedir permiso al rectorado para matricularse de más asignaturas de las permitidas para avanzar más de un curso por año hasta lograr la licenciatura. Con la ayuda de su marido Juan Carlos Contreras y su familia ha completado su formación con un máster sociosanitario de Práctica Clínica, un posgrado en Duelo y un segundo máster en Duelo y Counseling que acabó el pasado mes de junio con la Universidad de Barcelona.

Ya lleva varios años ejerciendo y se ha convertido en una de las pocas especialistas en pérdidas, duelos y catástrofes que hay en Andalucía. «He montado un centro de asistencia para atender a gente que pasa por lo mismo que yo pasé, aunque también trato la depresión o el trastorno obsesivo compulsivo», dice de carrerilla. Colabora con la asociación Alma y Vida, tiene tres consultas diarias y colabora con dos gabinetes psicológicos de Sevilla y uno de Málaga. Por eso para entrevistarla por teléfono hay que llamarla antes de las diez de la mañana o después de las diez de la noche. Apenas tiene media hora para comer. El pasado mes de noviembre fue invitada por la Universidad de Málaga a las I Jornadas Internacionales sobre el abordaje multidisciplinar de la conducta suicida, donde describió el infierno que viven los padres tras el suicidio de sus hijos y cómo se les puede ayudar: «Expliqué cómo nos sentimos los padres cuando perdemos un hijo. Se nos nota en los ojos. Yo los veo y tienen una mirada especial. Es como si nos quitaran un trozo del alma. A mí me lo quitaron».

Investigación

Mercedes, feliz de que este periódico se acuerde de su hijo, tiene menos cosas que decir sobre la investigación, oficialmente abierta y estancada. Después una década, las pesquisas apenas han avanzado pese a que la familia del niño consiguió reactivar judicialmente el caso en 2008. Pero ni una detención que disimule un puñado de hipótesis envejecidas por los años en torno a un ajuste de cuentas por narcotráfico. La policía les dijo entonces que después de cuatro años era muy difícil seguir con el caso. La investigación pasó de un cajón de Marbella a otro de Madrid y poco más se supo.

Lo que sí se sabe es que los criminales intentaron matar aquella tarde en Marbella a Alex B., un francés de origen argelino de 47 años que entonces vivía en la Costa del Sol. La policía lo identificó como el Chacal, su alias en las cloacas, y lo vincularon con Carlos G., un supuesto exmercenario de los GAL que lideró hasta su muerte una organización criminal en todo el Mediterráneo. Alex declaró en comisaría que desconocía quiénes ni por qué quisieron aniquilarle. Los investigadores, con su historial en la mano, recelaron. La primera hipótesis que manejaron es que los asesinos del Andalucía Plaza eran miembros de los pied noirs (pies negros), el temido grupo marsellés de origen argelino conocido por su gran influencia en el narcotráfico internacional y por su conexión en el pasado también con los GAL. Incluso llegaron a pensar que el cadáver de un sicario hallado hace unos años en París en otra orgía de sangre pertenecía a uno de los tres encapuchados que mataron a José Manuel.

El perfil de los pied noirs siempre encajó con la escena que se planteó en el hotel de Marbella, no tanto con la pésima ejecución. Esta teoría también se sostenía sobre la cercanía que podría haber entre el caso y la desaparición de Jean Gilbert, hombre de confianza de Carlos G. e inevitablemente conocido de el Chacal. De Gilbert no hay rastro desde 2002, cuando su todoterreno fue hallado en Ronda con cinco balazos en la chapa. La policía siempre pensó que los marselleses estuvieron detrás de una desaparición que inicialmente apuntó a secuestro. No hubo petición de rescate, tampoco detenidos, y el cuerpo nunca ha aparecido. También se pensó en la posibilidad de que el ataque al Chacal fuese ideado por un exsocio de origen británico que acabó insatisfecho con algún oscuro negocio. Al igual que Gilbert, no se le ha vuelto a ver. Por último, los investigadores especulan con una banda de Europa del Este con la que el Chacal pudo tener problemas.

La psicóloga, claramente decepcionada con los resultados policiales, todavía abre un optimista debate a tres bandas con el pasado y el futuro para demostrar la fuerza que le dejó su pequeño: «Me acuerdo de él todos los días un montón de veces. De lo que le gustaba, de su ropa. Y eso no va a cambiar nunca, pero ahora prefiero centrarme en transformar algo malo en algo bueno».