«Sólo me voy a encontrar con la oposición de la derecha y de la izquierda. Por lo demás, no tengo ningún problema», bromea Antonio González.

El escritor malagueño acaba de publicar en ediciones del Genal Guerra Civil. Málaga de la represión a la represión, una historia de la contienda en Málaga capital para la que el autor asegura haberse puesto «en medio, para que no se me tilde de nada».

La obra, sin embargo, va más allá en el tiempo que la estricta Guerra Civil, ya que comienza con las quemas de conventos del año 31 y concluye en 1951, con las tribulaciones de los maquis en la provincia, aunque un anexo sobre el famoso oro de Moscú prolonga la historia dos años más tarde.

La búsqueda de «la más estricta imparcialidad» es algo difícil de conseguir en este espinoso campo; Antonio González la ha procurado valiéndose ante todo de fuentes extranjeras. «La familia Bevan, el testimonio de Gerald Brenan y su mujer o periodistas extranjeros que estuvieron en un lado y en otro», enumera, al tiempo que destaca que no ha querido influenciarse por «lo que dijo mi abuelo, porque seguro que estuvo en un bando y dijo una cosa y el tuyo en otro y dijo lo contrario».

El autor concluye que en los libros sobre la Guerra Civil «siempre hay un malo, y mi investigación me ha llevado a decir que hubo dos». Con respecto a los seis primeros meses de la Málaga republicana, hasta febrero del 37, señala que «los primeros muertos fueron una salvajada porque el poder de Málaga quedó en manos de los milicianos y los sindicatos. El gobierno legalmente constituido y el ejército no tenían el poder suficiente y los milicianos y sindicalistas hicieron herejías».

Tras la toma de la ciudad por las tropas rebeldes de Franco, comienza una represión mayor en el tiempo y en número de muertos, además de que hubo una importante diferencia: «Ya se hizo en nombre de la ley. Ya era un ejército, un poder constituido, aunque ilegalmente y esta gente puso en marcha una venganza. Desde mi punto de vista se es más asesino cuando es algo premeditado y tienes el poder en la mano. Lo otro eran hordas salvajes que iban al saqueo».

Antonio González no entra en el número de muertos de cada bando y pone un ejemplo: «Norman Bethune, durante la huida por la Carretera de Almería, habla de 200.000 muertos, cuando Málaga en aquellas fechas tenía 180.000 habitantes». Lo mismo asegura de los asesinados por el bando republicano: «Aquí se mató a gente en el arroyo de los Ángeles, en las playas de San Andrés o en El Limonar y los dejaban tirados en las cunetas, ¿se encontraron todos esos cadáveres?», se pregunta.

El libro incluye las vivencias de dos conocidos personajes durante la Guerra Civil: el cónsul de México Porfirio Smerdou, que escondió en su casa a malagueños de ambos bandos y el constructor y fundador de la Agrupación de Cofradías Antonio Baena Gómez».

El autor, por cierto, se muestra «totalmente de acuerdo» con la reciente recuperación de los cuerpos de los asesinados por los nacionales en las fosas comunes «pero no que los partidos políticos quieran hacer bandera de eso».