Cubiertos o manos que ya han tocado alimentos con gluten, besar a una chica que lleve pintalabios, lavarse los dientes... Y así un sin fin de situaciones cotidianas que en apariencia no conllevan ningún peligro para la gran mayoría pero sí para los celíacos. El desconocimiento es el gran problema de esta enfermedad que atañe a uno de cada ocho malagueños. Eso sí, esta cifra pertenece al número de enfermos diagnosticados, hay unos 16.000 sin diagnosticar, según la Asociación de Celíacos de Málaga.

Álvaro es uno de ellos. Tiene 7 años y lleva padeciendo la enfermedad desde hace 3. Alicia es su madre y muchos la tachan de «neurótica». Después de leer este reportaje entenderán mejor su preocupación. En el momento en el que el pequeño dejó de tomar leche materna, su piel pálida, ojeras, el hinchazón en la tripa y que notaban que crecía a un ritmo inferior al resto de niños hizo que Alicia y su marido se preocuparan. Su pediatra les insistió desde un primer momento en que el pequeño era celíaco. Tras numerosas pruebas en el materno y una biopsia intestinal, único método para dar con la enfermedad, tuvieron un diagnóstico: Álvaro era celíaco.

Alicia recuerda perfectamente el día en el que salió del hospital: «No sabía qué alimentos podía comer, cuáles no, los supermercados tenían muy poco productos sin gluten y una infinidad de dudas te asaltan. Es tu hijo, éramos padres primerizos y no sabíamos absolutamente nada».

Admite que la ayuda de la Asociación de Celíacos de Málaga fue fundamental para empezar adquirir mayor sabiduría en relación a esta enfermedad: «Nos apuntamos a la asociación y nos mandaron el libro con los alimentos que sí podía comer, además de que te van mandado correos y cartas con las actualizaciones pertinentes que se vayan realizando durante el año», afirma la madre del pequeño.

Álvaro almuerza en el comedor de su colegio. Cuando Alicia fue al centro para comunicarle al director la enfermedad de su pequeño, reconoce que no se le prestó mucha atención. Alicia transmitió al comedor su preocupación por las alternativas que existían. "Me dijeron que cuando hubiese croquetas, por ejemplo, a mi hijo se le pondría pescado. Me negué, porque nosotros como padres queríamos que él asimilara la enfermedad como que sí podía comer de todo y no como un sufrimiento», afirma Alicia.

En su casa todo está etiquetado. «La dieta sin gluten es excesivamente cara y no podemos permitirnos consumir solo alimentos sin gluten», cuenta Alicia. Tiene varias mantequillas en casa, cremas de cacao o pan. «Los productos no pueden tocarse entre ellos, hay varias tostadoras y un horno exclusivo para que él pueda comer pizzas o dulces específicos. Me he hecho toda una experta en cocinar postres sin gluten», reconoce orgullosa Alicia.

En definitiva, la sociedad necesita una información general para que ayuden a estas personas que padecen esta enfermedad poco conocida, que es sencilla de tratar pero a la que hay que prestarle interés para que los celíacos puedan llevar una vida normal tanto dentro como fuera de sus casas.