Hace un par de días mencionábamos los «vapores nocivos» que según una crónica del siglo XVII padecían los malagueños cuando la cantidad de porquería acumulada en la calle excedía los niveles habituales.

El autor de estas líneas tiene el placer de comunicarles que al lateral izquierdo del Hospital Civil ya es imposible que le alcance uno de estos «vapores nocivos», mayormente en forma de intensas tufaradas de caca de gato capaces de revivir a una estatua de escayola.

El origen de la tufarada estaba justo enfrente, en la calle Velarde. Se trataba de un solar con el aspecto de llevar abandonado desde el Pleistoceno, por lo que en su interior, pese a estar vallado, se había desarrollado una tupida flora selvática para uso y disfrute de una fauna de gatos orondos -y por lo que los vecinos se olían, también cagones-.

Ha sido por tanto una grata sorpresa toparse con este rincón del Mato Grosso reconvertido en una discretísima tundra de casi 600 metros cuadrados poblada de plantas raquíticas y en la que se aprecia hasta el suelo de la parcelita -antes, un objetivo imposible-. Las máquinas han tenido que ocuparse a fondo para dejar únicamente dos árboles pelaos y mondaos. Un cartel informa además de que el solar está a la venta. Con el nuevo aspecto, es probable que los compradores no huyan horrorizados como ocurría antes.

Atrás han quedado los arbustos dignos de la Ruta Quetzal, las televisiones despanzurradas, colchones, sillas y todo el contenido que puede alojar una casa. Resulta hasta conmovedor que el solar que puede admirarse en este arranque del 2015 sólo albergue un modesto zapato.

Mas la dicha no puede ser completa. Bueno es que aquí se resalte la importante mejoría del enfermo pero literalmente a la vuelta de la esquina vegeta un solar que muy pronto alcanzará la dudosa categoría de basurero subtropical.

Porque basta con que nos metamos por la calle dedicada al catedrático de Málaga Pedro Marcolaín y torzamos a la derecha por la pequeña calle Covarrubias para que nos topemos con el engendro: árboles con futuras hechuras de cedros del Líbano tratando de competir con un bloque vecino.

Y en el suelo, en lugar de flores o incluso cardos, basura de todo pelaje y ese vapor nocivo que exhalaba el solar anterior. Un vapor, por cierto, que de haberlo inhalado Marcel Proust, en lugar del aroma de la famosa magdalena, lo habría inhabilitado de por vida como escritor.

No estaría de más que el Ayuntamiento localizara a los propietarios de la parcela y le cantara las cuarenta. Además, se encuentra pared con pared con el antiguo convento de la Trinidad, que aunque en manos de la administración rival, merece un respeto.

Aunque para convento en mal estado, la parte posterior del convento de las Clarisas, en la mencionada calle Covarrubias, tomada por los grafiteros. Nadie es perfecto.