Con Pascual Martínez Freire la conversación afluye en eléctricas y llameantes estampidas. Más que hablar, da la sensación de impartir una clase rodeado de perros hambrientos y al borde siempre del abismo; es como si quisiera abarcarlo todo con una misma bocanada: la ciencia y las letras, Wittgenstein, el cerebro, las matemáticas, la educación y la política. Un auténtico alborozo, una fiesta del espíritu. La UMA tuvo el privilegio de tenerlo como catedrático durante más de una década, después de un periplo exitoso que le llevó a La Sorbona, Berkeley, Río Grande del Sur y la Complutense. Gallego universal, reflexiona sobre las universidades.

Nepotismo, escasa proyección, trampas en el uso de fondos públicos. Las universidades españolas tampoco se libran últimamente de la sospecha. ¿Se está tensando demasiado la cuerda de la transparencia o hay motivos reales para pensar en la corrupción?

Las universidades precisan, como es lógico, de muchos cambios. Y uno de los más importantes radica en el procedimiento de selección de personal. En 2007, Zapatero, a instancias de Cataluña, modificó la ley que regula la incorporación de nuevos docentes para delegar íntegramente la composición de los tribunales a los estatutos de las universidades, lo que significa que cada centro se arroga en la práctica el derecho de elegir a quien estime más oportuno para que decida sobre el candidato y la plaza en cuestión. Entre 1970 y 1983, dos de los jueces eran nombrados por la universidad y tres por sorteo. Y antes de eso, existía incluso más diversidad, aunque con la desventaja evidente de que había que pasar por Madrid o Barcelona y tener padrinos allí para prosperar.

¿Significa eso que se puede pactar de antemano el acceso?

Significa que las posibilidades de que no salga elegido el candidato local, que ya con el tribunal con jueces por sorteo era del 20 por ciento, son ahora todavía más remotas. En mi departamento encontraron plaza dos candidatos brillantes, pero, con el mismo sistema, también habría podido promocionarse a dos inútiles. El actual modelo puede tener efectos puntualmente buenos, pero no lo es. Y constituye un problema.

En las últimas décadas toda ciudad de más de 70.000 habitantes se sentía legitimada para pedir un aeropuerto y una universidad. ¿Hay demasiados centros en Andalucía?

El número, sin duda, es excesivo. Granada y Sevilla son fuertes y con tradición. Entiendo que se incorporara Málaga. Y, además, por el peso demográfico, que es el mismo argumento que se argüía durante la reivindicación. Otra cosa son las de Huelva, Jaén o Almería, por ejemplo, cuyo mantenimiento es sumamente costoso. Hay universidades andaluzas con especialidades que no atraen más de diez alumnos en los cuatro años.

La controversia, en el caso de Málaga, parece también apuntar a la gestión de las fundaciones.

Es que el planteamiento de partida en ese ámbito es sumamente grave. Y la culpa es de Aznar, que fue quien impulsó el decreto de 2002. Al final Pablo Iglesias va a tener algo de razón con lo de casta, porque en la universidad te encuentras con reformas escandalosas que fueron promovidas por el PSOE y aceptadas por el PP y a la inversa. En, este caso, y gracias al decreto, las fundaciones pasaron a ser entidades privadas y a no dar cuentas públicamente de su rendimiento económico. O dicho de otro modo, que pueden recibir, y, de hecho, reciben, dinero público del que no tienen la obligación de responder ni de informar a ningún tribunal; solamente a sus patronos, que son privados.

¿Qué opinión le suscita el caso de Iñigo Errejón? ¿Hubo favoritismo?

El método de contratación no es el más idóneo, pero responde a un funcionamiento consolidado en las universidades. Dirigí entre 1988 y 2012 a un grupo de investigación, de ciencias cognitivas, y sé que, aunque nunca averigüé cómo se hacía, tenía la posibilidad de contratar a un becario. Esa opción siempre ha existido. Y normalmente se ha practicado de manera poco o nada pública. Me da la sensación de que a Errejón se le han querido sacar los colores por el hecho de pertenecer a Podemos.

Aunque sea una práctica habitual, imagino que existe un proceso de convocatoria reglado y especificado por la ley.

Por supuesto, normas siempre hay. Y, de hecho, se aplican. Pero, ¿de qué sirve que la plaza sea pública si normalmente se teje a medida y se anuncia en boletines que nadie lee y sin tiempo para la reacción? Y esto no sólo ocurre en las universidades, sino también en la administraciones. Es un circuito podrido, de protección del allegado. Entiendo que se proteja a un hijo, pero no nos podemos empeñar si es un inútil en hacerlo director general, porque eso es corrupción.

¿La polémica con Monedero también es producto de la animadversión hacia Podemos o concurren indicios justificados de irregularidad?

No me atrevería a juzgarlo porque es un asunto en el que al parecer confluyen factores que trascienden el ámbito universitario, como la posible evasión de impuestos. Podemos está siendo muy listo; ha sabido sacar provecho a la indignación generalizada. Personalmente tengo cierta reserva hacia ellos. Sé que no han dicho nada al respecto, pero hay cierta tendencia en sus textos a identificar de manera marxista y hegeliana al partido con el pueblo. Y eso a la larga quizá no sea bueno para la pluralidad.

El movimiento, sin embargo, se gesta en el entorno universitario.

Sí, en la Facultad de Ciencias Políticas, lo cual no deja de ser paradójico. Conozco bien el centro porque lo teníamos al lado en el campus de Somosaguas, donde nos instalamos en la época en la que pusimos en marcha el primer grupo de estudios de psicología del país. Con aquella Facultad a Franco le salió el tiro por la culata; pretendía crear una escuela de formación para sus futuros gobernadores y se dio de bruces en Ciencias Políticas con un auténtico semillero izquierdista. Y, además, desde primera hora.

La filosofía pierde fuerza en los nuevos planes de estudio. Especialmente, en la enseñanza media. Sus colegas, en los institutos, andan bastante soliviantados.

Efectivamente, y con en el desarrollo de esos planes, la filosofía ha sido perjudicada. Pero también deberíamos aprovechar para hacer autocrítica. Durante años, y con honrosas excepciones, los profesores se han esforzado más en impartir historia de la filosofía que en plantear problemas filosóficos a los alumnos. En lugar de proponer debates sobre la belleza o la realidad externa al cerebro se han concentrado en contar el mito de Platón. Entre eso y el hecho de que todos somos un poco filósofos se ha degradado la enseñanza. A mí no me preocupa tanto que se margine la filosofía como que se trate de imponer cierto pensamiento único, eliminando el sentido crítico en los estudiantes. Eso me preocupa mucho más que las habichuelas de los profesores.

Ese sentido crítico, hasta hace poco, no parecía muy acendrado. Al menos, en términos de participación social y política.

Y es una lástima. Al volver de Brasil estuve en La Sorbona y fue una estancia muy enriquecedora. Entre otras cosas, porque ya se empezaba a gestar el espíritu de Mayo del 68. Fue un momento con mucho paralelismo con el actual. Había un gran hartazgo de la política y una presión revolucionaria muy fuerte. Recuerdo que los alumnos no paraban de intervenir. Y no se les dejaba a los profesores decir cualquier cosa. Eran muy contestatarios. Y eso es bueno. Los jóvenes están obligados a serlo, si no, es difícil el progreso.

Wert amenaza ahora con limitar a tres años la duración de los grados.

Lo importante no es que duren más o menos, sino que haya buenos profesores, alumnos motivados y un buen programa. Esto último es fundamental porque en este país se han eliminado las troncales y cada universidad configura sus planes de estudio en función de las necesidades del profesorado. Si hay más especialistas en una materia, se incluye la asignatura, con independencia de que sea conveniente o no para los alumnos. Y no vale la excusa de Bolonia, porque las universidades con personalidad siguen haciendo lo que les da la gana.

Muchos analistas sostienen que el nivel de la educación se ha envilecido en los últimos años. ¿Fallan los alumnos o el profesorado?

Las dos cosas. A partir de 2003, con el desembarco de las primeras promociones de la ESO, advertí un descenso en las competencias y capacidades del alumnado; de repente, no me seguían y no había manera de hacerles trabajar. No creo que sea fruto de la casualidad. Cuando estás obligado a pasar de curso a los estudiantes al final te encuentras con clases que no funcionan, con pocos alumnos motivados.

¿Y qué me dice de los docentes? ¿Es culpa de la endogamia?

En cierta medida tiene que ver con esa herencia. Es bueno que existan escuelas científicas que hagan trabajar duro a los alumnos, pero no que devengan en una suerte de camarillas, de grupos de control, de privilegio.

Supongo que no comparte la observación, tantas veces repetida, de que estamos frente a la generación mejor preparada de su historia.

Eso se ha convertido en un mantra propagandístico, pero en realidad tiene pocos visos de ser cierto. Hay de todo; alumnos excepcionales y otros muy torpes. Pero me inclinaría a decir que el nivel general de los estudiantes universitarios ha bajado. No es verdad que sea la generación mejor preparada. Es la que ha tenido más oportunidades, eso sí, pero no las ha aprovechado.

¿Qué le falta a la UMA para dar el salto y convertirse en una universidad puntera?

La UMA es una buena universidad, pero arrastra deficiencias estructurales. No tiene una facultad de Ciencias Físicas y, al igual que tantas otras, está, y en el mal sentido, muy politizada. También se echa de menos más conexión con el PTA. No es posible que se haya montado un campus de excelencia tecnológico y que su máximo atractivo sea estudiar la evolución del chamanismo en la China.

¿Se requiere más unión entre las universidades?

Depende de cómo se articule esa unión. Ahí, sin ir más lejos, está la CRUE (Conferencia de Rectores de la Universidad Española), que, en tanto que defensa de la universidad pública, es un auténtico montaje, ya que está compuesta también por 25 instituciones privadas. Hay que tener muy claro que la UMA no depende de Wert, sino de la Junta. Y eso lleva al gran problema de fondo: la existencia de 17 sistemas educativos distintos, con diferencias que van desde lo más elemental al salario de los profesores. Se necesita una ley de reordenación universitaria. Volver a tener algo en común, asignaturas troncales.

¿Y cómo encaja todo eso con las tensiones territoriales de los últimos años?

Ahí está precisamente una de las claves, en saber qué se va a hacer con vascos y catalanes. Es un problema de convivencia política y social que condiciona el propio funcionamiento de las universidades. Si las 17 comunidades van a seguir juntas deberían homogeneizar sus estudios. O al menos, tratar de llegar a un acuerdo entre las que se queden. No es ninguna tontería; quizá sea uno de los grandes desafios que tiene el país, conocer el futuro de vascos y catalanes. No creo que fuese mala idea hacer una consulta, orquestada desde Madrid, con todas las garantías constitucionales. Así podríamos saber al fin qué es lo que quieren hacer en ambas comunidades y resolver, en consecuencia, los problemas educativos.

"El hombre sabe cómo funciona la inteligencia, pero no la creatividad"El aprendizaje de las últimas generaciones está marcado por la irrupción de las nuevas tecnologías. ¿En qué medida puede afectar el uso de internet y de las redes sociales a los procesos cognitivos?

Navegar por la red se ha convertido en una herramienta esencial, pero en ningún caso puede sustituir a los libros. Dreyfus, que es un profesor al que conocí en mi estancia en la Universidad de Berkeley, sostiene que las nuevas tecnologías son buenos auxiliares, pero que jamás reemplazarán en eficacia al contacto personal directo y el lenguaje no verbal. También hay que tener cuidado porque cuando se pasa de una página a otra no se medita. Y se puede dar lugar a un tipo de conocimiento muy superficial.

Internet, el ordenador, el móvil. Las nuevas herramientas funcionan ya como una especie de memoria suplementaria para el hombre. ¿Seremos a partir de ahora más analíticos al vernos liberados del peso y la necesidad de la acumulación?

El problema puede estar en que llegue el momento en el que precisamente por eso no necesitemos saber nada de memoria. Los filósofos que forman parte del grupo de la mente extendida tienen una teoría en virtud de la cual se piensa que la mente no solamente está en nuestro encéfalo, sino también en la agenda de direcciones y en el disco duro del ordenador, donde, de hecho, están depositados buena parte de nuestros recuerdos. Y eso en gran medida es cierto. Es un complemento muy útil. Pero todos esos recursos no sustituyen el buen hábito de pensar. Las máquinas pueden ayudarnos a razonar, pero no razonan por nosotros. Por eso hay que tomar todo esto con precaución.

La inteligencia artificial ha evolucionado enormemente en las últimas décadas. ¿Llegará algún día la máquina, como fantaseaban Borges y Stanislaw Lem, a producir arte y a la creatividad?

Son dos cosas distintas. En estos momentos hay tres robots en Marte que son grandes científicos. Y lo son en la medida en la que, además de recoger muestras y analizarlas, tienen capacidad diferencial y pueden llegar a concluir la estructura química y la composición. La inteligencia artificial existe, lo que ocurre es que hablar de creatividad queda todavía lejos. Los robots son instrumentos construidos a nuestra imagen y semejanza, que ha sido posible desarrollar gracias al conocimiento del que disponemos acerca del funcionamiento del cerebro humano. Y ahí está el problema, porque tenemos claro cómo funciona nuestra inteligencia, pero no nuestra creatividad artística. Es difícil que podamos crear máquinas que la reproduzcan.